El presidente dice y repite cada vez que tiene oportunidad que él no miente. En sus oposiciones binarias, la verdad es para él una suerte de signo personal, una marca que, según afirma, le concederá su obsesivo anhelo de tener una lugar en la historia de México (“como uno de los mejores presidentes”); una señal que él quisiera encarnar frente a los políticos que mienten sin ningún escrúpulo, a los que moteja como “los de antes”. Pero su inclinación por lo binario esconde muchos embustes y falsedades.
Todo habrá de ser partido en dos mitades. Y solo dos. Así, habría dos estilos para gobernar (lo que “no tiene chiste”). Uno, según se juzga a sí mismo: AMLO es… el pueblo bueno –que él personifica en todo y por todo, incluso en sus subterfugios menos encomiables–, la honestidad –que se atribuye a sí mismo, así, sin más– y el ejemplo virtuoso –pues él es el alfa y el omega, que todo lo sana, perdona y purifica por su pretendida omnipresencia. Y para asegurar todo ello, el presidente solo se escucha a sí mismo: es para dar coherencia absoluta, a toda prueba, o mejor sin ninguna prueba, de sus dichos.
En el extremo distante, los “otros”, que son… el pueblo (in)conformista –la clase media, universitarios, intelectuales, grupos de mujeres, padres que piden medicinas para sus hijos, madres que buscan a sus hijas desaparecidas y justicia para ellas–, la deshonestidad –información de los medios de comunicación no sometidos, la oposición política, junto con la “mafia del poder”– y los vicios –el individualismo, el pensamiento crítico, el pluralismo de la sociedad civil, los derechos humanos.
¿Por qué este binarismo simplista y a ratos simplón? Porque se sigue un guión que puntualiza confrontaciones y cuya finalidad es preservar a toda costa el apoyo ciego de una parte de la población, a la que se le recuerda persistentemente que sus quebrantos y penurias se deben a los sectores “privilegiados”. Ya sabemos: los “buenos” contra los “malos”. Un antagonismo que divierte cuando vemos películas mexicanas de luchadores; pero que como discurso de gobierno solo depara enfrentamientos y calamidades; exclusiones graves y ríos de injusticias.
En otro de los ejes de su discurso simplista, amargoso y desabrido, se localiza una convergente oposición binaria: el pasado (“eso era antes”) y el presente (“eso ya se acabó”). Curiosamente, en su repertorio de polaridades, no figura el futuro. Lo que sea la 4-T, no tiene indicios de futuro: todo es presente porque el presente está representado y caracterizado por la figura del propio presidente. No existen modalidades en la narrativa presidencial que apunten al futuro, porque no existe un proyecto de país. Ocurrencias, muchas; un amasijo de ellas. Incluso, cuando le preguntan sobre algún asunto espinoso, simplemente responde: “se está investigando”. El presente domina.
Curiosa manera de dirigir un país. Se ha dicho que una frase condensa la política: es el arte de lo posible. Y lo posible es futuro, lo que puede suceder, lo que no sucede ahora. AMLO es pura terrenalidad presente. Quizá porque construir hacia adelante requiere del concurso de muchos, y esos muchos tienen planes e intereses, ideas e ilusiones. Significa entrar en negociaciones: ceder en algo para lograr algo más. Negociar comprende un menos y un más. AMLO no quiere ni siquiera hablar de ningún menos, aunque el país se haya vuelto un menos país con la 4-T.
Yo, la Verdad, hablo
Presumir que se habla con veracidad es un eco lejano de la paradoja del mentiroso. Esta se conoce también como la paradoja de Epiménides, quien fue un legendario poeta y filósofo del siglo VI a. C. a quien se le atribuye haber estado dormido durante cincuenta y siete años. Se adjudica a Epiménides el haber afirmado:
Todos los cretenses son unos mentirosos.
Siendo él mismo cretense, ¿dice la verdad o miente? Si lo que dice es verdad, entonces miente; y si miente, entonces dice la verdad. He ahí la paradoja.
Se trata de una paradoja que figura hasta en la Biblia. En la carta de San Pablo a Tito se lee: “Uno de ellos, su propio profeta dijo: ‘Los cretenses son siempre mentirosos, malas bestias y ociosos’. Este testimonio es verdadero”. (Tito 1: 12-13)
La mentira, siendo lo falso, se opone a la verdad. Y los mentirosos se reflejan en el espejo de la letra de la canción: “Voy viviendo ya de tus mentiras; Sé que tu cariño no es sincero Sé que mientes al besar; Y mientes al decir ¡te quiero!…”. Los mentirosos repiten y repiten falsedades, y más temprano que tarde terminan por caer en un mar de confusiones para ellos mismos, y rápidamente van perdiendo el piso de la realidad.
Por supuesto, hay de mentiras a mentiras. Un estudio realizado en la Universidad de Massachusetts reveló que el 60% de las personas mienten al menos una vez durante una conversación de diez minutos; caen en lo que se conoce como “mentiras esporádicas”. A veces también se denominan “mentiras piadosas”.
En cambio, la mitomanía es algo que cae en otra esfera diferente. El mitómano hace de la mentira la forma de vida de su persona. Un mitómano se convierte en mentiroso compulsivo. No puede dejar de mentir. Incluso, como señala el dicho popular, terminan por creerse sus propias mentiras. Así que no resulta extraño que un mitómano nos diga con toda seguridad: yo no miento.
Y es que los mentirosos compulsivos necesitan ocultar que están mintiendo para parecer sinceros. De manera que para resultar admisible en sus dichos, un mentiroso regular o compulsivo ha de decir algunas verdades, para deslizar a continuación una mentira plausible, una mentira que engaña. Los mentirosos compulsivos nunca van a confesar abiertamente que están mintiendo, pues si lo hacen se delatan a sí mismos y así no consiguen engañar a nadie. Por consiguiente, si alguien miente no empieza diciendo que está mintiendo (a menos que vaya a hacer un chiste). ¿Qué es lo que dice? Que dice la verdad.
¿Y la consulta?
En los próximos días tendremos una consulta popular (“la primera”, dice Claudia Sheinbaum Pardo, como muestra de “la democracia que vivimos”; ella olvida la consulta previa que tiró el aeropuerto de Texcoco; o sea, señora Jefa de Gobierno, ya no fue la primera consulta). El presidente repite que el pueblo debe decidir en una consulta si se enjuicia a los expresidentes (omite el mandato de la ley, como siempre). Pero la ciudadanía no muestra interés por una consulta, que o bien porque le parece innecesaria (cumplir la ley no se somete a consulta), o será manipulada (pocos concurrentes no hacen la consulta vinculatoria, lo que moverá la sospecha de que se trata de un ardid más). El presidente asegura que él no quiere meter a la cárcel a los expresidentes, pero de todas maneras solicita la consulta. ¿Miente o dice la verdad?
Si la consulta resulta un fracaso, el presidente volverá a la carga contra los expresidentes porque es una cuestión electoral y no tiene que ver con … la verdad. Ni siquiera con la verdad jurídica. En sus oposiciones binarias, la mentira en la 4-T aplastará nuevamente la verdad, al menos mientras siga el discurso delirante que crea enfrentamientos y conflictos para el solaz de uno solo, el omnipresente presidente. “Los mitos –escribió Albet Camus– tienen más poder que la realidad.”