La esencia política del populismo es la polarización, necesita siempre de un enemigo real o inventado para mantener la epopeya histórica de un cambio que no es posible porque el enemigo lo impide.
El populismo necesita polarizar porque requiere justificar su ineficacia y autoritarismo. Por eso divide en blanco y negro a la sociedad y se dirige a un ente monolítico al que le llama pueblo.
El populismo gana y avanza cuando estimula las mismas respuestas desde el otro polo. Lilly Téllez es un ejemplo. Pretende representar la (entendible) indignación que genera el populismo autoritario y se comporta igual en vez de anteponer mesura. En cambio recurre estímulos emocionales y desplantes histriónicas que inhiben al razonamiento. Su discurso es tan violento como el del otro extremo y ambas actitudes se dicen justificadas por el comportamiento del otro. Así se genera un espiral irrefrenable.
Esa no es, al menos no debe ser, la política que enfrente al autoritarismo. La democracia no es un concepto abstracto. Me parecen muy lamentables las imágenes de Lilly Téllez agrediendo a Jesús Ramírez Cuevas y, encima de todo, sintiéndose ufana de su osadía. Ustedes lo saben: también me han parecido terribles las actitudes violentas de Citlalli Hernández.
Ser un liberal y un demócrata implica reconocer la existencia del otro e impulsar el diálogo en todo momento. No atentar ni pretender atentar contra el derecho a hablar, aunque para muchos de nosotros haya más cháchara verbal y propaganda que información. El planteamiento no es baladí ni ingenuo, el poder lo detenta quien descalifica y evade el diálogo. Nuestro reto es obligar al diálogo, no ser como ellos. Ser como ellos es perder y si perdemos, ganó el populismo autoritario.
Estas imágenes son vergonzosas.
“Ojo por ojo y el mundo acabará ciego”.