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lunes 14 octubre 2024

¿Somos lo que leemos?: pregúntale a Google

por María Cristina Rosas

En México, el nivel de lectura de la población presenta un panorama desolador. La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) estima, en sus ya célebres estudios sobre hábitos de lectura en el mundo, que el mexicano promedio lee 2.8 libros al año y, por lo tanto, nuestro país, en una lista que incluye a 108 países, ocupa la deshonrosa penúltima posición. Lo anterior va de la mano de los hábitos de lectura. Al respecto, una nación como Japón se ubica a la cabeza, con 91% de su población, en posesión del hábito de la lectura; seguido de Alemania, con un 67%, y de Estados Unidos, con el 65%. México, en contraste, sólo cuenta con un 2% de su población acostumbrada a leer.

De acuerdo con un documento publicado por la Secretaría de Educación Pública (SEP), la lectura es “un proceso interactivo de comunicación en el que se establece una relación entre el texto y el lector, quien al procesarlo como lenguaje e interiorizarlo, construye su propio significado. En este ámbito, la lectura se [erige] en un proceso constructivo al reconocerse que el significado no es una propiedad del texto, sino que el lector lo [crea] mediante un proceso de transacción flexible en el que conforme va leyendo, le va otorgando sentido particular al texto según sus conocimientos y experiencias en un determinado contexto”.1

De conformidad con esta definición, el lector es un verdadero actor, no sólo receptor pasivo, lo que añade mayor complejidad a la problemática de la lectura en México. No cuenta como lectura, por ejemplo, revisar las instrucciones de las cajas de los medicamentos, tampoco echar un ojo a las etiquetas de los envases de alimentos procesados. Se infiere, por ende, que el hábito de la lectura va de la mano del nivel educativo, de manera que es válida la máxima “dime qué lees y te diré quién eres”. Y si leer ayuda a pensar, lo contrario también es cierto: no leer equivaldría a no pensar.

En 2006, Gabriel Zaid afirmaba que los bajos niveles de lectura en México están directamente relacionados con el fracaso del sistema educativo nacional.2 Así, aunque el gasto en educación se ha elevado –si bien está muy lejos de cumplir con los estándares sugeridos por la UNESCO y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE)–, no parece repercutir en la calidad educativa, amén de que una buena parte de los recursos para el sector educativo se destinan a salarios y pensiones de los docentes, lo que deja muy poco dinero para investigación, infraestructura, capacitación, etcétera, sin contar el clientelismo político en el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación.3 Los docentes no leen;4 los padres de familia, tampoco. Vaya, hasta los profesionistas con licenciaturas y estudios de posgrado dejan mucho qué desear en este rubro.

Guillermo Sheridan afirma que “hay 8.8 millones de mexicanos que han realizado estudios superiores o de posgrado, pero el 18% de ellos (1.6 millones) nunca ha puesto pie en una librería”5, de manera que la mitad de los universitarios (4 millones) está en una situación en la que no compra libros. Además, refiere que “en 53 años el número de librerías por millón de habitantes se ha reducido de 45 a 18” en el Distrito Federal, considerado como el “corazón cultural” del país. Sheridan concluye que “a mayor esfuerzo educativo, menos lectores.

Esto demuestra algo realmente inaudito: en México la clase ilustrada es aún más bruta que la clase iletrada”.6

Conforme a lo expuesto, pareciera como si en México, a todos los niveles, edades, clases sociales y profesiones se careciera de hábitos de lectura. Y claro, hay círculos viciosos: si los adultos –entre ellos los maestros– no leen, difícilmente van a fomentar la lectura entre los más jóvenes. En este sentido, existen dificultades para inducir a la lectura a las nuevas generaciones –tema crucial, –dado que muchos hábitos que se adquieren en la infancia y la adolescencia tienden a permanecer en las siguientes etapas de la vida.

Por qué hay sociedades que leen más

Muchas personas están de acuerdo con que “leer es un placer”, y que lejos de ser un hábito, la lectura está llamada a convertirse en una especie de adicción o vicio, una diversión, una alegría, y, sobre todo, una necesidad. Además, la palabra “hábito”, desde el punto de vista de la psicología, parece una acepción muy cuestionable para acompañar a la lectura, toda vez que el hábito es un comportamiento que se repite con regularidad, que generalmente es aprendido, no innato, y, sobre todo, que requiere de muy poco o nulo raciocinio. Por lo tanto, muchas personas rechazan que la lectura sea un hábito mecánico, sobre todo por el papel activo que se espera que desempeñe el lector, quien presumiblemente agregaría al acto de leer importantes dosis de raciocinio y valoraciones propias.

Para visualizar de mejor manera la importancia de la lectura vale la pena reflexionar acerca de las consecuencias de su omisión en la vida de las personas, entre las que destacan: dificultades para la concentración, inclusive en el desarrollo de las tareas más cotidianas; baja retención de información; problemas de aprendizaje; una postura acrítica y pasiva; dificultades para tomar decisiones y elegir entre diversas opciones; limitaciones para la creatividad y la innovación; conformismo y aceptación del status quo. Si estas razones no son suficientemente convincentes para el fomento de la lectura, considérese lo siguiente: investigaciones recientes encuentran que leer, sea en silencio o en voz alta, puede contribuir a prevenir el desarrollo del mal de Alzheimer, dado que a través de la lectura las personas registran una intensa actividad cerebral.7

Tomando en cuenta los beneficios de leer es entendible que el acercamiento a la lectura debe fomentarse desde la infancia. Pero entonces aquí se produce una primera contradicción: si bien existen familias que fomentan en los pequeños y jóvenes la lectura, ésta también forma parte de las currícula de escuelas primarias y secundarias. Así, hay asignaturas como literatura, donde es obligatorio para los alumnos leer lo que los docentes deciden: Platero y yo, Don Quijote de la Mancha, El principito, El cantar del Mío Cid, etcétera –lecturas recurrentes en los países hispanoparlantes–, y al niño o adolescente no le queda más que cumplir con ese mandato. La lectura se convierte, entonces, en una obligación, y lo que es más, se le asume como sinónimo de estudios literarios, lo que no necesariamente satisface las preferencias y/o intereses personales, generando en muchos casos aversión a los libros. Si bien los textos citados son parte de la formación básica del estudiante, no siempre hay una interacción con los niños y los jóvenes en términos de conocer cuáles son los intereses de éstos, a fin de canalizarlos de manera más libre y flexible a lecturas que correspondan a sus gustos.

España es un ejemplo muy interesante para ilustrar lo anterior. El “Barómetro de hábitos de lectura y compra de libros” en España en 2010 revela que el 60.3% de la población lee libros, lo que representa un enorme contraste respecto al 2% de la población mexicana. Asimismo, el 57% de la población de mayor de 14 años lee en su tiempo libre, mientras que el 21.5% afirma leer por motivos de trabajo o estudios. En los pasados 12 meses, en promedio, los españoles leyeron 9.6 libros. El entretenimiento es el principal motivo de lectura de libros (85.2%). El 9.1% de los encuestados lee para mejorar su nivel cultural y un 5.5% por razones de estudio, si bien son los jóvenes de entre 14 y 24 años los que aseguran, en mayor proporción (21%), hacerlo por este motivo. El porcentaje de lectores frecuentes en su tiempo libre se ha incrementado en dos puntos respecto a 2009 hasta situarse en el 43.7% de la población. Desde 2001 este porcentaje ha crecido en 7.7 puntos. Es decir, en el nuevo siglo los españoles leen cada vez más.8

El perfil del lector español es el de una mujer (61.6%), con estudios universitarios, joven y urbana que prefiere la novela, lee en castellano y lo hace por entretenimiento. Otro dato interesante es el de la correspondencia entre lectura y nivel de estudios. Así, el porcentaje de lectores es mayor entre la población con estudios superiores. El mayor índice de lectura se registra entre aquellos que cuentan con estudios universitarios (83.6%), porcentaje que se reduce entre los que tienen estudios secundarios (61%) y, más significativamente, entre la población con estudios primarios (32.4%). El mayor porcentaje de lectores frecuentes es más significativo entre los que cuentan con estudios universitarios (70.1%).9

A propósito de las tecnologías de la información y su influencia en la lectura, España presenta las siguientes cifras: el 5.3% de la población lee libros en soporte digital, pero sólo el 1% lo hace a través de dispositivos denominados, en términos generales, e-Readers. Aproximadamente, la mitad de la población española de 14 años o más afirma leer en formato digital (47.8%). Se entiende como lector en soporte digital aquel que lee, al menos con una frecuencia trimestral, en un ordenador, un teléfono móvil, una agenda electrónica o un e-Reader. No obstante, la lectura de libros en este formato alcanza el 5.3% de la población. Los españoles emplean mayoritariamente el soporte digital para la lectura de periódicos (30.7%) o para la consulta de webs, blogs, foros, redes sociales, etcétera (37.6%).10

Los siguientes datos son impresionantes: la totalidad de los niños españoles de 10 a 13 años leen al menos una vez al trimestre. De ellos, el 100% lee libros, el 49.3% revistas, un 40.5% tiras cómicas y un 32.3% periódicos. Si bien el ciento por ciento de los niños de 10 a 13 años lee por “estudios”, un 84.8% lo hace por ocio en su tiempo libre. El 75.5% de los niños declara leer al menos una vez por semana (lectores frecuentes) y el 9.3% lo hace al menos al trimestre (lectores ocasionales).11

En la citada encuesta destaca un factor determinante que explica, al menos en parte, estas estadísticas: 78.1% de los niños lectores asegura que sus padres leen en casa habitualmente, mientras que el 82.4% afirma que les han comprado o regalado libros en el último año.12

México se ve muy lejos de esas cifras. De entrada, en numerosos muestreos y sondeos hay desde las afirmaciones más lapidarias de que el 70% de los mexicanos no tienen el hábito de la lectura13, hasta las cifras proporcionadas por el periódico Reforma, que cada año aplica una encuesta entre los habitantes mayores de 16 años de la ciudad de México y la zona metropolitana. De acuerdo con el muestreo, casi la mitad de los residentes de la capital de la cultura del país, el Distrito Federal, o bien el 46.2%, lee sólo 1 o 2 libros al año, mientras que un 16.3% no lee ninguno; 23.5% entre tres y cinco, el 8.2% entre seis y diez, 4.4% de 11 a 20, sólo 1.4% más de 20 libros.14 Estas cifras son vistas con desconfianza, debido a la posibilidad de un gran margen de error si los interrogados no dicen la verdad –y hay muchas razones para justificar la falta de veracidad de sus respuestas en el muestreo–.

¿Qué leen los mexicanos? A grandes rasgos prevalecen los libros sobre motivación y superación personal, los esotéricos, los sexuales y los infantiles. Detrás de ellos se encuentran novelas, cuentos, ensayos y enciclopedias. Los libros menos vendidos son los de poesía. El autor más popular en la mayoría de los estratos socioeconómicos del país es Carlos Cuauhtémoc Sánchez, cuya novela Juventud en éxtasis, según las encuestas, es leída por poco más del 23% de la población –de la que lee–, por encima de galardonados con el Premio Nobel de Literatura como Gabriel García Márquez (12.3%) y Octavio Paz (11.3%).15

Así, mientras que en España los jóvenes nunca antes habían leído como lo hacen hoy y el debate se centra en analizar qué leen, en México, dado el bajo nivel de lectura imperante entre las nuevas generaciones, el objetivo fundamental se circunscribe a lograr, simple y llanamente, que lean. Las recientes campañas encaminadas a que los padres lean diariamente con sus hijos al menos 20 minutos; las diversas promociones de tiendas –como el Círculo Sanborns–; la ingeniosa campaña –aunque no por ello menos preocupante– de librerías Gandhi, quien obsequia separadores con la leyenda “En México se lee medio libro al año. Júntate con alguien y lean uno completo”; los spots de la tristemente célebre lideresa del sindicato magisterial, quien aparece sentada al lado de un niño invitando al auditorio a fomentar la lectura, son, en su conjunto, esfuerzos encomiables aunque insuficientes, dado que no atacan las raíces del problema. Otra pregunta obligada es: ¿qué consecuencias tiene para el país contar con un nivel tan bajo de lectores?

Como se infiere a partir de lo expuesto, hay una estrecha relación entre el nivel educativo y la lectura. En México, el nivel educativo –de acuerdo con la OCDE– es de los más bajos respecto a la mayor parte de los miembros de esa institución. En uno de los estudios más recientes del organismo parisino se afirma que sólo 25% de los mexicanos, cuyas edades oscilan entre los 34 y 35 años, había concluido la preparatoria o su equivalente, cifra que contrasta con el promedio de 75% que tienen los demás miembros y en los que el desempleo se manifiesta con un impacto menor que en México. 16 Según el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA), en México cada año desertan o no ingresan a la educación básica 630 mil niños y adolescentes, quienes se suman a los poco más de 31 millones de connacionales mayores de 15 años en situación de rezago educativo, lo que equivale al 40.7% de la población en ese rango de edad.17

Cabe destacar que la OCDE tiene razón al señalar que México pierde competitividad al no generar el capital humano debidamente calificado que le permita tener avances socioeconómicos sustanciales. En su estudio denominado “Principales indicadores de la ciencia y la tecnología 2009”, la OCDE señala que en los años recientes México ratificó su posición como último lugar entre los miembros del organismo en materia de capacidad de inventiva, pues presenta el nivel más bajo de patentes de desarrollo científico y es el que menos invierte en ciencia y tecnología, así como el que tiene el menor número de personas dedicadas a ambas actividades.18

Pero existen otros factores que explican por qué hay tan pocos lectores en nuestro país: el modelo educativo no parece estar diseñado para fomentar la lectura más allá de las obligaciones escolares. Asimismo, las condiciones socioeconómicas de buena parte de la población inhiben la posibilidad de adquirir libros frente a otros satisfactores esenciales para garantizar la supervivencia. La familia, asimismo, como base de la sociedad, juega un papel determinante en los hábitos de niños y jóvenes, y si los adultos que residen en los hogares no leen, no es razonable suponer que las nuevas generaciones sí lo harán.

Tecnología y lectura: los desafíos

Las nuevas generaciones nacieron rodeadas de computadoras, laptops, Internet, iPads y otros tablets, iPods, teléfonos inteligentes, etcétera, y pasan muchas horas manipulando esos gadgets. Cierto, en buena medida todas esas maravillas tecnológicas inducen a que los niños y los jóvenes escriban y lean, mucho. Empero, el uso recurrente de esos instrumentos está modificando la manera en que las personas leen, y, de hecho, hay nuevas formas de lectura que se han desarrollado a partir de la abundante información disponible en la red. Esto ocurre no sólo por la gran cantidad de información existente, que ciertamente genera en el lector la necesidad de revisar de manera superficial los textos en línea, dado que son muchos y el tiempo es corto. Esto redunda en dificultades para la concentración; la fatiga; la dificultad para recordar lo recién leído, etcétera.

También este fenómeno obedece a que esa relación directa que solía existir desde los tiempos de Gutenberg entre el libro y el lector hoy se ve alterada por la intermediación de herramientas de búsqueda y exploración, las que aparentemente encuentran lo que el internauta quiere, cuando en realidad son un puñado de corporaciones las que regulan y dominan los sistemas de búsqueda activa e intencionalmente, y ello, a final de cuentas, sirve primordialmente a sus intereses, no necesariamente a los de los internautas.

Nicholas Carr, en Is Google Making Us Stupid? (¿Nos está convirtiendo Google en estúpidos?), explica que “gracias a la ubicuidad del texto en Internet, sin dejar de lado el envío de mensajes a través de teléfonos celulares, seguramente estamos leyendo más hoy de lo que lo hacíamos en los 70 o los 80, cuando la televisión era nuestro medio de elección. Pero se trata de un tipo diferente de lectura, y detrás de ella se encuentra una forma distinta de pensamiento (…) No sólo somos lo que leemos (…) Somos como leemos (…) Preocupa que el estilo de lectura promovido en la red, estilo que coloca a la ‘eficiencia’ y ‘la inmediatez’ por sobre todas las cosas, podría estar debilitando nuestra capacidad para el tipo de lectura profunda que surgió cuando una tecnología anterior, la imprenta, hizo de los largos y complejos trabajos de prosa un lugar común. Cuando leemos en línea (…) nos convertimos en ‘simples decodificadores de información’. Nuestra capacidad para interpretar el texto, para llevar a cabo las ricas conexiones mentales que se forman cuando leemos a profundidad y sin distracciones, se mantiene enteramente al margen”.19

Según el neurocientífico Stanislas Dehaene, a lo largo de millones de años los seres humanos evolucionaron en un mundo sin lectura. De hecho, no sería sino hasta hace apenas unos 5 mil años que la humanidad desarrolló la habilidad para leer, lo que requirió que el cerebro humano se adaptara en aras de identificar letras y palabras.20 En otras palabras: leer consiste en enseñar al cerebro cómo traducir los caracteres simbólicos observados en un lenguaje entendible. Así, los diversos instrumentos que emplean las personas en el proceso de aprendizaje y la práctica de la lectura juegan un papel muy importante, al permear los circuitos neuronales que se encuentran en el cerebro.21Lo anterior significa que esa relación en solitario que un lector solía desarrollar con un libro sin mayores interrupciones está en vías de extinción en las condiciones actuales. De entrada, Internet se ha transformado en una herramienta con notable y creciente influencia en la vida cotidiana de las sociedades, que además absorbe a otras tantas tecnologías “intelectuales”, trátese de un reloj, un mapa, la prensa escrita, la máquina de escribir, la calculadora, la radio, la televisión y el teléfono. Asimismo, aunque Internet es, en principio, un [ciber] espacio público, su acceso y contenidos son copados crecientemente por empresas y corporaciones privadas. Puesto que éstas persiguen fines de lucro, son los criterios comerciales los que prevalecen por encima de, por ejemplo, los genuina y estrictamente educativos.

Jim Collins, quien analiza lo que a su manera de ver es la conversión de la cultura literaria en cultura popular en Estados Unidos, sobre todo a la luz de las nuevas tecnologías de la información, explica que “el cambio más profundo en Estados Unidos literario tras el ascenso de la literatura postmoderna de ficción no fue la siguiente generación de novelistas de vanguardia; fue la redefinición completa de lo que significa leer literatura en el seno de una cultura electrónica. La siguiente cosa realmente significativa no fueron las innovaciones radicales en las artes literarias sino los cambios masivos de infraestructura que introdujeron una nueva serie de actores, locaciones, rituales, y valores de uso para leer literatura de ficción”.22 Así, qué leer dejó de ser importante, siendo sustituido por el cómo leer. Antaño, para leer un libro bastaba con ir a la biblioteca o a la librería. Hoy subsiste la opción del desplazamiento físico para acceder a la lectura, pero que tiende a palidecer ante la existencia de “plataformas” para publicaciones digitales que parecieran tornarse en los medios de moda, y donde la lectura es lo menos importante: lo chic es tener un iPad, un Kindle o un Nook, entre otras opciones existentes, aunque ello no garantiza que en un país como México, donde se lee muy poco, se vaya a combatir exitosamente a través de esos gadgets el escaso interés que existe en torno a la lectura.

Mundo Google

Hay que considerar el tema de los “distractores” que proliferan con tecnologías como las descritas, dado que inciden decisivamente en los cambios que se observan en la forma en que las personas leen. Por ejemplo, cuando se lee en línea el entorno se encuentra plagado de vínculos a otras páginas, anuncios comerciales y no comerciales, sonidos, encuestas, test, etcétera. Así, súbitamente, cuando el lector se encuentra más inmerso y concentrado en lo que lee, aparece “alguien” en el Messenger o en Facebook, o bien se generan notificaciones sobre los correos electrónicos recibidos, y todo ello rompe con el ritual tradicional de una lectura personal, fluida y sin interrupciones. En todo este episodio intervienen numerosas corporaciones, las que van descifrando los gustos, las preferencias y las necesidades de los internautas. Así, pueden ofrecer productos diseñados para el internauta en cuestión, en un ambiente de claro acecho y cooptación de ese “cliente” potencial.

Nicholas Carr lo dice claramente: “La idea de que nuestras mentes deberían operar como máquinas procesadoras de datos de alta velocidad no sólo sustenta (…) [a] Internet, sino que es el modelo empresarial de la red que domina (…) Entre más rápido naveguemos por la red –entre más vínculos y páginas veamos– más oportunidades tendrán Google y otras empresas de recabar información sobre nosotros y para alimentarnos con anuncios comerciales. La mayoría de los propietarios del Internet comercial tiene un interés financiero en la recolección de datos [sobre nosotros] que dejamos a medida que saltamos de un sitio a otro en línea (…) Lo último que desean estas compañías es alentarnos a llevar a cabo una reflexión lenta o una lectura lúdica [sin interrupciones]. Es de su interés [económico] que tengamos [múltiples] distractores”.23

Es verdad que a cada innovación tecnológica corresponde una ola de escepticismo acompañada de los peores temores y augurios. Por ejemplo, cuando Gutenberg desarrolló la imprenta en el siglo XV, no faltó quien argumentara que una mayor disponibilidad de libros llevaría a la holgazanería intelectual, haciendo que los hombres estudiaran y pensaran menos.24 No debe sorprender que los pronósticos sobre las consecuencias de la proliferación de las tecnologías de la información advierten sobre su contribución para crear nuevas generaciones de “estúpidos”, en palabras de Carr.

Sin embargo, al comparar la lectura tradicional de un libro físico frente a la lectura en línea es evidente que “el tipo de lectura profunda que promueve una secuencia de páginas impresas es valioso no sólo por el tipo de conocimiento que adquirimos a través de las palabras del autor, sino por las vibraciones intelectuales que esas palabras generan en nuestras propias mentes. En los espacios silenciosos que se abren con la lectura sin interrupciones y sostenida de un libro, o a través de cualquier acto de contemplación (…) hacemos nuestras propias asociaciones, formulamos nuestras inferencias y analogías, fomentamos nuestras propias ideas. Una lectura profunda, como argumenta Maryanne Wolf, no es distinta del pensamiento profundo”.25

Así las cosas, se observa que la información cada vez más abundante disponible en Internet ha sido motivo de sistematización. Esto es a todas luces evidente para quienes son usuarios frecuentes de la red. Es cierto que ello conlleva muchas ventajas. Para los escritores, políticos, periodistas y académicos posibilita el acceso instantáneo y en tiempo real a la información que se genera incluso en rincones remotos del planeta. Para quienes se dedican a la investigación es posible desahogar un tema en unas cuantas horas con los recursos disponibles en línea, mientras que antaño era necesario acudir a las bibliotecas y realizar físicamente una búsqueda y selección que podía tomar varios días. Gran parte de la información disponible en la red está acompañada de vínculos a los que se accede con un click, lo que a su vez posibilita ir a páginas donde se pueden revisar otra serie de artículos completos; no como ocurre en textos impresos con los pies de página tradicionales, los que, en general, remiten solamente al título o fuente, no a su contenido.

Sin embargo, hay desventajas visibles. La más evidente es que al recibir tanta información en tiempo real las personas tienen menos tiempo para pensar, analizar, valorar y/o sopesar determinada situación. Y quizá de lo más preocupante es el monopolio que las herramientas de búsqueda, en particular Google, ejercen en la red.

Como es sabido, la empresa estadounidense Google fue creada por Larry Page y Sergey Brin en 1998, cuando ambos eran estudiantes de doctorado en la Universidad de Stanford. La compañía se propuso la nada modesta tarea de organizar la información del mundo y hacerla universalmente accesible y útil.26

Siva Vaidhyanathan, quien reconoce los beneficios de Google, advierte algunos peligros y los plantea en los siguientes términos: “Tras años de inmersión en los detalles del crecimiento de Google puedo plantear un solo razonamiento claro acerca de la compañía y de nuestra relación con ella: Google no es el diablo, pero tampoco es moralmente bueno. No es simplemente neutral –está muy lejos de ello–. Google no nos hace más listos. Pero tampoco nos hace más tontos, como lo ha señalado por lo menos un escritor [Carr]. Es una firma comercial motivada por el lucro que nos ofrece una serie de herramientas que podemos usar de manera inteligente o tonta. Pero Google no es de manera uniforme e inequívoca bueno para nosotros. De hecho, es peligroso de muchas maneras sutiles. Es peligroso por nuestra creciente dependencia acrítica de él, y por la manera en que fractura y distorsiona casi cada mercado o actividad en la que ingresa –a menudo para bien, pero en varias ocasiones para mal–. Google es, simultáneamente, nuevo, rico y poderoso. Esta rara combinación significa que todavía no hemos valorado ni asimilado los cambios que produce en nuestros hábitos, perspectivas, juicios, transacciones e imaginaciones”.27

Que Google no es neutral y que opera como una empresa que antepone el lucro a otras consideraciones queda demostrado en la controversia que desde 2004 tiene con la República Popular China (RP China). La historia es harto conocida: el gobierno de Beijing dispuso que si Google quería operar en el país más poblado del mundo debía conducirse a partir de las políticas de censura establecidas por las autoridades chinas. La relación no fue tersa y en marzo de 2010 Google anunció que ya no ofrecería el servicio de búsqueda en mandarín operado desde la RP China, ante los embates de la censura china. Cabe destacar que desde 2004, Google había sido fuertemente criticado por diversas organizaciones defensoras de los derechos humanos, por aceptar las condiciones impuestas por las autoridades chinas, en particular, la censura respecto al acceso a la información. Pero a partir de marzo del año pasado, los mismos activistas vitorearon a Google, aclamando su decisión, por considerarla compatible con las causas más nobles.

La verdadera historia es muy distinta. Ciertamente se produjeron tensiones de 2004 a 2010 entre Beijing y Google, aunque la empresa, sabedora de la importancia de mantener su presencia en el mercado de más rápido crecimiento en el mundo, optó por mantener sus operaciones en la RP China. Sin embargo, en 2010 los sistemas de seguridad de los servidores de Google fueron atacados, presumiblemente por personas vinculadas a los servicios de seguridad de ese país. Miles de cuentas de Gmail fueron hackeadas en todo el mundo y la imagen pública de Google se devaluó, sobre todo porque para muchos era inadmisible que una empresa de esas proporciones no pudiera garantizar la seguridad de sus sistemas. Por otra parte, Google no podía demostrar de manera fehaciente que los ataques provenían de la RP China, amén de que ante las meras insinuaciones, Beijing lo negaba. Con el propósito de crear una “distracción” que redujera la atención que la comunidad internacional prodigaba al tema de la seguridad de los sistemas de Google, el corporativo anunció su presunta salida de la RP China, aun cuando dicha “salida” debe ser matizada. En términos prácticos, Google redirigió a los usuarios chinos a Google Hong Kong, que normalmente es censurado por parte de esas autoridades orientales, de manera que nadie en la China continental puede acceder libremente a los contenidos del famoso buscador. Por otra parte, en ningún momento de esta crisis Google retiró sus inversiones en la RP China para la fabricación de teléfonos celulares, además de que mantiene actividades de investigación y oficinas en la China continental.28 Así que difícilmente se puede considerar que Google ha contribuido a la libertad de expresión en la RP China, dado que a esa causa tan loable decidió anteponer sus intereses comerciales.

La lectura en los tiempos de Google

Como se puede apreciar, las tecnologías de la información añaden un nivel de complejidad a la lectura y al cerebro humano, sin contar las implicaciones políticas, económicas, culturales y sociales, cuyo análisis rebasa las posibilidades del presente documento.

Lo que resulta preocupante, en el caso de México, es que el país no ha logrado resolver problemas esenciales en materia educativa que, como se ha visto, se reflejan en los bajos niveles de lectura ya descritos, y, de manera paralela, debe afrontar los desafíos que las nuevas tecnologías imponen a los lectores, los pocos que existen. Para algunos, el debate sobre cómo leen las personas en los “tiempos de Google” no es importante para un país como México, con pocos lectores y grandes limitaciones en materia de infraestructura. Baste mencionar que, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), sólo el 22% de los mexicanos tienen conexión a Internet, lo que lo ubica en el penúltimo lugar entre los miembros de la OCDE en ese rubro. El censo de población y vivienda de 2010 reveló que sólo 8.4 millones de hogares cuentan con computadora, pero que el 26.3% de ellos no posee conexión a Internet, porque no pueden pagar ese servicio.29

Otros datos que incluye el censo de 2010 apuntan que el 76.5% de los internautas mexicanos son menores a 35 años, por lo que no sólo se observa un problema de exclusión de ciertos sectores de la población en materia tecnológica por razones económicas, sino también en términos generacionales. Asimismo, no parece que la lectura sea la principal actividad de los internautas mexicanos, dado que el 58.4% dice usar Internet para buscar información, dicha cifra no excluye otros usos, como que el 57.4% emplea la web para comunicarse; 35.7% para apoyar la educación; 2.6% para operaciones bancarias; 1.2% para interactuar con el gobierno; y 1.3% para otras actividades.30 No queda claro, con esta información, dónde entra la lectura como tal, aunque seguramente ni siquiera se le incluyó como rubro en los cuestionarios del censo 2010, por considerarlo un tema irrelevante.

En cualquier caso, en países como España existe una gran preocupación en torno a la afectación de las nuevas tecnologías no sólo en lo que se lee sino en especial en el cómo se lee, por los cambios que esto último supone en el funcionamiento cerebral ante su necesidad de adecuarse a condiciones nuevas de lectura, estudio y aprendizaje. En contraste, en México, como no se ha resuelto algo tan básico como lograr que las personas lean, es todavía más preocupante la irrupción de las nuevas tecnologías, dado que en términos neurológicos y psicológicos, toda proporción guardada, es tanto como pedirle a un bebé que corra cuando ni siquiera ha aprendido a caminar. ¿Cómo se puede aspirar a emplear debidamente una herramienta como Google cuando no existen referentes para el internauta mexicano en términos de cultura general y conocimientos básicos, que le permitan discernir y revisar cuidadosamente lo que encuentra? ¿Cómo puede navegar de manera segura y confiable, ante una corporación como Google que prácticamente “piensa” por él y administra/ dosifica/filtra toda la información que el internauta recibe? Al final, los mexicanos ni son lo que leen ni son como leen.

Notas

1 Margarita Gómez Palacios et al (1996), La lectura en la escuela, México, SEP, pp. 19-20.

2 Gabriel Zaid (noviembre de 2006), “La lectura como fracaso del sistema educativo”, en Letras Libres, disponible en http://www.letraslibres.com/index.php?art=11611

3 Para documentar algunos datos sobre la asignación de recursos materiales a la educación, véase María Cristina Rosas (19 de enero de 2010), “México, la UNESCO y la mala educación”, en etcétera, disponible en https://etcetera-noticias.com/articulo.php?articulo=2793 Véase también Nurit Martínez (15 de mayo de 2011), “Maestros desconfían de funcionarios, políticos y policías”, en El Universal, p. A8. En este reportaje, Nurit Martínez señala que el 54.7% de los maestros dice desconfiar del SNTE.

4 La SEP aplicó una encuesta denominada “Disposición de los docentes al desarrollo profesional”, a 3 mil 274 maestros de educación básica, quienes afirmaron leer 7.9 libros al año, manifestando que prefieren textos sobre temas de pedagogía, superación personal, ficción y periodismo de investigación. Empero, estas cifras son cuestionables, ante la posibilidad de que el docente interrogado mienta. Véase “Gustos y prácticas”, en El Universal (15 de mayo de 2011), p. A8.

5 Guillermo Sheridan (abril de 2007), “La lectura en México/1”, en Letras Libres, disponible en http://www.letraslibres.com/index.php?art=12023

6 Ibid.

7 Se parte de la premisa de que la lectura estimula las capacidades intelectuales y, por lo tanto, previene el deterioro de la memoria que puede sobrevenir con la vejez. Véase Alda Mera (20 de enero de 2008), “Mamá, ¿para qué sirve leer?”, en El País de Cali, disponible en http://www.mineducacion.gov.co/observatorio/1722/article-150448.html Véase también Alberto Morales (10 de abril de 2011), “Pereza mental podría desarrollar Alzheimer”, en El Universal, disponible en http://www.eluniversal.com.mx/articulos/63720.html

8 Federación de Gremios de Editores de España (2010), “Barómetro de hábitos de lectura y compra de libros en España en 2010”, Madrid, disponible en http://www.federacioneditores.org/0_Resources/Documentos/NP_Lectura2010_V3.pdf, p. 1.

9 Federación de Gremios de Editores de España, Op. cit., p. 4.

10 Federación de Gremios de Editores de España, Op. cit., p. 7.

11 Federación de Gremios de Editores de España, Op. cit., pp. 11-12.

12 Ibid.

13 Joel Barrios Dueñas (25/04/2007), “70 % de los mexicanos no tiene hábito de lectura”, en Alcance Libre, disponible en http://www.alcancelibre.org/article.php/20070425124226997

14 Elda Ruíz Flores (s/f), La lectura en México (primera parte), disponible en http://www.sabersinfin.com/index.php?option=com_content&task=view&id=1846&Itemid=89

15 Ibid.

16 Nydia Egremy (31 de enero 2010), “La educación en México, zona de desastre: OCDE”, en Revista Contralínea, disponible en http://contralinea.info/archivo-revista/index.php/2010/01/31/la-educacion-en-mexico-zona-de-desastre-ocde/

17 Laura Poy Solano (15 de mayo de 2011), “En rezago educativo, 31 millones de mexicanos mayores de 15 años”, en La Jornada, p. 38. En el mismo artículo se señala que según el censo de 2010, en México existen 5.3 millones de mexicanos mayores de 15 años en situación de analfabetismo.

18 Ibid.

19 Nicholas Carr (July/August 2008), “Is Google Making Us Stupid?”, en The Atlantic Magazine, disponible en http://www.theatlantic.com/magazine/archive/2008/07/is-google-makingus-stupid/6868/

20 Stanislas Dehaene (2009), Reading in the Brain: The Science and Evolution of a Human Invention, New York, Viking Adult.

21 Maryanne Wolf (2007), Proust and the Squid: The Story and Science of the Reading Brain, New York, Harper.

22 Jim Collins (2010), Bring On The Books For Everyone. How Literary Culture Became Popular Culture, Durham, Duke University Press, p. 3.

23 Nicholas Carr, Ibid.

24 Ibid.

25 Ibid.

26 Véase Google (s/f), “Acerca de Google. Compañía”, disponible en http://www.google.com/corporate/

27 Siva Vaidhyanathan (2011), The Googlization of Everything (andwhy we should worry), Berkeley, University of California Press, p. 4.

28 Siva Vaidhyanathan, Op. cit., pp. 117-119.

29 El Universal (16 de mayo de 2011), “Sólo 22 % de los mexicanos tiene internet: INEGI”, disponible enhttp://www.eluniversal.com.mx/notas/765897.html

30 Ibid.

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