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sábado 14 diciembre 2024

Julián Hernández: un formalista del cine

por Germán Martínez Martínez

En su película El cielo dividido (2006), el cineasta Julián Hernández muestra una comprensión superior del amor. Hernández es uno de los mejores cineastas contemporáneos de México. Su obra no es marginal —ha obtenido premios internacionales—, pero en su país ha carecido de la atención que merece su calidad formal. Es inevitable pensar que se encasilla a su cine como si fuera sólo una expresión de “diversidad sexual”. Esta caracterización es inadecuada. Ahora, la Cineteca Nacional de la Ciudad de México presenta un ciclo de películas de Hernández del viernes 14 al domingo 23 de mayo de 2021: puede ser un comienzo para superar la relativa desatención hacia su filmografía.

Jonás, interpretado por Fernando Arroyo, en El cielo dividido.

Es necesario explorar las razones por las que el cine de Hernández no ocupa la centralidad que le corresponde. En la Cineteca, en el diálogo con el director posterior a la proyección de una cinta reciente, una joven —uniformada de izquierdista—, expresó cuánto le había desagradado la película, exigió que le devolvieran el dinero pagado por su boleto y cuestionó que se exhibieran películas como esa. ¿Le incomodó la representación gráfica del sexo que Hernández suele hacer —aunque en esa obra no ocurriera tanto, ni sólo entre hombres, como en otros filmes del director? ¿O acaso sería la apariencia de los personajes o la combinación de lo explícito del sexo y las características físicas de los actores?

Gerardo y Jonás, personajes de El cielo dividido.

Otros cineastas mexicanos pretenden representar la diversidad racial de su país identificando lo mestizo con la fealdad o incluso la monstruosidad —el pretexto suele ser una supuesta comicidad, como al ridiculizar recurrentemente a mujeres de baja estatura y mórbida obesidad. Los artistas deberían poder burlarse de quien quieran, pero la repetición del mismo tipo de retratos muestra que la caricaturización de los mestizos en el cine mexicano es un fenómeno social, no el resultado de la creatividad. En cambio, igual que en los filmes de su productor habitual —el también director Roberto Fiesco, quien aparece como extra en El cielo dividido—, las películas de Hernández usan actores que corresponden con la apariencia mestiza promedio de la región central de México. Varios son personas particularmente atractivas, hombres hermosos, pero no estereotipados —sus pieles, por ejemplo, no son impecables. Estas decisiones de Hernández no son sólo un posicionamiento social: están ligadas a la estética de su cine.

El cuidado formal del segundo largometraje de Hernández es palpable. En cuanto a diálogos, El cielo dividido es casi silente. Su dimensión auditiva es, sin embargo, riquísima. La mezcla de diversos géneros musicales es tan pertinente que apenas se nota; las composiciones originales de Arturo Villela Vela a momentos semejan piezas medievales, en otros recuerdan tonos orientales y en ocasiones son definitivamente música de vanguardia. En lo fotográfico, lo mismo está la cercanía de los rostros que la escenificación de un desencuentro en gradas solitarias que se vuelven gigantescas y desamparan a los personajes. Cuando corresponde, las sombras son absolutas. La complejidad de los planos, que no son fórmula sino planteamientos únicos, llega a provocar confusión: la abrumadora experiencia de los diferentes tiempos, incluyendo el del deseo, que se convierten en un solo tiempo en la desbocada mente del enamorado.

En El cielo dividido hay un elemento literario que en primera instancia puede parecer improcedente: un epígrafe sobre la memoria, una profesora que explica el amor según un clásico, letras de canciones con versos directamente relacionados y sobre todo un narrador con largas intervenciones. Esto evidencia el tema del amor de manera verbal. El narrador llega a resolver hilos argumentales y a pronunciar frases alambicadas —acaso insignificantes—, pero finalmente funciona como lo hacían los intertítulos del cine mudo, oyéndose mientras hay disolvencias blancas en la pantalla.

El-cineasta-Julián-Hernández

El cielo dividido es una película sobre el amor entre Jonás y Gerardo, pero sobre todo acerca del fin del amor: la experiencia de que el cielo se quiebre, que el mundo se desmorone ante la pérdida de la pareja amada. En el filme no hay pretensión de realismo sino una coreografía que, paradójicamente, es más cercana a cómo se vive el amor de lo que transmitiría una historia imbricada. Uno de los dos muchachos quiere al otro con ternura, como se quiere a quien no provoca pasión. Esta falta de coincidencia es lo más común —en la película y nuestro mundo—, por eso surgen el personaje que se atormentará por Gerardo y el hombre de las fantasías de Jonás: las personas se encuentran y separan para reincidir con alguien más: el amor como Sísifo. Es la tragedia de la falta de coincidencia amorosa. Gerardo es reconfortado por su madre: ese gesto cifra nuestra necesidad de amor. Jonás, quien carecía de pasión por Gerardo, termina recordándolo a diario. Hernández parece decirnos que en la danza de los amantes dominan los pasos equivocados, pero el baile continúa.

Poco importa si el sufrimiento por el desencuentro amoroso es representado por una pareja heterosexual o personas del mismo sexo. En una sociedad abierta ni siquiera sería tema que se trate de dos hombres. En una comunidad cinematográfica de avanzada no habría sólo visibilidad de la diversidad sexual y su pretendida tolerancia —que se niega a sí misma al no valorar lo que llanamente es cine. En percepciones dispuestas a lo cinematográfico, El cielo dividido y las demás películas de Julián Hernández tienen un lugar privilegiado: son fuente del placer que sólo el cine ofrece.

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