Uso de la mariguana en México

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¿Pero por qué nos detiene? ¡Por pachecos! Ya se los cargó jóvenes, ahora consiguen lana o los llevamos al Ministerio Público.

Ya te cayeron cabr…, te van a cargar por ¡Mariguano! Estás jodido, eres un drogadicto inútil, sal de esta casa porque no mereces ser parte de esta familia ¡ya no te considero mi hijo! ¡Mariguano!

Así sonaban las amenazas y las detenciones a los jóvenes clasemedieros de las generaciones anteriores. Desde mi juventud han sido 40 años de extorsciones de la autoridad, amenazas públicas y expulsiones de familias o grupos sociales, para aquellos que en busca de nuevas experiencias y diversiones, fueron atraídos por distintas drogas.

La clase media mexicana de mi generación vivió la herencia de los jóvenes sesenteros, de sus ideas democratizadoras, de sus voces en busca de cambios, de ser escuchados en las conversaciones sobre el destino, el futuro, sobre el amor libre y el sexo, la música de rock y la informalidad social. A diferencia de la generación de jóvenes de la década anterior y siendo parte de una pequeña clase media del país, particularmente, la de la Ciudad de México, estábamos preocupados por la música progresiva y el cine de las muestras en las viejas salas del Paseo de la Reforma, pensábamos que había que cambiar el mundo pero desde el terreno artístico más que político y especialmente, desde el terreno emocional.

La mariguana, el peyote y los hongos eran vistos con cierto halo de misticismo, de encanto por los orígenes de la cultura y de lo primitivo; su consumo era una forma de protestar en contra del stablishment para regresar a lo natural, a lo esencial. Vestíamos morrales y camisas de manta, gustábamos de comer en mercados y viajar acampando por diferentes partes del país. A todas partes adonde íbamos llevábamos la música de Pink Floyd, de Yes, de The Who o incluso de Frank Zappa, también, de Pablo Milanés, Silvio Rodríguez y Juan Manuel Serrat entre tantos; al lugar que llegábamos de inmediato buscábamos establecer contacto con la gente de la localidad, a conocer sus problemas y a tratar de darles consejos o proyectos que fueran parte de las soluciones.

Había en esa generación un gran idealismo en cuanto a la enseñanza académica universitaria y con la Universidad. Como bandera de modernidad, teníamos claro que la forma de aprender en la vida era integral así como experiencial y no fragmentada en materias, como tanto se ha insistido en las escuelas rígidas; ahí comprendimos el pensamiento de izquierda y las luchas latinoamericanas por liberarse de dictaduras, con ello la necesidad de justicia social y de llevar una vida moderada, en la que se planteaban metas menos ambiciosas y posibles de alcanzar para formar una sociedad más justa, lejos de la idea de amasar fortunas o ejercer un gran poder. Luego de casi medio siglo veo que a la mayoría de mis amigos de ese tiempo, que son personas de bien, que trabajan y viven persiguiendo nuevas metas, que son personas que aprendieron a ver a los demás y no a sí mismos únicamente, que muchos de ellos, como yo, no fuimos vencidos por los excesos y que la droga que más daño provocó fue el alcohol, seguida del cigarro. Participamos de aquella manera de ver a las drogas como vehículos hacia pensamientos y sensaciones psicodélicas, que combinadas con ideas de izquierda para la conformación de una sociedad mejor, nos hicieron pensar y actuar de un modo peculiar, creo yo que uno digno de lo que espera cualquier mexicano, esto es, una sociedad justa.

Es interesante para mi generación observar que en los mensajes de los medios, particularmente series extranjeras norteamericanas o europeas, que bien podría decirse reflejan rasgos de la vida cotidiana, que se mofan de ella o que la critican, aparecen con más frecuencia y naturalidad que nunca, consumos como los de la mariguana o la cocaína, algo que en los años setenta era casi imposible de observar en la televisión abierta, por ejemplo.

El tratamiento de ciertas drogas como la mariguana en medios como la televisión y el cine, en las redes sociales y en Internet, es mucho más tolerante de lo que fue hace 40 o 50 años, con la excepción de lo ocurrido con la generación de los sesentas que fue mostrada siempre como simpatizante del sexo, las drogas y el Rock and Roll. Hoy se ven personajes mediáticos que utilizan la mariguana recreativamente y que son líderes de opinión en sus países como el caso de Bill Maher que en Estados Unidos es un comediante y se especializa en el análisis y la crítica política.

La realidad es que no hay discurso positivo respecto de los efectos nocivos de las drogas, ni de la mariguana, ni del cigarro o del alcohol, tampoco de la cocaína o de la heroína, como no los hay respecto de una adicción sea cual sea. En el debate público y en opinión de la sociedad, la defensa de la mariguana no parece ser el discurso generalizado, más bien se observa, que es mayor la oposición que su aceptación; sin embargo es relevante que esté ocurriendo y que esto sea un avance en el proceso de democratización, pues a pesar de que el tema representa una gran controversia, muestra a una sociedad que se expresa en sus distintos sectores y no una incapaz de tolerar discursos ajenos a las posiciones dominantes.

Los discursos negativos se preocupan del potencia, que hay respecto de un crecimiento de los adictos a la mariguana, a la posibilidad de adicciones incontrolables y del potencial de vinculación de quienes inician con la mariguana, en tanto a que, una vez perdido el miedo se relacionen con drogas más tóxicas y dañinas; no hay argumentos en contra de ello, pero tampoco en favor de posiciones que aparentemente son imparciales y hablan de bondades medicinales que justifiquen la despenalización; es así que, el asunto es más o menos favorable para la sociedad, según el lugar desde donde se le mire, la persona que percibe el tema de la agenda social contemporánea lo hace siempre ubicado a partir de las experiencias vividas, por lo que el debate entre quienes tienen argumentos a favor como quienes los tienen en contra, podrá extenderse indeterminadamente y no llegar a conclusiones definitivas, que mostraría la inutilidad de haber debatido, tal vez, incluso, como distractor por parte del poder público para ganar popularidad pero sin la intención de fondo de tomar decisiones.

La perspectiva de quienes están en favor puede llegar a reclamar derechos que son tan justos como los que disfrutan los bebedores de alcohol o los fumadores, dos drogas legales, para las que hay diversidad de opciones producidas para especialistas, para quienes gustan de aromas, sabores, clase, antigu%u0308edad, etcétera. Quienes fuman mariguana tienen aspiraciones de legitimación semejantes a las que tienen los bebedores y con ellas, de gustar de un estimulante, que según los expertos, es una droga que no provoca congestiones o pérdida de consciencia, que es el resultado extremo en los casos de ingestión.

La visión sobre la mariguana, responde al discurso dominante de la sociedad occidentalizada, especialmente, en su marco regulatorio que delimita lo que es normal y lo desviado en la conducta social, algo que se relaciona con el discurso médico científico al que se refiriera Foucault y que es base para justificar lo que se debe tolerar y lo que no, tal como ha ocurrido, ahora, con el cigarro y en menor rigor, con el alcohol, el primero apenas juzgado en las últimas décadas y el otro castigado únicamente en casos de abuso a pesar de que es la causa no natural que más muertes provoca. El discurso dominante hacia la mariguana es el que se fija en el vicio más que en la virtud, precisamente porque es parte de un poder temeroso que es incapaz de entender a la madurez social, de que se asume como vigilante de las “buenas costumbres” a pesar de que sea ejemplo de lo contrario.

Cualquiera que sea la conclusión del debate y de lo que ocurra con la sociedad mexicana, particularmente de la ciudad de México, lo importante es que se asuman decisiones desde la perspectiva de la madurez, del progreso social, esto es, desde el cambio hacia estados de mayor libertad y justicia social, no de privaciones o prohibiciones; de nada servirá seguir proscribiendo sustancias y conductas, cuando el esfuerzo debe ponerse en las libertades, en la capacidad de las comunidades de hacerse cargo de sus decisiones. Una sociedad que sea incapaz de ver lo que sus miembros hacen con regularidad y que además, otorga el poder a quienes tienen proyectos represivos o limitativos, en lugar de inteligentes y empáticos, vivirá sometida.

Los miembros de la comunidad cuyas posiciones apuestan por un mayor control, por una moral construida bajo la visión de la normalidad y en contra de la anormalidad, que no son más que conceptos representativos de un poder retrógrada, representan una mayor amenaza que quienes están dispuestos a dialogar, a comprender y a negociar los mejores acuerdos de tolerancia y de libertad.

La vida social cotidiana es el mejor parámetro para mirar lo que sus miembros, sus personajes hacen o dejan de hacer y siempre va más rápido que cualquier posibilidad legal, política o científica de comprenderla y más aún, de regularla. Lo que presentan los mensajes de los medios no es fiel reflejo de lo que pasa con las personas, pero si las historias que se cuentan tienen con más frecuencia, importancia y diversidad, personajes que usan drogas, entonces, es que estos están ahí, en lo que es ordinario y no lo que se desea asumir como extraordinario.

En lo personal, prefiero creer en la madurez de los miembros de nuestra sociedad, en su capacidad para ser responsables de actuar en libertad, de tomar decisiones en cualquiera de los temas que sacuden a la opinión pública como abortar, o casarse con una persona del mismo sexo, o adoptar a un niño teniendo una pareja homosexual, o morir cuando se tiene un padecimiento terminal, o ingerir la sustancia estimulante que se prefiera; en lo que no creo definitivamente, es en la opresión, en la censura o en la proscripción. Me parece que el debate sobre la legalización de la mariguana es sano, pero no si la decisión final es regresar al punto en que inició, algo que veo remoto pues la tendencia de la modernidad en occidente, incluido México, es hacia la apertura y no hacia el fundamentalismo moral.

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