El presidente está desencajado, impotente para detener la caída libre en la que se encuentra. Su pretendida fuerza moral saltó hecha pedazos con la vida de lujo de su hijo José Ramón y el conflicto de interés en que se encuentra. Ni austeridad ni lucha contra la corrupción. Es el dispendio y las componendas, el amiguismo y los favores los que guían a la autoproclamada 4T.
El presidente está muy enojado. Muy enojado. Por eso no mide sus palabras ni repara en sus continuas transgresiones a la ley. Hoy, una vez más, arremetió contra Carlos Loret de Mola y lo volvió a difamar. Ahora, también a su esposa, por supuestos contratos que sólo existen en su imaginación y, entonces, en la propaganda oficialista.
Con base en la ley de transparencia debemos solicitar los estudios médicos sobre el estado físico y mental de Andrés Manuel López Obrador, tomando como base los expedientes de los médicos militares y de los otros médicos que le atienden. Es un tema de interés público, es más, es un asunto de Estado.
El presidente está desquiciado. Y como ayer en la noche nos dijo Carlos Loret de Mola, da coletazos como el dragón. Como no puede explicar las casonas de su hijo, el junior de la 4T acusa de todo al periodista que exhibió la farsa. Lo amenaza también y lo hace además a otros que se pusieran en el mismo plan que Carlos Loret. Exige al INAI una investigación para las que éste no tiene atribuciones y amaga con dar a conocer las facturas de sus cobros. Dice que él quiere la transparencia mientras él oculta el gasto de sus obras fastuosas, el origen de los recursos con los que ha vivido y que resultaron tan milagrosos que con un billete de 200 pesos pudo vivir durante al menos doce años sin trabajar.
Y hoy, el presidente lloró. Eso es parte del libreto de los gobiernos tiránicos de Venezuela, lo hizo Hugo Chávez para arengar al pueblo a la transformación y lo hizo Maduro para aludir a la pureza de su jefe, el dictador Chavez. Lo hace ahora Andrés Manuel. Es capaz de vender sus propias lágrimas para hacer propaganda, porque lo suyo es eso, propaganda, pero cada que recurre a ésta, en los últimos días, se le pone enfrente un puño y lo golpea. El puño es del propio presidente. Se hace fuerte ese puño por lo que dijo antes y lo que hace en el presente. Por eso hasta sus propias lágrimas se le revierten.
¿Por qué llora el Ejecutivo? Dice que llora por el acoso que dice que han padecido sus hijos. No llora hoy, en el Día Internacional del Cáncer Infantil, por la falta de medicamentos de los niños con cáncer en México. Tampoco lo hace por las más de 116 mil homicidios ni por los feminicidios. Ni una lágrima para los más de 55 periodistas caídos durante su administración. Más aún, López Obrador es el principal aliado de la violencia contra los profesionales de la comunicación. Está claro: prefiere liberar a Ovidio y, en contraste, acorralar a Loret y a todos los periodistas que le cuestionen porque el asunto no es personal, no es él, dice, sino que es el pueblo al que él representa, dice. Otra vez igual que Hugo Chávez, López Obrador ya no se pertenece, pertenece al pueblo y la furia del pueblo será contra quien se oponga a la transformación que encarna el presidente. Porque el presidente, dice hoy un comunicado de los legisladores de Morena, encarna la patria, al pueblo. Él y sólo él.
El presidente chillón, así escrita la frase, el presidente chillón, es la principal tendencia en las redes sociales. López Obrador está perdiendo credibilidad a pasos agigantados, ya no ríe ni lanza gracejadas. No está bien ni de buenas.