“Yo entré y él estaba sentado allí, en una especie de pequeño despacho, detrás de la mesa. Al verme se asustó e hizo ademán de levantarse. Pero al darse cuenta de que era yo, se quedó más tranquilo (era muy amigo de mi primo), y yo también me senté por el otro lado de la mesa. Estuve allí como un cuarto de hora con él. La habitación era pequeña y sólo recuerdo que tuviera una mesa de esas antiguas de escritorio con dos cajones, un sillón en la parte de dentro en donde él estaba sentado y, por la parte de fuera, dos sillas corrientes…”. Palabra de policía.
Agosto de 1936. Federico García Lorca, el poeta universal, ha sido detenido en su propia tierra, Granada, a donde huyó desde Madrid buscando seguridad al poco de estallar la Guerra Civil. Ni la casa de sus amigos Rosales, viejos falangistas, fue refugio. De aquel domicilio, “rodeado por milicias y guardias de asalto que tomaron todas las bocacalles y tejados próximos”, Lorca salió para nunca volver. Por eso lo ocurrido aquella tarde, en un cuarto del Gobierno Civil, cobra especial significancia ahora que salen a la luz documentos de 1965 con las razones del franquismo para acabar con la vida del poeta. El crimen fue en Granada. “Un asesinato político”, remarca a El Mundo Laura García Lorca, sobrina del autor del Romancero Gitano.
El autor del informe del 65 hasta ayer secreto lo sabía todo, pero en su texto, de dos folios imprecisos bajo el encabezamiento “Asunto: Antecedentes del poeta Federico García Lorca”, apenas roza la verdad. Le llama masón (“perteneciente a la logia Alhambra, en la que adoptó el nombre simbólico de Homero, desconociéndose el grado que alcanzó en la misma”), cosa que es falsa, y llena dos páginas de los peores calificativos en aquella España de la dictatura: “Estaba conceptuado como socialista por la tendencia de sus manifestaciones…”, “estaba tildado de prácticas de homosexualismo [sic], aberración que llegó a ser vox populi…”. De alguna forma, con esos tres disparos (masón, socialista y homosexual) aquella intolerante España de Franco vuelve a fusilar al autor de Poeta en Nueva York. Esta vez es una muerte civil.
La muerte del poeta
No es fácil, al no llevar firma ni sello, identificar tras las gruesas palabras a Julián Fernández-Amigo Muñoz, pero él era en 1965 el inspector jefe de primera de la Brigada de investigación Social de Granada, a la que el gobernador pidió la elaboración de un informe sobre “la muerte del poeta”. Y como tal el responsable último, y más que probable redactor, del texto. “O lo hizo él, o lo mandó hacer y lo supervisó”, afirma sin titubeo Miguel Caballero, autor de ‘Las trece últimas horas en la vida de García Lorca’ e investigador lorquiano que ha puesto nombre y rostro a los seis integrantes del pelotón de fusilamiento del poeta.
Fernández-Amigo es el mismo policía raso que en 1936 quiso entrar a ver al poeta cuando ya estaba detenido, pocas horas antes de su fusilamiento. “Al verme a mí sacar un cigarro, me dijo que le diera uno. Fui a dárselo, pero tuve que liárselo yo mismo, se lo encendí y le dejé el paquete allí”, contaría década después al autor del libro ‘Los últimos días de García Lorca’, Eduardo Molina Fajardo. La profusión de datos que aportó en aquella entrevista nada tiene que ver con su informe de 1965. En ese documento, Fernández-Amigo es más impreciso (dice que su detención “se efectuó en los últimos días de julio o primeros de agosto de 1936”), el encuentro con Lorca tiene una fecha cierta: el 16 de agosto de 1936. A la madrugada siguiente fue fusilado.