Hay un aire de familia entre Donald Trump y Marine Le Pen, pero ambos están lejos de ser los hermanos siameses de la ola populista que sacude a los países de ambas orillas del Atlántico.
El mismo tono de voz en sus mítines, la voz crispada y amenazante. El mismo mensaje contra las élites políticas y mediáticas, y la misma promesa de elevar fronteras —físicas y económicas— para recuperar la soberanía de sus países, supuestamente perdida. El dedo acusador hacia los inmigrantes, también. La habilidad para captar el aire de los tiempos, el malestar que aflige a las sociedades occidentales. Y una idéntica nostalgia de un pasado nacional idealizado.
Aquí terminan los parecidos. Basta escuchar unos minutos a Le Pen, la candidata que aspira a repetir esta primavera en Francia el éxito inesperado de Trump en las elecciones de noviembre en Estados Unidos, para entender que ambos tienen en común esto, un aire de familia, y poco más.
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