El pasado 6 de octubre se cumplió el 50° aniversario del inicio de la Guerra del Yom Kippur y justamente se acaba de estrenar una película asaz aburrida y más del tipo de una serie de televisión sobre la polémica Golda Meir. La gran Helen Mirren, normalmente una artista brillante, desluce en esta ocasión, mal disfrazada con una peluca gris, nariz postiza y papada. El film es ineficaz en su intención de revivir la tensión en los pasillos del poder durante estos calamitosos días cuando Israel se enfrentó a Egipto, Siria y fuerzas expedicionarias de distintos países árabes en una batalla crucial. Como dice la crítica del periódico británico The Guardian “Como drama bélico es bastante plano, como drama de intriga política no tiene vida y como biopic de Meir es inerte y superficial”. El único momento brillante de la película es cuando la primera ministra sostiene conversaciones privadas con Henry Kissinger, quien advierte: “Primero soy estadounidense, segundo secretario de Estado, tercero judío”. Y Meir le responde: “Bueno, en este país, leemos de derecha a izquierda”. Una buena línea en una película pesada y solemne.
Ningún estadista sabe cuál va a ser la decisión o el momento por el que será recordado por la historia. Pocas vidas ejemplifican mejor esto que Golda Meir, quien tuvo una vida extraordinaria y llena de logros en favor del pueblo de Israel, aunque también tuvo sus vértices tenebrosos. De ella se recuerda, sobre todo, la tragedia de la guerra de Yom Kippur, de la cual muchos israelíes la culpan. Las encuestas han demostrado consistentemente que es considerada una de las peores primeras ministras de la historia. Ha sido juzgada por su inacción, la cual permitió a Egipto y Siria lanzar ataques contra el Estado judío en su día más sagrado. Murieron en el frente 2,656 israelíes. Pese a todo, fue reelegida como primera ministra, aunque con una mayoría disminuida, en unas elecciones celebradas sólo unas semanas después de declarado el alto al fuego, e incluso fue absuelta por la Comisión Agranat, la cual investigó los desatinos en la conducción de la guerra.
Sin embargo, surgió con gran furor un movimiento de protesta masiva de posguerra contra el gobierno y Meir se sintió obligada a dimitir en abril de 1974. Murió cuatro años después con su reputación irremediablemente maltrecha. De hecho, el conflicto de Yom Kippur marcaría fue un punto de inflexión significativos en la política israelí. Rubricó el fin de la hegemonía del Partido Laborista y abrió la puerta a una nueva generación de líderes como Ariel Sharon, uno de los fundadores del hoy todopoderoso partido conservador Likud y quien años más tarde se convertiría en primer ministro, y Yitzhak Rabin, quien no se vio manchado por el escándalo de la mala planificación de la guerra y que emergería muy pronto como líder del Partido Laborista para acordar, años después, los acuerdos de paz de Oslo con los palestinos.
Nacida en Kiev con el apellido Mabovitch (1898), Golda pasó sus primeros ocho años de vida bajo la sombra de los pogromos, tan frecuentes en la Rusia de los Romanov. Su primer recuerdo era el de su padre tratando desesperadamente de reforzar la entrada a la pequeña casa donde vivían mientras afuera una turba violenta bramaba por sangre. Emigró con su familia a los Estados Unidos cuando era niña y creció para ser maestra y activista sionista. Más tarde se estableció en Palestina con su esposo, Morris Meyerson, e inició una larga y frutífera vida al servicio de su Partido, el Laborista. Desempeñó un papel clave en todas las luchas políticas y diplomáticas de Israel. Fue una de las únicas dos mujeres que firmaron el documento de independencia de la nueva nación. Se convirtió en primera ministra de Israel en 1969, siendo así apenas la cuarta mujer en liderear una nación en la historia moderna. Aunque también fue famosa por su rígido partidismo, su hostilidad hacia el feminismo y sus rígidos enfoques en torno a los desafíos de seguridad de Israel, los cuales hasta la fecha son origen de innumerables arbitrariedades y violaciones a los derechos humanos del pueblo palestino.
El legado de Golda fue olvidado o juzgado como insignificante en comparación con la ira sentida por los israelíes ante la primera de sus guerras donde no pudieron reclamar la victoria inapelable. De hecho, muchos judíos ultraortodoxos todavía conciben a esta guerra no sólo como un revés, sino como un severo castigo de Dios de proporciones bíblicas por la arrogancia mostrada por Israel tras la Guerra de los Seis Días de 1967. Todo esto encarna una de las crueles ironías de la historia. Desde cualquier punto de vista militar e incluso político Israel salió victorioso de la guerra. Sus tropas estaban más cerca de El Cairo y Damasco al final del conflicto que al principio. Y los triunfos tácticos de las fuerzas de armadas de Israel no fueron nada comparados con los resultados estratégicos a largo plazo. En esencia, esta victoria puso fin para siempre a la amenaza de otro conflicto militar convencional y allanó el camino para que los egipcios hicieran las paces unos años más tarde. Pero la impresión fue la de un rotundo fracaso e incluso en Egipto y Siria se recuerda como un heroico éxito.
Al interior, los israelíes vieron la guerra no tanto como una ardua confrontación con el tradicional enemigo sino como un veredicto condenatorio sobre el establishment político y militar. Por otro lado, la guerra tuve un enorme impacto mundial, sobre todo por las repercusiones del embargo petrolero de la OPEP, dirigida por los productores árabes de petróleo contra los partidarios de Israel, principalmente Estados Unidos. Cincuenta años después de esta corta y sangrienta conflagración son secuelas económicas aún pueden sentirse. Anunciado el 20 de octubre de 1973, quince días después del inicio de la guerra, el embargo petrolero de la OPEP fue una respuesta directa al transporte aéreo de armas y otros equipos militares ordenado por Nixon para reabastecer a las maltrechas fuerzas israelíes. Para Washington, marcaría el comienzo de un acto de equilibrio diplomático que continúa -aunque renqueante- hasta la actualidad: sopesar un nuevo compromiso para garantizar la seguridad de Israel frente a cualquier amenaza existencial frente a la necesidad de mantener buenas relaciones con las monarquías petroleras del Golfo Pérsico.