El uso de la información como método de manipulación de la percepción de la audiencia, de la gente, con el fin último de cambiar su comportamiento no es nuevo; es el objetivo de la propaganda y ha sido por mucho tiempo el uso que se le ha dado de los medios de comunicación masivos tradicionales alineados con los gobiernos. Para el ser humano, percepción es realidad. Así, no se puede cambiar los hechos, los sucesos y la realidad, pero se puede manipular la forma en que se presenta la información para entender esos hechos y cambiar la percepción de la realidad.
Hoy, luego de 20 años, gracias a Internet la información que se genera en el mundo entero está, literalmente, al alcance de la mano, a un clic de distancia, sin filtros. Al menos no filtros aparentes o evidentes. La audiencia más que nunca, la gente, el grueso de los usuarios, tiene la total libertad de elegir qué contenido consumir. Y, fieles a la naturaleza humana, el contenido más fácil de consumir es el que ofrece certezas al reforzar códigos preexistentes, el consumo basado en el sesgo de confirmación.
Con tal saturación de información, frecuentemente contradictoria entre sí misma, se propicia confusión y los usuarios terminan aceptando el contenido que resulta fácil de aceptar por ir en concordancia a su percepción. No exclusivamente a sus ideas o a sus conocimientos, sino simplemente porque le parezca congruente, con sentido a lo que percibe. Y así, lo aceptará como verdad para entender su entorno y validarlo como la realidad. Aunque le mientan. Una vez aceptado como verdad, aunque venga un desmentido, surgirán resistencias para aceptar la corrección y ajustar en consecuencia la percepción.
¿Por qué sucede esto? Es posible que ante la incertidumbre, la audiencia, en persona del usuario, accione mecanismos que le permitan lidiar con la confusión y el miedo. La mente humana necesita encontrar referencias claras entre lo que percibe y la forma en que eso se racionaliza en el pensamiento. Pero la contradicción que un desmentido causa no se puede mantener por mucho tiempo, al desafiar creencias, pensamientos, ideas y hasta la identidad misma. Para lidiar con estas contradicciones se encuentra alivio mediante el autoengaño.
Cuando la desinformación, el engaño, es desmentido, pero el usuario se aferra a la idea equivocada original, se convierte en autoengaño. La necesidad, la urgencia, de creerlo, aunque no sea verdad, aunque no sea real, solo por coincidir con sus ideas preconcebidas y su percepción.
Se habla de autoengaño en la capacidad de racionalizar, libre y voluntariamente, algo como válido, aceptarlo como real y verídico, aun cuando la evidencia, los argumentos lógicos, los hechos comprobables, son opuestos y comprueben lo contrario a lo que se desea creer.
El autoengaño tiene una peculiaridad, implica el ejercicio del convencimiento voluntario a sí mismo, de una verdad o la falta de la misma, según la situación. Es posible ejercer autoengaño para aceptar como verdad algo, aunque sea falso, o lo opuesto; aceptar como falso algo, aunque sea verdad.
No siempre hay un acto premeditado guiado por ideología. Con frecuencia el autoengaño surge como un mecanismo de protección donde la mente filtra información que sencillamente resulta insoportable, que resulta completamente adversa, pero que además se percibe como un riesgo en uno o varios aspectos de la existencia misma.
Una de las maneras más sutiles de autoengañarse es mentirle a los demás para mentirse a sí mismo. Hay quien se aferra a un engaño, aunque sea desmentido, lo convierte en autoengaño, y empieza a querer racionalizar sus ideas ejerciendo criterios selectivos para lidiar con la disonancia que esto le causa.
Hay quien hace del engaño la forma en que busca lograr algún objetivo, aunque recurra a manipular a la audiencia desafiando su percepción. Pero hay quienes reciben información que busca engañarlos y les ofrece el falso consuelo de una sensación de certeza, aunque no sea real.
A veces, con más frecuencia de lo que se puede creer, el autoengaño es el lugar seguro que ofrece consuelo buscando explicarse una situación adversa transfiriendo la responsabilidad a alguien más. El autoengaño ofrece una alternativa para lidiar con la complejidad de la realidad.
Recurrir al autoengaño como forma de protección no solo es un problema por limitar la comprensión de problemas complejos, sino que además limita la correcta toma de decisiones para encontrar solución a estos mismos problemas. Entre las etapas de solución de un problema se requiere identificarlo claramente y a partir de eso formar un diagnóstico adecuado y pasar a la acción. El autoengaño puede generar un sesgo sutil, pero no menos peligroso, al hacer creer que no se tienen a la mano elementos para actuar, evadiendo la responsabilidad y el propio potencial. El autoengaño puede conducir a una forma nociva de inmovilidad o inacción, puede construir la percepción, real o infundada, que una situación no tiene remedio, que un problema no tiene solución. Que no se puede estar mejor. O que, para lograrlo, se necesita de algo o alguien más. De un salvador casi mesiánico, o de un caudillo. Siempre en algún punto aparecen los caudillos.
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