viernes 22 noviembre 2024

El fanatismo es contrario a la democracia

por Marco Levario Turcott

Como sucede en cualquier otra esfera del fanatismo, el fanático necesita creer. No puede dudar, la duda es sinónimo de flaqueza, riesgo de reconocer que puede equivocarse o, peor aún, que el otro tenga razón.

La razón diluye al fanático porque ésta conlleva la duda como un imperativo para el pensamiento que construye conocimiento, por eso el fanático no interactúa con el otro sino que lo difama o lo insulta.

El fanático no admite más enunciados que los que él enuncia, como acólito, sacerdote o en cualquier estatus de la efervescencia (casi) religiosa; incluso cree que con enunciar la buena nueva de su mensaje éste será posible.

Por todo lo anterior (y más) el fanático no puede equivocarse sino nada más el otro que no se encuentra en el sendero del bien o que está entregado a los designios del (mal) gobierno. Por eso es que el fanático nunca pierde más que como víctima del señorío del mal (por ejemplo la mafia) que algún día deberá derribarse para lo cual son bienvenidos esos pastores del mal cuando resuelven abandonarlo y, así, resultan bienvenidos por el fanatismo que, sólo o casi sólo en estos casos es indulgente, porque la esencia del fanatismo es la rabia, sus miembros lo proclaman orgulloso como si fuera esa una virtud humana, y la resistencia porque no saben comprender, su esencia se los impide, porque la comprensión implica la aceptación de la diversidad y la disposición de construir con quienes tienen ideas diferentes. Esa es la causa por la que “resisten” y sienten “rabia”, y por la que buscan inhibir el pensamiento que los contradice pero no intercambiando opiniones sobre ese pensamiento, no, sino para borrarlo lanzando ventosidades y múltiples proclamas. Sólo ellos saben lo que quieren -el fin justifica sus medios- y saben cómo llegar. No hay más camino que el suyo o para ser preciso, no hay más camino que el que les traza el clarividente a quien siguen como corderos.

Todo ello implica que el fanatismo es contrario a la democracia y por ello vale la pena exhibirlo una y otra vez. Sin dejarse intimidar por nada.

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