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viernes 08 noviembre 2024

Imperan los extremos, días sombríos para Oaxaca

por Adrián Ortiz Romero

En Oaxaca no sólo se enfrentan maestros e integrantes de organizaciones sociales contra el gobierno: también se enfrenta la ciudadanía entre sí, en medio de un recurrente clima de polarización por la crisis magisterial. Es uno de los tantos efectos colaterales que tiene esta lucha, de la que parece haberse entendido muy poco, pero que pone a flor de piel los traumas históricos de la sociedad oaxaqueña.


 


EL CONTEXTO


El 15 de mayo pasado, la Sección 22 del SNTE decretó un paro indefinido de labores que, desde su inicio, radicó siempre en un bien esquematizado calendario de pequeños actos de hostigamiento. Un día cerraron el Palacio de Gobierno; otro cerraban carreteras; al día siguiente iban a bloquear centros comerciales; y otros, iban a plantarse afuera de las oficinas de las delegaciones del gobierno federal en la capital de Oaxaca.


Las exigencias eran más bien abstractas: pedían diálogo con el gobierno federal para “revisar” la reforma educativa; pedían diálogo con el gobierno de Oaxaca para definir “la situación del IEEPO”. Eran cuestiones tan imprecisas, que en sí mismas atajaban cualquier posibilidad de interlocución y les permitían continuar con su calendario de actividades.


¿A dónde querían llegar? Para responder esta pregunta, hay que considerar varias cuestiones: primera, que en junio —el día cinco— había jornada electoral; segundo, que lo que se renovaba era la gubernatura del Estado; tercero, que se cumplía el primer decenio —el 14 de junio— del desalojo que desató la crisis popular de 2006; cuarto, que desde hace casi un año había una renuncia total del Estado federal y del gobierno oaxaqueño a dialogar con ellos. Por todo eso, en esta ocasión la Sección 22 buscaría tener una presencia particularmente importante, en sus ya conocidas protestas anuales.


Esos eran los puntos de su agenda. Y ya siendo razones suficientes para agotar su calendario de acciones de protesta, el gobierno les “regaló” la causa del encarcelamiento de sus dos líderes más visibles (Rubén Núñez Ginez, y Francisco Villalobos, secretario General y de Organización, respectivamente, de la Sección 22), cuestiones que ocurrieron entre el 12 y el 13 de junio pasado. A Villalobos lo detuvieron en Salina Cruz, y unas horas después aprehendieron a Núñez a bordo de un taxi, en la Ciudad de México.


Esto los hizo virar de los pequeños actos de hostigamiento a las acciones multitudinarias. El gobierno federal quizá supuso que con sus dos líderes en prisión, había golpeado a la Coordinadora en su línea de flotación: craso error suponer que la CNTE —un movimiento de casi cuarenta años de existencia, siempre en resistencia al Estado— fuera tan ingenua como para entregarle realmente el liderazgo a esos dos dirigentes visibles. Por eso, con una capacidad sorprendente, la Sección 22 se reagrupó y en menos de 24 horas emprendió acciones de protesta, ya no en la capital oaxaqueña, sino en el escarpado interior del Estado.


Ahí quedó claro que el magisterio sí había aprendido de sus errores: sus anteriores protestas —todavía las del año pasado, cuando intentó boicotear las elecciones federales y fue disuadida rápidamente por elementos federales que arribaron previo a la jornada electoral para restablecer el orden— las centró en la capital y fue derrotada incluso sin violencia. Por eso ahora dispersaron sus acciones en al menos cuatro de las ocho regiones del Estado.


Con eficiencia y disciplina, instalaron bloqueos en la región del Istmo: en Zanatepec —en los límites con Chiapas—; Ciudad Ixtepec, Juchitán y Salina Cruz; en la mixteca, instalaron un bloqueo total en el cruce de la carretera federal y la súper carretera (ambas comunican a Oaxaca con la Ciudad de México); también instalaron bloqueos en la Costa y en la Sierra Sur de Oaxaca.


¿La finalidad? Primero, encapsular a la capital de Oaxaca frente al posible arribo terrestre de fuerzas federales, como ocurrió el año pasado; y segundo, presionar al gobierno federal a través del bloqueo a instalaciones estratégicas (la refinería de Pemex “Ingeniero Antonio Dovalí Jaime”, que se encuentra en Salina Cruz, es la más grande del país) para orillar al Estado o a la fuerza, o al diálogo.


El gobierno federal eligió el uso de la fuerza. En Oaxaca es bien conocido el respaldo social no a las acciones magisteriales, sino a la resistencia. Por eso, ante la presencia federal, el refuerzo a los bloqueos fue casi generalizado: maestros que llevaban varios días ahí, ciudadanos que espontáneamente salieron a respaldarlos, y también integrantes de organizaciones sociales —desde campesinos hasta grupos muy radicales— que llevaron directamente al enfrentamiento.


Sólo a partir de ese coctel explosivo puede entenderse el resultado: corporaciones policiacas que, indolentes, no calcularon lo que iban a enfrentar, frente a grupos de diversas naturalezas dispuestos a resistir, a enfrentar y a llegar a las últimas consecuencias.


 


POLARIZACIÓN


La Sección 22 ha demostrado no necesitar a Rubén Núñez o a Francisco Villalobos. Sin ellos, y a través de este mecanismo duro, lograron abrir el diálogo —cerrado desde el 21 de julio de 2015, cuando la SEP y el gobierno de Oaxaca le requisaron el IEEPO a la Sección 22— al más alto nivel. Gabino Cué busca una tabla de salvación política, que le permita llegar al final de su administración, el 30 de noviembre.


Por eso, hoy Oaxaca se explica a partir de sus circunstancias: por un lado, el Estado tendrá que buscar la forma de abrir el diálogo con una agrupación político-sindical, que gracias la propio gobierno ahora no tiene liderazgos ni interlocutores visibles. Y por el otro, la ciudadanía, que regresó al viejo punto del enfrentamiento por sus posiciones a favor o en contra de las decisiones tomadas por la Federación, por el gobierno oaxaqueño, y por la Coordinadora.


¿El augurio? Días sombríos para Oaxaca. Semanas de incertidumbre, motivadas no sólo por los imprevisibles resultados de la combinación de la dureza oficial y el radicalismo magisterial, sino también por el aturdimiento de la ciudadanía de estar nuevamente en medio de una crisis social, que ya habíamos vivido, que ya conocemos, y que con su rostro más funesto nos está demostrando que cuando no se aprenden las lecciones, diez años son poco menos que nada.

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