jueves 21 noviembre 2024

Kumadori: la creatividad coreográfica en la pandemia

por Germán Martínez Martínez

El ser doble de Kumadori. Cinefotografía de Mauricio Novelo.

Los proyectos de la coreógrafa Priscella Uvalle, como los de los demás creadores en el último año, han enfrentado la circunstancia creada por la pandemia. Esto ha implicado grandes restricciones a las representaciones escénicas. Sin embargo, el fin de semana del 27 y 28 de marzo de 2021 se estrenó finalmente la pieza que Uvalle describe como “interdisciplinaria”: Kumadori: La piel bajo el rostro, una obra audiovisual filmada.

La actividad fue híbrida: con público en línea, a través de Vimeo y Zoom, y presencial, en el foro Municipio Libre de la Ciudad de México. Ambos públicos convivieron en las conversaciones subsecuentes con la directora y sus colaboradores. En octubre de 2020, en la entrega inicial de esta columna semanal de crítica cultural, mencioné que un productor teatral afirmaba que había llegado el tiempo de volver a los teatros. Decenas de miles de muertos después, con la perspectiva de una tercera ola de contagios en el país y ante una vacunación sumamente lenta es previsible que en México las artes escénicas no retomen su cauce en lo que resta del 2021. Aun sin restricciones, los públicos no necesariamente correrán a llenar teatros abiertos, como lo demuestran los cines, en que no se agota siquiera su capacidad limitada. Pero, ante la adversidad, los artistas pueden experimentar. Este es el camino que Uvalle ha tomado.

Raquel Salgado en Kumadori. Cinefotografía de Mauricio Novelo.

Kumadori es una pieza que, si bien está fuertemente sustentada en la danza, tiene elementos que trascienden la mera filmación de una coreografía. Para lograr esto fue fundamental la colaboración de artistas de diversos campos. De manera notoria, el cineasta Mauricio Novelo, que colaboró en el proyecto como cinefotógrafo y editor. Así como Lila Méndez Pap, que se encargó del vestuario, y Gabriel Pareyón que hizo la música y el diseño sonoro. Raquel Salgado, Aisha Serrano y Marcela Vásquez se desempeñan no sólo como bailarinas sino como intérpretes en un sentido más amplio, pues hay escenas en que sus expresiones faciales dan vida a la pieza —en un tono que recuerda cierto teatro del absurdo. Con la dirección de Uvalle, todos confluyeron en un esfuerzo por crear un material audiovisual efectivo en sí mismo.

El reto que explícita o tácitamente se planteó la coreógrafa fue lograr una película coherente. Esta consistencia no tenía que estar asociada con un sentido discernible. Kumadori no es una pieza que se entienda argumentalmente y quizá no sea una creación que deba descifrarse en esos términos o, peor aún, de forma simbólica. Esto la aleja del cine visto con más frecuencia. Sin embargo, para ser cine experimental acaso la pieza de Uvalle sea demasiado figurativa. Al mismo tiempo, para “videodanza” a Kumadori le sobran recursos cinemáticos y teatrales bastante acertados. Una etiqueta clasificatoria poco ayuda a comprender y disfrutar este tipo de obra.

Aisha Serrano en Kumadori. Cinefotografía de Mauricio Novelo.

Kumadori cuenta con un montaje y una musicalización competentes. No obstante, resiente cierta falta de ritmo. Esto se acentúa al final. Tras explorar objetos, movimientos e interpretaciones dancísticas, la pieza concluye con secuencias en que una cámara que antes flotaba, súbitamente se vuelve fija. El trasfondo son unas montañas y un sol menguante. Seguramente, en persona, esa geografía es estremecedora. No faltarán espectadores que elogien la vista en términos tradicionales. Pero en la lógica de Kumadori esa magnificencia natural es disonante, pues podría haber sido un mero telón de fondo de representación en un foro. Superar rasgos como éste ubicaría la interdisciplinariedad mencionada por Uvalle de manera plena en la urdimbre de la obra y nos permitiría asomarnos de lleno a una perspectiva que tiende puentes entre las artes.

La consistencia de Kumadori definitivamente está en el resultado audiovisual, pero el discurso sobre la pieza desatina a ver lo mejor de la obra. Una particularidad del trabajo está en la conjunción de talentos que Uvalle logró, incluyendo el suyo mismo. Por ejemplo, la interacción entre las bailarinas y Novelo. El cinefotógrafo logró momentos de notable sutileza, en que su cámara no sólo acompaña la danza de Vásquez, Serrano y Salgado, sino que baila ella misma por su parte. En otras ocasiones, Novelo aprovechó la excesiva nitidez de la alta definición para crear planos de carácter tridimensional. Sin embargo, al conversar de Kumadori, Uvalle habla más de elementos de folklore, y de conexiones culturales entre México y Japón, que escapan a las referencias de la mayoría de su público y que, palpablemente, no son la sustancia de su exploración. Afortunadamente, la creatividad coreográfica y artística de Uvalle la llevan más allá de discursos que ni siquiera son propios, sino que distinguen al gremio cultural: son el lastre de ideologías bien vistas que, en realidad, encasillan las visiones de los creadores.

Marcela Vásquez en Kumadori. Cinefotografía de Mauricio Novelo.

El “cuerpo” se ha vuelto un lugar común tanto para académicos como para artistas. Como suele ocurrir con los clichés intelectuales, muchas veces las reflexiones sobre el cuerpo se estancan en enunciaciones circulares. De manera semejante, un tópico sobre el erotismo es el de su banalización y comercialización. Uvalle también puede expresarse en esos sentidos, pero su obra está lejos de ser un lugar común. Uno de los fragmentos de Kumadori presenta a Vásquez en una pequeña cascada en tiempo de sequía. Su baile es una muestra de la colaboración entre la dirección de la coreógrafa y la libertad de las intérpretes: juntas encuentran un erotismo basado en dinámicas ajenas a lo convencional. Más notable todavía es la exploración del cuerpo que Uvalle materializa. Es por demás perceptible que las intérpretes son mujeres. Aún así, en la pieza los cuerpos indudablemente femeninos escapan a nuestras percepciones: se convierten en cuerpos sin género, personas en movimiento. En Kumadori, Priscella Uvalle da más pasos como directora: su sentido estético la salva de las ideas prefabricadas.

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