Celebrada su Convención Nacional en Milwaukee, el Partido Republicano confirma que ha quedado reducido a la condición de ser una secta dedicada a la adoración de Donald Trump, y más ahora con la imagen indeleble del expresidente con la oreja ensangrentada y el puño en alto mientras agentes del Servicio Secreto intentan alejarlo del peligro. Trump fue aclamado por su base como un luchador, mártir y mesías. Pero de todas las desmedidas lisonjas dedicadas a este deplorable señor tras el tiroteo de Pensilvania el más desmedido e indigno es el de compararlo con Teddy Roosevelt, quien también sufrió un atentado mientras estaba en campaña. En realidad, no hay dos personajes que puedan ser más disímbolos. En efecto, el 14 de octubre de 1912 Roosevelt se dirigía a un discurso de campaña en Milwaukee (irónicamente donde acaba de celebrarse la convención del Partido Republicano) cuando el inmigrante bávaro John Schrank le disparó en el pecho con una pistola calibre 38. Roosevelt continuó con su discurso y habló durante 80 minutos antes de ir a un hospital. Como no estaba tosiendo sangre la bala no le había perforado el pulmón. Lo salvó su estuche de metal para gafas y el texto de su discurso de cincuenta páginas doblado en el bolsillo de su abrigo. La bala le cortó el músculo del pecho, pero se detuvo allí. Aprovechó el incidente para proclamar: “Se necesita más que eso para matar a un alce macho (Bull Moose)” Los médicos dijeron más tarde que intentar extraer la bala era demasiado peligroso. Vivió con ella el resto de su vida.
Ahora tenemos a una buena cantidad de sicofantes de la “nueva leyenda” Trump haciendo la comparación Trump-Roosevelt, pero un intento de asesinato durante una campaña electoral que ambos relazaban ya siendo ex presidentes y un partido en común es casi todo lo que tienen. Simplemente considérese el título del discurso de Roosevelt el día de su atentado: “La causa progresista es más grande que cualquier individuo”. En él, Teddy abogaba por los principios de “justicia social” y entre otras cosas decía: “Pido en nuestra vida cívica prestemos atención solo a la calidad de ciudadanía del hombre, para repudiar como el peor enemigo que podemos tener a cualquiera que intente hacernos discriminar a favor o en contra de cualquier hombre debido a su credo o su lugar de nacimiento…. Nuestra propuesta es realmente romper los monopolios, poner en la ley requisitos estrictos y luego exigir a la Comisión de Comercio y a la Comisión Industrial asegurar que se cumplan con esos requisitos”. Y sobre la agresión que acababa de sufrir fue muy claro: “Repudiaré a quien desde mi partido ataque con vileza o insulte a cualquier oponente de cualquier otro partido; y también quiero advertir seriamente a la prensa y a los partidos Republicano, Demócrata y Socialista sobre la violencia que se puede esperar de personajes brutales y violentos cuando constantemente se acude a la diatriba y al insulto como recurso electoral.” En contrate, hoy los republicanos piden civismo mientras culpan a los demócratas por el ataque contra Trump e intentan así desviar la atención de las agresivas palabras y acciones del expresidente que precedieron a los enfrentamientos violentos en Charlottesville, El Paso, Pittsburgh, la insurrección del 6 de enero, etc.
Roosevelt, un político famosamente progresista, habría despreciado casi todo lo que Trump y el Partido Republicano moderno representan. Es cierto que, como Trump, se benefició de la riqueza heredada, pero también se forjó una formación intelectual extraordinaria. Fue un experto en biología, historia, ganadería, ejército y política. Hablaba varios idiomas, fue un acérrimo defensor del medio ambiente y autor de varios libros interesantes y exitosos. Donald Trump es epitome de la vulgaridad y la ignorancia, y en lo único que es experto es en manipular a la gente. Teddy se convirtió en un célebre héroe, líder de los Rough Riders durante la Guerra Hispano-estadounidense de 1898. Trump usó espolones óseos como excusa para no participar en la Guerra de Vietnam. Eso sí, Donny sueña con ver su efigie inmortalizada en piedra junto a la de Roosevelt Lincoln, Washington y Jefferson en el Monte Rushmore, pero esa absurda pretensión, así como la comparación con Roosevelt, revelan lo poco que Trump y muchos millones de acólitos saben sobre la historia de Estados Unidos.
Después de ascender de la posición de vicepresidente a la presidencia tras el asesinato de William McKinley en 1901, Roosevelt fue elegido para su propio mandato en 1904, prometiendo servir solo cuatro años. En 1908, ayudó al candidato republicano, William Howard Taft, a ganar la presidencia, pero para cuando llegaron las elecciones de 1912, Roosevelt estaba tan insatisfecho con el desempeño laboral de su amigo (demasiado cercano a los grandes capitales) que rompió su propio juramento y lo desafió por la nominación presidencial del Partido Republicano. Cuando perdió, Teddy formó un tercer partido, el progresista Bull Moose Party, el cual solo sirvió para allanarle el camino a la Casa Blanca al candidato del Partido Demócrata, Woodrow Wilson. Trump ha logrado conseguir una vez más la nominación presidencial gracias al enseñoramiento dentro del Partido Republicano de tendencias nativistas y populistas alimentado por el discurso de odio y por un creciente y de un muy singular culto a la personalidad dedicado al loor de un narcisista maligno.
Los regresos políticos son realmente raros para los ex presidentes de Estados Unidos. Aunque varios de ellos, incluidos Nixon, Ronald Reagan, George Bush padre y Joe Biden, se convirtieron en presidentes después de realizar campañas fallidas, solo un expresidente, Grover Cleveland, consiguió regresar a la Casa Blanca tras haber sufrido una derrota en comicios presidenciales. Pero su segundo mandato (de 1893 a 1897) fue un desastre determinado por el pavoroso Pánico de 1893, que elevó de manera desmedida la tasa de desempleo y eclipsó cualquier legado positivo que hubiera logrado cultivar durante su primer mandato (de 1885 a 1889). Ahora cabe preguntarse cómo sería un segundo mandato no consecutivo de Trump, cuando de por sí la mayor parte de los historiadores y politólogos consideran su primer gobierno como uno de los peores en la historia de Estados Unidos.