Estaba ahí, a 80 centímetros del suelo, tras un falso enchufe junto al lavabo, apuntando al inodoro. Como un ojo minúsculo. Estaba ahí pero nadie se dio cuenta. Ni Ainhoa, ni Laura, ni Luanna… En las imágenes en blanco y negro se las ve bajándose los pantalones o subiéndose la falda. Se ven nítidamente sus genitales. Y cuando se sientan en la taza, sus caras. A veces también se le ve a Julián cambiando de cámara (una grababa de forma continuada, otra sólo cuando detectaba movimiento) o colocando una tarjeta de memoria nueva para almacenar tantas horas de vídeo. Su rostro se acerca al objetivo. Luego sus manos. Después se da la vuelta y tira de la cadena, como si ese baño fuera un baño normal.
Esta es la historia de lo ocurrido en un bar de moda de Tafalla, en Navarra. Su encargado, Julián, colocó con silicona un enchufe simulado en el aseo de señoras y en su carcasa ocultó una cámara espía. En las noches de sábado, de bodas y de fiestas, grabó presuntamente hasta 77,4 gigas de vídeos en 492 archivos con las partes íntimas de medio pueblo… Lo hizo en secreto hasta que una camarera destapó el pastel por casualidad.
La policía llegó a organizar un book para que las chicas se identificaran una a una. "Era para limpiar el bar de drogas", se excusó él, colombiano y ex fundidor en una fábrica. Ahora la Fiscalía pide condenarlo con 333 años de cárcel. Su gran hermano le ha costado el matrimonio, las amistades… y mucho más.
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