En aquel cuarto
entraba la luz
por breves instantes,
pocos segundos en
que el calor
gobernaba a los espíritus
que solían asechar
escondidos detrás
de viejas pinturas
y empolvadas esculturas,
había que estar atento
para recibirle desnuda,
apenas etílica,
limpiando la habitación
de palmeras caribeñas.