La editorial del diario El País del pasado 11 de noviembre probablemente sea una de las más comentadas en su historia, y no por lo larga y enredada -que lo fue- sino por el fondo en el que reconoce el tamaño de la crisis por la que atraviesa y que le llevó a despedir a casi un tercio de su plantilla. El texto es digno de atención no sólo porque se trata del diario en español más importante del mundo y el que ha servido de escuela y ejemplo de buen periodismo en muchas ocasiones, sino porque lo que hoy experimenta ese periódico es en buena medida lo mismo que enfrenta el periodismo en todo el mundo.
Porque si bien esa coyuntura es resultado en parte de la propia debacle que hoy sufre toda la economía española -con casi 5 millones de desempleados- lo que las propias cifras que aporta el diario muestran son dos tendencias que se viven más allá de sus fronteras: la caída de las ventas de las ediciones en papel por la masiva migración de lectores a los formatos gratuitos en web, combinada con una pérdida en la publicidad en el formato tradicional que no se ha visto compensada en la misma proporción por los anuncios en línea.
Esos dos fenómenos son la esencia de la crisis que se vive en buena parte de las redacciones y cajas de la prensa internacional que siguen en la búsqueda de un modelo de negocios que les permita ser financieramente viables a pesar de este entorno en donde los consumidores parecen poco deseosos de pagar por lo que consideran pueden conseguir gratis, al tiempo que la gran parte del dinero en línea se queda en empresas como Google que sigue siendo el gran ganador a pesar de los enojos y reproches de diarios como los brasileños que buscan obligar a ese gigante a compartir con ellos una parte del pastel.
Pero en medio de esta transición hay un tema que debería preocuparnos, en particular a los mexicanos, y es la forma en que nuestros medios están sorteando esta crisis. Porque si bien sabemos que nuestro país no está exento de este fenómeno no tenemos idea de cómo andan las finanzas de nuestros principales diarios y revistas. Habrá quien piense que no tendríamos porque saberlo. Que si en el caso de El País o el New York Times tenemos información de este tipo es porque son empresas públicas, que cotizan en bolsa, y que de no ser por eso tendrían derecho a mantener sus números reservados como cualquier empresa.
Eso es cierto salvo que al ser entidades relevantes para el público, los lectores deberíamos saber cómo están sus finanzas bajo la premisa -como destaca la editorial de El País- que tener finanzas sanas es la mejor forma de mantener una línea editorial independiente de poderes económicos y políticos. ¿O cómo puede ser crítico un medio cuya sobrevivencia depende completamente de la publicidad oficialo de un empresario en particular?El medio tiene derecho a buscar su solvencia pero el lector también debería saber quién paga por la información que está recibiendo.
El mero planteamiento parece ingenuo y salvo algunas excepciones -como etcétera – nadie hace público de dónde sale el dinero para el pago de las nóminas. Mala cosa y habrá que buscar soluciones. La más obvia pasa por obligar al gobierno entrante a hacer transparente cada peso que transfiere de los impuestos – y por vías indirectas- a cada medio de comunicación, y en la medida de lo posible empujar desde la sociedad -observatorios, universidades y otros medios- hacia una cultura de la transparencia.
Porque como apunta un colega periodista: los medios mexicanos apenas salían de la opaca relación con el gobierno -que a la buena o la mala busca un periodismo a modo- cuando ahora enfrentan una crisis en el modelo de negocio que les coloca en una posición de vulnerabilidad de cara a los nuevos tiempos políticos.
Por eso ante el actual panorama más vale abrir los ojos pues si le pasa a El País, nada impide pensar que lo mismo le pase a nuestros propios diarios y revistas, sólo que aquí nadie esté discutiendo lo que eso puede significar para la libertad y la calidad de la información de medios, periodistas y audiencias.