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martes 05 noviembre 2024

La mayoría silenciosa

por Pablo Majluf

Muchos se preguntan cómo es que con los saldos de este gobierno no está incendiado el país. Por qué si hay medio millón de muertos por la epidemia, entre 10 y 15 millones de nuevos pobres, una caída de 10 puntos del PIB, cientos de miles de empleos perdidos y negocios cerrados, más de 80 mil muertos por la violencia homicida y una destrucción institucional sin precedentes, no está encendida la pradera. En otros países la gente ya estaría en las calles por muchísimo menos. Nosotros mismos lo hemos estado en otros sexenios con apenas dos o tres escándalos fuertes. ¿Por qué no hay ahora un clima de protesta generalizada? He aventurado algunas hipótesis antes: desde el uso de la comunicación presidencial como distractor y la desatención acrítica de los medios, hasta el encierro por la emergencia sanitaria.

Pero acaso hay una más sencilla y obvia. Quienes antes incendiaban el país están ahora en el poder. Pregúntese usted por qué parecía que a Peña Nieto se le desbarataba el país apenas al segundo año de gobierno, concretamente tras Ayotzinapa y la Casa Blanca, con noches de piras gigantes en el Zócalo y marchas multitudinarias que parecían retratar al pueblo sublevado, y en cambio, a López Obrador –con el trienio más desastroso en la historia de México– no. Tal vez sólo el feminismo emancipado del régimen ha infundido esa sensación, pero ha sido insuficiente, quizá porque no es un movimiento que resuena con el grueso social.

7 marzo 2021. Mujeres proyectan consignas en la fachada de Palacio Nacional.

Recordar al obradorismo como oposición ayuda a entender quiénes están en el poder hoy. Se trata de un vasto entramado de organizaciones políticas, sociales y mediáticas que saben hacer eso: enardecer. No es fácil: se requiere gente ducha en la propaganda, la guerra sucia, el sabotaje, la formulación de mitos, la movilización, la extracción de rentas y el choque político. No digo que los escándalos de antes no debieron merecer un descontento masivo, sino que encima tuvieron la curaduría y el tratamiento político precisos para ello: se necesitan recursos, horarios, planes, líderes, instrucciones, agendas, órdenes. Y ese bloque lo sabe hacer muy bien desde los 60s y 70s. Así fue como confeccionaron sus hitos y mitos en el camino al poder: el desafuero, el fraude del 2006, el genocidio de Calderón, otro fraude en 2012, las masacres de Peña Nieto.

La oposición de hoy no sabe hacer eso. Emplea otros métodos. El rumor clasemediero, el desplegado, la editorialización, las organizaciones de la sociedad civil, la resistencia jurídica, el litigio estratégico, las cámaras empresariales, el voto. Pero no sabe tomar un escándalo local y ascenderlo a nivel nacional para deslegitimar al poder central. Tampoco tiene un caudillo, alguien que se autoproclame encarnación del pueblo moral e histórico – sujeto sagrado del nacionalpopulismo.

Es por eso que no parece un movimiento. No es épico ni melodramático. Sin embargo, eso no quiere decir que no exista. Al final, la democracia es de números en las urnas, que son la fuente de la verdadera legitimidad.

Está anunciado que López Obrador no va a aceptar los resultados de las elecciones intermedias. Nunca lo ha hecho. Y va a intentar deslegitimar a la oposición desde ahí: desde la ausencia de un movimiento visible. Cantará fraude porque no es posible que el “pueblo” respalde algo invisible, algo que no hace ruido, que no quema efigies ni tira estatuas, que no se nutre de multitudes enardecidas, que no es, en pocas palabras, como él: aquella oposición tóxica. Estemos listos para defender a la mayoría silenciosa.

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