Se escucha a menudo que las batallas en Twitter son fútiles, que los verdaderos héroes están en las calles haciendo pueblo, movilizando el voto, fundando organizaciones de la sociedad civil, impartiendo cursos de civismo y litigando en las cortes. Se trata de una ridiculización similar a la urdida contra el periodismo de opinión por quienes sólo reconocen como verdaderos a los periodistas en la Sierra de Guerrero investigando al narco y arriesgando la vida, como si el valor sólo residiese en la temeridad extrema o como si el periodismo de opinión no conllevara también sus riesgos. Ya he defendido al periodismo de opinión antes y permítame ahora hacerlo con la opinión tuitera.
Es obvio que el tuiterismo no es una actividad que le reste a las otras. Por el contrario, a menudo es complementaria. Casi nadie es solamente un tuitero; habitualmente hay detrás un articulista, un podcaster, un conductor, un maestro, un académico, un político, un periodista, un empresario, un artista, un editor, alguien inquieto que usa Twitter para amplificar su voz, llegar a otras audiencias, incrementar su influencia, estar presente en los debates del día.
Aun a juzgar por el alcance, sospecho que el usuario promedio de Twitter tiene más repercusión que cualquier homo sapiens promedio en la historia humana. Twitter no sólo da la oportunidad de presenciar los sucesos del día, también de ser partícipes. Como decía el gran Hitchens, uno nunca debe ser espectador de la estupidez ni de la injusticia sin importar si se encuentra frente a ella en el desierto o en un estadio. Cuando se es honesto, a las discusiones en Twitter no se entra mediante un cálculo: uno no refuta a un pendejo, a un propagandista sin escrúpulos, o a un mentiroso porque le vayan a dar una medalla; lo hace por principio o por el placer mismo de discutir. For the sake of argument.
Twitter permite exhibir a las peores alimañas, a los más grandes trapecistas y saltimbanquis, a los farsantes y embaucadores, a los facilitadores y apologistas, a los tramposos, a los sofistas y a los charlatanes. Dudo que sin Twitter hubiéramos podido desenmascarar y confrontar tan efectivamente a los más sofisticados colaboracionistas del régimen demagógico que pretende destruir nuestra democracia. No hay mejor prueba de que las batallas tuiteras importan que el enorme interés que les pone el propio régimen. Saben de su influencia. Antes fueron sus aliadas y hoy que están en el poder son sus enemigas. Al poder le interesa ganar la discusión tuitera que ya lleva perdida. Ayer las redes fueron benditas porque les sirvieron para engañar a muchos; hoy son malditas porque los desenmascara en el abuso del poder.
Los hombres libran sus batallas en los foros de su tiempo. Algunos literatos del siglo XIX también vieron con recelo la aparición de los periódicos y repudiaron al periodismo por multitudinario y superficial, atributos que hoy fácilmente podrían achacársele a Twitter. Es el tradicional conservadurismo reaccionario de los hombres cultos. Por mi parte, le debo mucho. Jamás tuve amigos, ni padres, ni familiares en política ni en los medios. En Twitter me echaron el ojo. No hubiese sucedido repartiendo flyers en el metro, ni movilizando votantes en Chilpancingo.