Desando calles conocidas
para reencontrar las partes
de mi
que había extraviado
un siglo antes de la partida
y es entre las luminarias
que la escucho hablarme,
de entre sus entrañas
habitadas por interminables
parásitos anaranjados,
me habla de amores cobardes
y botellas sin terminar;
me grita que hay cabellos
que nunca volveré a ver,
que aquí ya no hay nada,
no hay tesoros que buscar
solo recuerdos a medias
y la cadencia del xilofonista
anunciando que la ciudad
no se ha ido, solo me espera.