La tragedia: el fraude electoral de 1988; la farsa: la “cuarta transformación”. Esto viene a cuento porque, en su reacción por la reciente apertura de la cuenta de Diego Fernández de Cevallos en Twitter, el presidente Andrés Manuel López Obrador ordenó que en su cotidiano show se reprodujera un viejo video con el debate que, hace 21 años, trabó con el político panista. Toda una regresión mental, de la que el mandatario no sale bien librado.
En el encuentro realizado el 7 de marzo del año 2000, López Obrador reclamó al panista por su propuesta para quemar las boletas de 1988 porque, dijo, fue un encubrimiento a favor de Carlos Salinas de Gortari (CSG). Ello obliga a una recordación adicional pues ¿dónde estaba López Obrador cuando ocurrió el fraude electoral de 1988? Era el presidente estatal del PRI en Tabasco, cargo que ejerció durante esa campaña electoral y al consumarse el atraco en contra de Cuauhtémoc Cárdenas, quien fue candidato del Frente Democrático Nacional (FDN).
Algunos personajes de aquellos tiempos están presentes en la mal llamada “cuarta transformación”. El recuento de éstos debe empezar con Manuel Bartlett, quien fungía como secretario de Gobernación y presidente de la Comisión Federal Electoral. Bartlett tiró el sistema de cómputo para consumar el fraude del 88 y hoy se encuentra en el gabinete ampliado de AMLO.

En la calificación del “triunfo” de CSG en la Cámara de Diputados, un entonces joven legislador priista, de nombre Ricardo Monreal, fue quien solicitó el desalojo de la gradería del Palacio Legislativo de San Lázaro de donde, a punta de patadas y empujones, los elementos armados del Estado Mayor Presidencial sacaron a quienes abucheaban a los oradores del PRI y ovacionaban a los diputados de la oposición. Monreal es ahora el abanderado legislativo de Morena junto con Ignacio Mier, el líder de los diputados federales, quien hizo una larga militancia priista al amparo de Bartlett, de su secuaz el Góber Precioso Mario Marín y que, apenas en 2018, cambió bandera para sumarse “a la izquierda”.
Alberto Anaya, el perpetuo líder del PT, partido rémora de Morena, fue uno de los dos diputados que traicionaron la causa del FDN en pleno salinismo. Lo hizo a cambio del registro de su partido y del financiamiento, con cargo al erario, de los Centros de Desarrollo Infantil de su propiedad que, casualidad pura, el gobierno actual ha sostenido muy a pesar de la cancelación de las estancias infantiles.
En 1988, y al menos hasta 1999, Marcelo Ebrard, el titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores del gobierno de AMLO, y su ahijado político Mario Delgado, dirigente del partido Morena, eran unos disciplinados priistas que mantuvieron su militancia a pesar de que en 1994 el jefe político de ambos, el difunto Manuel Camacho Solís, había sido defenestrado en la carrera presidencial.
En el año 2000, cuando se realizó la recordada lid, Olga Sánchez Cordero era parte del control priista en la Suprema Corte de Justicia de la Nación. La lideresa Elba Esther Gordillo e Ignacio Ovalle, el operador del aumento al IVA en 1995 (del 10 al 15 por ciento), se contabilizan entre los cuatroteístas que, con un pasado salinista y zedillista, en la actualidad corean con fuerza las consignas de “primero los pobres” y “es un honor…”.
No sale bien librado López Obrador con la evocación de aquel debate. Trae a la memoria la reflexión hegeliana, que Carlos Marx retomó en uno de sus escritos (El 18 brumario de Luis Bonaparte): “La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”.
Cincelada: iniciaron las campañas en Colima, Guerrero, Nuevo León, San Luis Potosí y Sonora. En esos estados debió suspenderse la propaganda gubernamental, “mañaneras” incluidas.
Autor
Fundador y consejero nacional del PRD, fue su diputados federal y representante electoral. Se desempeña como asesor parlamentario y analista político.
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