Lo que se conoce como moral es el conjunto de valores, normas y creencias que ayudan a perfilar lo que se acepta o rechaza en el comportamiento social. La moral surge como una enseñanza que se inculca en forma de valores y da los parámetros para juzgar el comportamiento de las personas.
Un discurso basado en moral ayuda a modelar socialmente, en el colectivo, qué comportamientos se aceptan o se rechazan. Se ha comprobado por diversos estudios que la comunicación que más fácilmente se difunde vía redes sociales es la que tiene como rasgo distintivo la carga moral; mensajes tendientes a determinar qué está bien, qué está mal y, colocarlos en una escala de lo socialmente aceptado o rechazado.
Y también en la comunicación política, mensajes con carga moral expresados de manera emotiva, ya sea como forma de refuerzo afirmativo o para expresar malestar y enojo, son los que más impactan a través del espectro político a su audiencia simpatizante.
Como nunca en la historia, la sociedad está hiperconectada, la información del mundo entero está al alcance de la mano en el bolsillo. En específico, las redes sociales aproximan grupos que como parte de su afinidad, comparten esas cargas morales, lo cual, en primer momento y mayormente permite movilizaciones basadas en cooperación, lo que llamamos solidaridad.
Pero también existen convocatorias basadas en cargas morales con tendencia a propiciar la violencia y justificarla como válida. La moral también tiene un lado oscuro.
El problema luce especialmente grave cuando son países completos los que están bajo la influencia de líderes carismáticos, altamente hedonistas, con una clara tendencia al narcisismo y la megalomanía. Estos líderes tienen como principal modelo de comunicación mensajes que expresan cargas morales con tendencias altamente manipuladoras, pero siniestras, que como primer efecto tienen incitar y propiciar la polarización social. Cuando el grupo adopta como propia la moral del líder les permite con convicción justificar todas las acciones, omisiones, dichos, aunque resulten de mayor gravedad que las de aquellos que no pertenecen al grupo.
La afinidad del grupo cediendo elementos de su moral y sustituyéndolos por la del líder, los lleva a adoptarla como un dogma, tal como sucede en las religiones. No es casual que, en casos como México, se difunde un panfleto disfrazado de “guía moral” basado en buena parte en versículos bíblicos, donde se tiene como, supuesta guía, los principios de “no mentir, no robar, no traicionar”, que resumen uno o más de los “10 mandamientos de la ley de dios” de la tradición católica.
Cuando grupos con altas cargas de convicciones basadas en moral, pero en extremos de simpatía o afinidad política, son confrontados, aceptarán cualquier comportamiento mientras sea congruente con su propia visión del mundo, de lo social, moralmente, aceptado.
El problema es que esto diluye las resistencias que inhiben los comportamientos transgresores y violentos en tanto vayan dirigidos a aquellos que se perciben como adversos a la moral marcada por el líder siniestro; aquellos que se perciben como “malos”, como “injustos”, como “corruptos”, como “golpistas”, como “conservadores”, como “chayoteros”. Como “fifís”. No importa la etiqueta, no importa el adjetivo, en tanto el líder carismático, siniestro, induce en la narrativa los elementos que mantengan esa distancia y su confrontación.
Además que implícitamente en esa misma narrativa se mantiene el rechazo a la conciliación, poniéndola a la luz de una forma de complicidad y traición. Quién está de acuerdo con quien no comparte la misma carga moral indicada por el líder, es repudiado y estigmatizado. La polarización no conoce términos medios.
Para los usuarios recurrentes de redes sociales es lo habitual. Recibir como respuesta a una crítica, a una exigencia, a una mera opinión, una retahíla de falacias y pseudoargumentaciones, que buscan colocar todo en la perspectiva de lo moral y a partir de eso coercionar y coaccionar a quien la expresó.
Solo que además, este tipo de narrativa llevado a lo colectivo es una chispa de accionamiento social muy poderosa. Cuando esas cargas se aceptan como válidas, la audiencia no dudará en tomar cualquier acción y llevarla fuera de la pantalla, para derrotar, literalmente, a esos enemigos abstractos, no siempre reales, que son a quienes el líder carismático ha señalado, siempre bajo su propia moral.
Las convicciones morales son un elemento modulador del comportamiento, pero llevadas al extremo de lo radical, se vuelven un motor que estalla la violencia rompiendo cualquier inhibición.
Hay un giro peligroso, socialmente muy nocivo. La realidad dice que ninguno de los grupos es malo por definición. Todo lo contrario. El problema, lo que el siniestro líder carismático explota, es que los grupos confrontados, todos, creen defender causas justas, virtuosas, trascendentes, pero la narrativa mantiene el choque impidiendo consensos donde se logre un bien realmente común. Se resume en el viejo dicho, “divide y vencerás”. Aunque ese vencer sea el anhelo de la acumulación absoluta de poder y ejercerlo sin el mínimo de los obstáculos.
Hagamos red, sigamos conectados.