“Lo he dejado atrás, ya no me duele recordarlo. Sin embargo, son cosas que obviamente no se olvidan”. Y en realidad, Laura no quiere olvidarlo sino entender lo que ha vivido en los últimos años con dos relaciones en las que estuvo en peligro su vida, más de una vez.
Ella misma reconoce que ha seguido un patrón que la llevó a dos relaciones en las que los celos enfermizos, los insultos, los golpes, la obligaron a alejarse de amigos y familiares, a abandonar sus estudios universitarios, e incluso a olvidarse un poco de sí.
A los 18 años conoció a su primera pareja. La relación duró apenas un año pero Laura estaba convencida de que había encontrado al amor de su vida. Atento, caballeroso, se ganó rápidamente su corazón en una relación típica de la juventud.
Pero la vida daría un giro inesperado. Las peleas eran cada vez más constantes y las razones cada vez más enfermizas, por ejemplo, el novio de Laura se enojaba y le reclamaba que estuviera hablando con sus amigos o compañeros de la escuela, o sencillamente no le permitía usar faldas; los gritos eran una constante y en la parte económica todo era patrocinado por el dinero de ella, quien se encargaba de los gastos cada vez que salían.
Y aunque terminó la relación, Laura acepta que repitió el patrón con otra pareja (con quien empezó un noviazgo cinco meses después de haber terminado el primero). Con esta persona duró casi cuatro años, en los cuales fue víctima de violencia emocional, física y económica.
De acuerdo con datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2011 (las cifras más actuales, confirmó Inmujeres a etcétera), el 40.58% de las mujeres acepta que ha vivido violencia emocional en algún momento de su vida (entre mujeres separadas el porcentaje aumenta a 72%).
Pero Laura tardaría tres años en salir de un círculo de la violencia que le costó no sólo amistad y familiares, incluso abandonó la universidad. Le afectó a nivel físico al perder su complexión y al adquirir malos hábitos que le impiden iniciar una nueva relación (como los celos obsesivos), sin olvidar las cicatrices de las agresiones.
A los cincos meses de esta segunda relación, el novio de Laura la amenazó con un destornillador, se lo colocó en el cuello y, de no ser por el ruido y porque la hermana de él estaba en la casa, quizá ella nunca habría contado esto.
¿Cuál fue la razón? Ella no lo recuerda, tan intrascendente fue el motivo por el que casi pierde la vida que sencillamente no está en su memoria.
A pesar de ello, siguió con él. Laura no denunció, principalmente por petición de la madre de su novio. Y es que en México, según datos publicados por la Universidad de las Américas de Puebla y el Consejo Ciudadano de Seguridad y Justicia, sólo uno de cada 10 delitos es denunciado.
Y si a esto le sumamos la indiferencia de las autoridades para investigar las agresiones contra mujeres, la estadística suena peor. De acuerdo a datos de la Comisión Especial de Atención a Víctimas por cada mil delitos sexuales denunciados por mujeres, sólo 10 son consignados.
Un nuevo episodio de violencia viene a su memoria: él tomó su cuello con sus manos con una fuerza que hizo que ella se desmayara. Ésta fue la gota que derramó el vaso… Por un tiempo, pues no sólo regresó con él, sino que empezaron a vivir juntos (él se hacía cargo de la renta, y Laura del resto de las cosas).
La situación empeoró. Los gritos se convirtieron en golpes con puños cerrados, diálogos cargados de groserías. Llevaban un mes viviendo juntos cuando volvieron a discutir: él la tiró al piso e intentó ahogarla. Logró sobrevivir porque utilizó un gas pimienta, para posteriormente hablar con su hermana y pedirle ayuda. Vivieron juntos sólo tres meses.
Salir de esta relación fue difícil: se sentía sola, había descuidado el trabajo, la familia, los amigos. Y a pesar del daño psicológico, él volvió a buscarla pero Laura rompió el círculo.
Poco a poco ha ido entendiendo lo que sucede. El patrón que repetía tenía relación a un pasado familiar violento (su padre le pegaba a su mamá) y a su falta de amor propio, reflexiona tras visitar varios psicoanalistas.
Cuando Laura cuenta su historia no se siente culpable y enfrenta su pasado con la fuerza de quien aprende de sus errores y construye un futuro distinto. Sabe que el camino es largo, está consciente de la violencia que vivió pero sabe que no fue ella quien levantó el puño.
Tuvieron que pasar tres años para que Laura volviera a iniciar una relación. No funcionó: ella adquirió los malos hábitos de sus antiguas parejas y sabe que regresar a ser quien fue es un proceso lento. Pero en mente tiene un proyecto más importante: sanarse, reconciliarse con el espejo, y nunca olvidar lo sucedido.
Antes de ser estadística: #VivasNosQueremos
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