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lunes 23 diciembre 2024

La nave va

por Juan Villoro

En la necesaria reivindicación de los derechos de los pueblos originarios a veces se pone el acento en su raigambre vernácula y el movimiento se circunscribe a intereses locales. No es el caso de los nuevos zapatistas. Desde un principio, su sorprendente ideario ha sido una aventura de la diversidad y la inclusión (“Un mundo en el que quepan muchos mundos”), y han convocado encuentros de todo tipo, como la reunión que no vacilaron en calificar de “intergaláctica”.

En 1996, el EZLN firmó los Acuerdos de San Andrés con los representantes del presidente Zedillo. El fin del conflicto parecía a la vista; se garantizaba la autonomía de los pueblos originarios sin vulnerar la soberanía. Se llegó a ese punto después de discusiones extenuantes. Quienes participamos como asesores de los zapatistas en las sesiones previas a la firma no podemos olvidar la negativa de la delegación oficial a hacer propuestas e incluso a comentar lo que se les decía: “Estamos aquí para escuchar respetuosamente”, repetían como un mantra. Aun así, se llegó a una aparente solución. La paradoja es que, mientras los rebeldes confiaban en la palabra empeñada, el gobierno se disponía a traicionarla.

Cuatro años después, cuando Vicente Fox ganó las elecciones, los Acuerdos eran letra muerta. En su campaña, el “candidato del cambio” prometió resolver el problema de Chiapas en 15 minutos y en su toma de posesión insistió en hacerlo. Los zapatistas lo tomaron en serio e iniciaron la Marcha del Color de la Tierra, que desembocó en el Zócalo y permitió que la comandante Esther hablara en el Congreso (a pesar de la encendida arenga de Felipe Calderón, entonces diputado, con la que trató de impedir que una mujer indígena se dirigiera a la nación). El mensaje zapatista fue claro: respeto a la legalidad y derecho a participar en la Casa de la Palabra, el Congreso de la Unión, es decir, a pertenecer al país. Poco después, el PRI, el PAN y el PRD votaron en contra de convertir los Acuerdos de San Andrés en ley. Así se esfumó una posibilidad histórica. Como en el cuento de Kafka

“Ante la ley”, se cerró una puerta que no custodiaba otra cosa que una ilusión.

Los zapatistas se refugiaron en sus territorios y se consagraron a la tarea, menos espectacular pero sin duda épica, de transformar la vida diaria. En Justicia Autónoma Zapatista, Paulina Fernández Christlieb ofrece un detallado recuento de los trabajos de las Juntas de Buen Gobierno y la democracia directa que se ejerce en los cinco “caracoles” zapatistas.

En esta lucha por la equidad ha sido decisiva la perspectiva de género, que en 2018 llevó al Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan (retomado en 2019 con la participación de delegadas de 49 países).

Quienes menos tienen han brindado una continua lección de respeto por el otro en tiempos de polarización, donde la discrepancia es sinónimo de enemistad. Hace un par de días anunciaron que zarparán a Europa para conmemorar ahí los 500 años de la caída de Tenochtitlan. No los anima un afán revanchista, sino el deseo de dialogar en la diferencia.

Al referirse a España parten del reconocimiento elemental de que el mestizaje existe, lo mismo que la multiculturalidad. Es absurdo pedir a los españoles del presente que respondan por la política imperial de Carlos I y Felipe II. Por otra parte, los mexicanos no somos ajenos a lo español. En su extenso comunicado, los zapatistas recuerdan que la especie entera viene de África, y que los crímenes que ellos condenan son tan recientes como el asesinato del ecologista Samir Flores Soberanes, que se oponía a la termoeléctrica en La Huexca, Morelos.

La travesía zapatista mostrará que el realismo mágico puede ser costumbre y que lo ajeno mejora lo propio: “Hablaremos al pueblo español. No para amenazar, reprochar, insultar o exigir. No para demandarle que nos pida perdón… ¿De qué nos va a pedir perdón España? ¿De haber parido a Cervantes?”.

Los escépticos hablarán de romanticismo iluso y los paranoicos de manipulación internacional. No será la primera vez que un viaje sin rutas definidas parezca un despropósito para quienes ignoran que lo nuevo se caracteriza por no haber ocurrido antes.

“Abril es el mes más cruel”, escribió T. S. Eliot en La tierra baldía, poema concebido entre dos guerras mundiales.

En abril de 2021, los zapatistas propondrán otra forma de residir en la Tierra.


Este artículo fue publicado en Reforma el 09 de octubre de 2020. Agradecemos a Juan Villoro su autorización para publicarlo en nuestra página.

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