Mario Vargas Llosa es un ejemplo de la sociedad del espectáculo que él mismo describió en un libro reciente ya que, como es sabido, los medios sensacionalistas de todo el mundo han lucrado con su vida privada e incluso íntima. El mismo escritor peruano recalcó eso ayer en la Plaza de Cibeles, durante la presentación de su libro más reciente: “la prensa amarilla ha adquirido un protagonismo en nuestra época que nunca tuvo antes”, señaló frente a una cantidad de reporteros incluso mayor que cuando obtuvo el Nobel de Literatura. El principal interés de la concurrencia es registrar las circunstancias humanas del escritor, en tanto ese diseño de la sociedad del espectáculo que persiste precisamente transgrediendo la esfera de la vida personal y generando una especie de tribunal mediático que juzga -aprueba o reprueba la conducta del otro, colocado en el cadalso.
La actitud de los medios al respecto está alcanzando grandes niveles, y quién sabe si estos sean los más altos o asistiremos a ejemplos de mayor calado; hace unos días a propósito del fallecimiento de Umberto Eco varios medios de comunicación en vez de reseñar su obra lo que hicieron fue resaltar algún devaneo que nosotros no vamos a detallar, sólo lo decimos como un ejemplo de la forma en que lo chabacano o superficial –que implica la transgresión de los derechos humanos del otro– va cobrando mayor relevancia que el sentido mismo de la obra de los hombres y las mujeres del arte, la ciencia y la literatura. Desafortunadamente hay otros ejemplos más en donde esas actividades se diluyen para ser parte del entarimado del amarillismo.
Con todo ello, la pregunta es ineludible: ¿estamos condenados para siempre a que en el nombre de la libertad de expresión ocurran estas expresiones de la miseria humana? Todo indica que sí, al menos en el corto plazo y mientras menos protección a la vida privada exista en las leyes de las sociedades contemporáneas. Pero además parece inevitable porque esto trata de un mercado enorme, vale decir, de un público dispuesto a consumir contenidos que alienten al morbo y a las transgresiones éticas y morales antedichas. Y es que los medios le dan al público le que pida, no están dispuestos a arriesgar en contenidos que no signifiquen retribución económica. Es decir, este fenómeno internacional exhibe que la democracia no ha podido formar ciudadanos que alienten al respeto a la vida privada del otro al mismo tiempo que sitúen en el intercambio público los temas de interés cultural, económico y político. Todo esto se complica cuando en aquellos vasos comunicantes que llamamos redes sociales, los propios usuarios magnifican el espectáculo por encima de las noticias.
Desde luego, sólo estamos constatando un hecho y sus tendencias, pero el puerto de esto es incierto. Pero eso sí, sobre esa base nosotros tenemos la certeza de que siempre valdrá la pena buscar contenidos de calidad, como una de las funciones sociales, principales, de los medios de comunicación.