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Pareciera como si estuviéramos ante uno de esos sucesos que, o bien cambiará mucho de lo que hoy conocemos sobre Estados Unidos, o nos está dejando saber que esos cambios ya están aquí. Pero en realidad es una combinación de ambas cosas, Donald Trump no podría haber llegado a la Casa Blanca sin que la situación política, pero sobre todo cultural en EU, estuviera mucho peor de lo que suponíamos.


¿Qué pasó?


El “qué paso” no es asunto sencillo. Pueden pasar años y sólo teorías inacabadas de lo que originó este cisma político. Comencemos por lo más identificable en función de parámetros definidos. Muchos nos equivocamos, incluso los que sí estábamos poniendo atención. Los “vivos” que decían que Trump ganaría jamás se acercaban al colegio electoral, jamás estimaban sus votos, no marcaban ruta para la anunciada mayoría. La equivocación estuvo en un puñado de estados que tenían focos amarillos para Clinton, pero, ¿todos al mismo tiempo? Florida no se definía y un shock no fue. Luego Ohio, tampoco era seguro para Clinton pero, Michigan, Wisconsin, ¿Pennsylvania? ¿Todo el Rust Belt para Trump?


Hillary Clinton ganó la nominación demócrata tanto como Trump la republicana, no era el mejor candidato para la elección general, pero pensar que perdió la elección sólo porque Trump jura que traerá los empleos industriales que ya se fueron a otros países o sencillamente desaparecieron, es demasiada benevolencia. Conceder que el votante y en particular el de la antigua región industrial dominada por los demócratas en las últimas décadas le dio la espalda a Clinton por el tremendo error que cometió con su email no es explicación suficiente. Creer que la posibilidad de que las guerras comerciales con que amenaza Trump para obtener “mejores tratos” y que así “América se canse de tanto ganar” sedujeron al blue collar al grado de entregar la Casa Blanca al abanderado republicano, no termina de cuadrar como teoría. Por supuesto que hubo un mensaje económico y social, así haya sido absurdo en esencia pero de ninguna manera es todo.


Plantearlo así es ignorar realidades tristes, que van más allá de políticas públicas e incluso de ideologías, y como suele suceder, ignorar procesos culturales. El que Trump sea o no el racista que muchos creen sería hasta cierto punto lo de menos. El gran problema está en su clara disposición a traficar con la xenofobia, medrar con el temor a lo diferente, alimentar la discriminación racial y promover el que una sociedad culpe a otros por los errores propios. Trump tampoco es todo poderoso para haber llevado a cabo un cambio en la sociedad estadounidense en menos de dos años, ni siquiera en los cinco que tenía insistiendo con la repugnante idea de que Barack Obama no era nacido en EU. Pero Trump supo leer y manipular un terreno fértil, en parte producto natural del encontronazo de la clase trabajadora con la nueva economía de las últimas décadas, en donde el villano es siempre el “otro”. Es así entonces que a veces el otro llega a EU a “robar” sus empleos, y a veces en colusión con las “malvadas” grandes empresas sólo espera a que se los lleven a su país. Ese terreno fértil fue todavía abonado por un republicanismo que acabó de perder la brújula.


Por supuesto que en EU se explota la “carta racial” sin rubor, pero aquel que hable de que el racismo no está vivito y coleando en este país sólo porque las leyes así lo dicen, no tiene idea de nada. Sólo hay que ver cómo se atacó al primer presidente negro por ocho años, se le obstruyó con todo, se le trató de descarrilar a cualquier costo, y por supuesto se le venció en la pasada elección así haya sido haciéndole el juego a un tipo que en el mejor de los casos hará de EU el hazmerreír entre las naciones. La gran derrota fue sin duda para Obama antes que para Hillary Clinton, y fue enorme. Los radicales de derecha del Partido Republicano han sabido muy bien para quién han actuado en esta última década, conocen donde están las venas vivas del racismo y no se han tocado el corazón para estimularlas. Ahí está una buena parte de la explicación, del “qué paso”.


Un poco de contexto, por favor


Una simpleza argumentativa enorme es comparar lo que hoy se dice de Donald Trump con lo que en su tiempo se decía de otros presidentes electos, sobre todo de Ronald Reagan. Quien afirme que los mismos temores y las mismas expresiones que advierten sobre los peligros de una presidencia de Trump, estaban presentes antes de la toma del poder de Reagan, no tiene idea de lo que dice. Reagan no era un ignorante en cuanto a administración pública y gobierno, había sido gobernador de California por dos periodos, incluso trató de obtener la nominación republicana a la Presidencia en 1976 retando al presidente Gerald Ford. Más importante aún es que el conservadurismo de Reagan, fue un movimiento esencialmente decente, jamás ingresó en los linderos vergonzosos para EU en los que lo ha hecho Trump. Claro, había preocupación por los cambios radicales que se aproximaban en política exterior; la enorme apuesta que significaba confrontar a la Unión Soviética. Se podía dudar de los planes de Reagan, pero no afirmar que carecían de pies y cabeza como muchos de los planteamientos de Trump. En todo caso pudiera haber más similitudes con Barry Goldwater, el conservador senador arizonense nominado por el Partido Republicano, y que fuera arrollado por el presidente Lyndon Johnson en la elección de 1964. Los miedos eran grandes: a Goldwater, era fácil acusarlo de extremismo, y su oposición al Acta de Derechos Civiles de 1964 desde el Senado, facilitaban el trabajo de sus adversarios. Sin embargo, Goldwater tuvo un distinguido servicio militar, fue un hombre ilustrado, con hobbies e intereses fuera de la política y de los negocios familiares, y su visión sobre la relación de EU con México es algo de gran utilidad hoy día a ambas naciones. Así que no, Trump no se sitúa ni en el nivel político ni personal de Goldwater.


Decadencia en fast-forward


Esta elección nos pone frente a una realidad que algunos no veían, y otros no estábamos convencidos de su gravedad, resulta casi en automático evocar tiempos pasados. La decadencia imperial de EU. El siglo XX se llevó la certidumbre del papel irrestricto de fiel de la balanza de EU en relación con el resto del mundo. A riesgo de entrar en reduccionismos el asunto no es cuestión de “sí o no”, sino de “cuándo”. El ciclo situacional de las naciones no es en realidad tan distinto al de cualquier otra entidad. Los signos se estaban presentando y hemos visto liderazgos emergentes, sobre todo a nivel regional, complementar a EU, acaso faltos de consolidación definitiva. Hoy no queda otra alternativa que pensar ya no en un declive americano sino en una decadencia acelerada a la cual he dado en llamarle Decadencia en Fast-forward. El carácter de soft-empire, algo así como “imperio suave” que EU se forjó durante el siglo XX, viene aparejado con un cierto grado de autoridad moral, discutible en esencia sí, pero difícil de escamotearle totalmente como nación. Esa autoridad moral está bajo asedio desde el 8 de noviembre en que el pueblo americano se inclinó por la ignorancia, la ineptitud, la xenofobia, la mentira e incluso la fantasía para que sean sus guías en una época en que los problemas de este mundo son de una complejidad extrema.


Pienso en Roosevelt, Theodore y Franklin D., quienes fueron baluartes del progresismo, pero sin perder su firmeza en relación a la legítima razón de Estado. Hace apenas poco más de medio siglo que John F. Kennedy le mostraba al mundo lo que era ser un verdadero estadista en su manejo de la así llamada “crisis de los misiles” de 1963. Ahí está Lyndon B. Johnson, quien después de que se legislara el Acta de Derechos Civiles de 1964, la cual él empujo denodadamente desde la Presidencia, reparaba en que el Partido Demócrata –su partido- había perdido al sur discriminador “por una generación”. El mismo Reagan se preparó para la guerra porque en realidad buscaba la paz.


¿Ha habido presidencias vergonzosas? Nixon podría ser el ejemplo inmediato, y aún en su caso no debemos confundirnos. La ilegalidad Nixoniana, más que probablemente producto de la paranoia del californiano, no se aparejaba ni con inexperiencia ni con incompetencia, más bien contrastó con los atributos presidenciales de “Dicky Tricky”. Baste la apertura estratégica con China para que Nixon sea considerado si bien no un orgullo nacional, al menos un visionario.


Dime con quién andas


El que Trump como individuo nos cause escalofríos pudiera en buena forma ser mitigado observando que aquellos que lo acompañaron en su campaña, y sobre todo que lucen hoy día como probables integrantes de su equipo fuesen individuos con un mínimo de calidad moral, así como de pragmatismo. En realidad, personajes tan criticados durante la campaña de Trump, como Rudy “9/11” Giuliani, Newt Gingrich, o Chris Christie no son ni de cerca lo peor que Trump nos ofrece.


El perene conservadurismo de Gingrich, la moderación ideológica de Christie, o la evolución de Giuliani de republicano liberal a furibundo populista, pudieran permitirnos alguna esperanza en que el sentido común y el oficio político prevalecerán en el gobierno Trumpista. Ello porque, aun siendo los tres políticos polémicos, sin duda han mostrado tener recursos. Entre estos puntos favorables se ha contado en el pasado algo que no podemos dejar de tomar en cuenta: tolerancia y ánimos conciliatorios ante el problema migratorio en EU. Así como se lee. El que hoy colaboren con un presidente electo que lanzó su campana desde la xenofobia, nos ilustra acerca de lo que la desesperación puede hacer cuando no pocos hombres acostumbrados al poder sienten cerca el final de sus carreras. De los tres, Giuliani parece llevar la mayor ventaja, tal vez por su desbocada defensa de los disparates de Trump. Giuliani fue el verdadero perro de caza de Trump, aun por encima del tibio Mike Pence, hoy vicepresidente electo, y quien por su posición era el supuesto hombre en punta a la hora del ataque a los adversarios.


Chris Christie quizá no tendrá un rol tan relevante dado el reciente veredicto en una corte sobre la culpabilidad de dos cercanos colaboradores hecho que súbitamente lo vuelve a incriminar, casi confirmando la generalizada sospecha de que él sí conocía sobre el “Bridgegate”. Newt Gingrich puede fingir demencia cuando se trata de Trump, pero su temperamento es limitado ante el sinsentido. Muy probablemente esa fue la razón de su especuladora intermitencia a la hora de dar la cara por Trump ante los medios, durante la campaña. Su experiencia de gobierno es enorme.


Lo que realmente debe preocuparnos es la alta probabilidad de que en el equipo de Trump se incluyan elementos como Stephen Bannon (ya un hecho), Jeff Sessions, Kris Kobach, Joe Arpaio, Jan Brewer, Paul Babeu, Mike Flynn, entre otros. Bannon, el actual líder supremo de la alt-right americana ha sido nombrado estratega en jefe de la Casa Blanca, ganancia a la vista de muchos ya que sonaba para jefe de Gabinete, puesto que se le otorgó a Reince Priebus, actual presidente del Comité Nacional Republicano. Ver la designación de Bannon como algo que puede ser mayormente irrelevante dada la teórica falta de capacidad ejecutiva de un asesor es engañarnos nosotros mismos. Trump estaba en deuda con Bannon y es torpe suponer que éste se conformará con una posición ornamental. La estrategia política de la Casa Blanca estará desde enero en manos de un racista, diseñador de todo tipo de teorías de la conspiración desde Breitbart, el website favorito del radicalismo de derecha. Aun en una administración Trump, Bannon como jefe de Gabinete hubiera sido paralizante desde el primer día. Sin embargo, ello no resta gravedad al hecho de que se encuentre tan cerca del Presidente.


Luego está el senador por Alabama Jeff Sessions, que tiene amarrado el puesto de Procurador General, ante el lujo de Giuliani de rechazar tal posición, donde reside su experiencia profesional y de gobierno. La confirmación de su llegada al DOJ será una inmediata fuente de dolores de cabeza para la comunidad indocumentada y motivo de celebración para los creyentes en la supremacía blanca. Kris Kobach, actual secretario de Estado de Kansas, quien también sonaba para alguna alta posición en el Departamento de Justicia o en áreas de seguridad fronteriza, es un mercenario antiinmigrante que alcanzó su pináculo al diseñar la SB1070 para el estado de Arizona, y ha asesorado a diversos estados y municipalidades en la lucha contra la inmigración indocumentada.


¿Qué decir de ese par de ases, Sheriffs en Arizona?


Arpaio, bajo acusación federal por desacato a la corte, y recientemente derrotado en su esfuerzo por una reelección más y Babeu, aquel alguacil antiinmigrante que escondió su homosexualidad. Habiendo perdido en su intento por alcanzar la Cámara de Representantes, sus admiradores sueñan con que Babeu acompañará a Arpaio en alguna responsabilidad federal relacionada con inmigración. Luego viene esa vergüenza para la clase política que es doña Jan Brewer, exgobernadora de Arizona y que en materia de ignorancia y falta de sentido común sólo compite con Sarah Palin. Se ha mencionado a Brewer como candidata a secretaria del Interior, uno de los puestos de menor relevancia en el gabinete presidencial como premio a sus balbuceos en favor de Trump en la campaña, y claro por el daño y la devastación que sembró entre las familias inmigrantes en Arizona. Ahí está Mike Flynn, el locuaz exmilitar cuya visión es que el principal enemigo de EU es “la corrección política”. Parece que tendrá altas responsabilidades en seguridad nacional.


Lo que sigue


Dado que el presidente de EU tiene poder absoluto sobre el balón y el bísquet nucleares, seremos afortunados si en cuatro años más estamos discutiendo sobre los prospectos de la reelección de Trump. Las decisiones del Presidente al respecto tendrían que ser desobedecidas por mucha gente para que no se concretaran.


Se ha comentado que una Presidencia de Clinton entrañaba un mayor riesgo de confrontación con Rusia. Por supuesto que riesgos siempre habrá, pero en general las cosas funcionan más bien en sentido opuesto. Putin hubiera necesitado saber que había frente a él una posición de fuerza, respaldada por una irrestricta decisión a actuar sólo en caso de ser necesario. Sin embargo, también entender que no está encarando ni a exhibicionistas ni a suicidas. Se dice fácil, pero es un equilibrio delicado.


Cualquiera que sea la relación actual entre Trump y Putin, o incluso que sea cierto que no existe, éste último tiene plena conciencia de los enormes hoyos que se habrán de formar en la seguridad mundial. Una combinación de falta de experiencia, de resolución, de ingenuidad que observe Putin, puede convencerlo de que es el momento de agredir a Europa, y el problema reside en que EU tendría por fuerza que responder. Además, en nada ayuda el que las naciones europeas dispuestas a renovar sanciones contra. Rusia, observen la enorme duda por parte de la nueva administración americana. ¿Imponer sanciones para que EU los deje “colgados de la brocha”?


En comercio internacional el TPP está muerto, y el sólo amago de EU de imponer más restricciones relativas puede debilitar la economía mundial e incluso encaminarla a una nueva recesión. Eso sin mencionar el fundado temor de que Trump intentará retener compañías en su país, sobre todo manufactureras a través de la coerción personal a sus directivos. ¿Alguien dijo “república bananera”? En el terreno doméstico, veremos qué sucede con la reforma de salud. La derogación del “Obamacare” es el sueño de opio del republicanismo miope, que a pesar de tener mayorías camarales en años recientes ha sido incapaz de plantear una alternativa razonable. El Trumpismo aparejado al Tea Party pudiera revertirla, creando un retroceso colosal en materia de salud pública.


 


El mito de las bondades de una mayor autonomía a los estados para decidir en asuntos de educación pública, así como el que tiene que ver con negar la necesidad de un mayor control de las armas de fuego en manos de civiles, seguirán haciendo estragos. La composición de la Suprema Corte de Justicia es otro tema delicado y en donde el tipo de razonamiento de Donald Trump puede causar serios desequilibrios sociales. Al margen de lo que cada quien crea sobre temas como el aborto o el matrimonio entre individuos del mismo sexo, llama la atención cómo Trump plantea que la Roe v. Wade pudiera ser revertida por una futura corte conservadora, mientras que el matrimonio homosexual es “cosa juzgada ya” por la máxima corte de la tierra. El punto es la escandalosa falta de consistencia en lo que para él es la función, el papel y la naturaleza de la Suprema Corte de Justicia.


Es de esperarse que el Partido Demócrata, ante la terrible derrota, se cargue más hacia la izquierda demagoga de Bernie Sanders y Elizabeth Warren, cosa que lo hará menos competitivo excepto en las costas y grandes ciudades. A pesar de ello, lo más terrible del gobierno de Trump es la enorme incidencia que tendrá sobre la cultura nacional estadounidense. Los efectos se están dejando ver desde ahora y en todo caso tienen que ver con un nacionalismo trasnochado. Esa marca de nacionalismo que muchos llegamos a creer, o quisimos creer extinto.


Creo que el gobierno de Trump se enfila a un terrible choque con la realidad, que EU pagará cara su ligereza política al haberlo elegido y que el resto del mundo de ninguna manera se verá exento de recibir facturas de moderadas a horrorosas durante los años por venir.


Otros escenarios


No faltan los que afirman que Donald Trump no terminará ni siquiera un primer periodo presidencial. De entrada, está su enorme dificultad para mantenerse enfocado, su indisciplina personal, y su desinterés por la cosa pública. El argumento continúa al citar que una vez que se dé cuenta de en qué se metió simplemente no lo soportará y buscará renunciar. Otros observadores van más al hecho de que los conflictos de interés que sus negocios plantean en conjunción con la Presidencia, aunado a su ya vista proclividad a la deshonestidad y su autoritarismo, darán como resultado un juicio político o impeachment por parte del Congreso. Incluso ya hay quien le otorga un máximo de dos años en la oficina oval. El ganador se supone sería el vicepresidente Mike Pence, un político conservador que de ninguna manera plantea los riesgos inherentes a Trump. Esta teoría no carece de sentido, pero puede ser sólo un buen deseo. La mentalidad de Trump es impredecible. Además, hay que ver los incentivos que un congreso republicano tendrían para tomar medidas de esa envergadura. Imaginemos que Trump continúa contando con más o menos el mismo apoyo popular que lo llevó a ganar la elección, no estoy muy seguro de que la mayoría republicana en la Cámara de Representantes, ante la búsqueda de su propia reelección en 2018, estaría dispuesta a correr el riesgo de que las cosas no salieran bien. El hecho de que los republicanos cuenten con mayoría en ambas cámaras da mucho más espacio tanto a Trump, como al Partido Republicano en la búsqueda de una coexistencia pacífica. Tal vez si los demócratas obtuvieran mayoría en alguna de las cámaras, lo que sería más realista pensar que ocurriera en el Senado, las posibilidades de un juicio político a Trump serían un poco mayores.


México


Existe una enorme confusión entre haber sido un ferviente creyente en Hillary Clinton, mujer sin duda preparada para haber asumido la presidencia, aunque con toneladas de equipaje a cuestas que de alguna forma acabaron contribuyendo a su descarrilamiento, y haber sido un “never Trump” como fue quien esto escribe. En México pareciese no haber una comprensión cabal de la diferencia entre ambas cosas. De hecho, los más complejos problemas de México hubiesen estado con la candidata demócrata por que seguramente hubieran venido más por el flanco débil del gobierno mexicano, el político. Asuntos electorales, de procuración de justicia, y de manejo de conflictos internos hubieran sido manipulados y aprovechados más por la Casa Blanca de Hillary Clinton que por la de Donald Trump. Con Trump los problemas pueden ser comerciales y por ende económicos con la eterna cantaleta agregada de la frontera, el narcotráfico, etcétera, pueden ser inevitables y muy duros para el gobierno y la sociedad mexicana, pero ante ellos México, como posiblemente algunas otras naciones, será la víctima ante el mundo. Si se llega a esos puntos el ánimo político internacional estará cargado contra EU. Eso no se daría con tanta claridad con Hillary Clinton, ya que una de las presiones desde la izquierda del Partido Demócrata sobre ella, hubiese sido “ajustar” a los “malos gobiernos” socios de EU. Para Clinton, los topetazos con México serían sólo parte de un costo que habría que pagar. El desplante de Clinton ante lo que fue ciertamente una torpeza del gobierno mexicano en relación con la visita de Trump, otorga un botón de muestra en relación a lo que se podía haber esperado de su gobierno.


México debe mantenerse firme aunque prudente, tampoco la reapertura del TLC será “pan comido” para el presidente estadounidense. ¡Ya lo quiero ver ante el enorme descontento de la gran empresa gringa! ¡Vamos a observar las reacciones de la US Chamber of Commerce y otras organizaciones empresariales y hasta políticas cuando realmente intente proceder contra los pactos comerciales de EU! No digo que no pueda hacer daño, sólo que no le será nada fácil. Lo fundamental para México es que los esfuerzos para encarar a Trump no sean contraproducentes, y en eso me detengo ante “una brillante sugerencia” de Jorge G. Castañeda: que México puede oponerse a las deportaciones masivas exigiendo a EU pruebas documentales de ciudadanía mexicana, requisito que será por naturaleza imposible de cumplir, creando así un rezago a EU que lo hará repensar sus intenciones. Continúa reconociendo que muchos mexicanos pueden acabar por lo mismo en Centroamérica y “que ya verán qué hacer”. Se aprecia a la perfección que ser un junior del régimen mexicano no tiene nada que ver con conocer en carne propia lo que significa un proceso de deportación. Por ello le parece cosa de nada al excanciller el que encima de todo haya mexicanos deportados a un país que no sea México. Ese es un ejemplo de que plantar cara a Trump no tiene por qué significar el hacernos más daño a nosotros mismos.


En resumidas cuentas


No hay lado positivo en todo esto, de hecho, es una tragedia nacional para EU, que bien pueden acabar pagando otras naciones o el mundo entero. No tenemos por qué buscarnos tiempo o ganas para la corrección política, el auto engaño, o la complacencia. EU se disparó a sí mismo en el pie sencillamente porque pudo hacerlo, porque así es la conducta humana, tanto individual como social. Habrá quien hable de “indignación”, de“hartazgo”, de “rabia”, etcétera, pero bien sabemos que el ceder espacio a todo eso no resuelve los grandes problemas. Estamos presenciando un acontecimiento político inaudito, de los que generalmente podemos apreciar acaso una sola vez en la vida. Usted sabrá a quién o a qué se encomienda, si lo considera necesario, claro.

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