Un profesional de la comunicación no admite que su interlocutor le imponga el silencio para que él y sólo él hable; cuando el interlocutor habla sólo él, la atmósfera deviene en propaganda, no en un intercambio provechoso. El profesional de la comunicación que entrevista en serio pregunta una y otra vez cuando encuentra palabras o gestos pero no respuestas, inquiere, interrumpe, pide precisiones, más aún incluso, exige precisiones, porque lanzar proclamas no es responder y porque las generalidades tejen demagogia. Un periodista no es, o no debe ser, la pieza de una maquinaria que se presta para la propaganda de ningún tipo sino alguien que intenta que su interlocutor desmenuce la realidad compleja y muestre los límites de esa realidad compleja, difícil, testaruda. Estoy seguro de que uno de los compromisos éticos y profesionales del periodista es incentivar el pensamiento razonado.