Vale la pena escribirlo con todas sus letras: las complejas sociedades modernas ya no se sustentan en el núcleo familiar convencional; la amplitud de los derechos y las libertades en diversas regiones del globo ha traído aparejado consigo el reconocimiento de la diversidad y, en particular, del respeto a preferencias sexuales y no sólo: a que estas preferencias puedan traducirse en otras formas de composición social, vamos, en otras familias integradas por los homosexuales que, además, tendrían derecho a adoptar.
Sin embargo, las resistencias a esas nuevas formas de composición social son enormes y representan poderes e intereses formidables. La furia de la iglesia católica en nuestro país es un ejemplo de ello, en contraste con el silencio que los jerarcas religiosos han mostrado para aludir a auténticas desgracias y transgresiones a la ley, como la pederastia perpetrada por los curas católicos.
Esta Iglesia católica ha desenterrado su protagonismo en la vida política y, con el permiso o el silencio cómplice de no pocos actores políticos, lanza una ofensiva contra la diversidad y el derecho a que cada quien elija cómo integrar una familia. Lo hace, sin duda, con el apoyo de amplios sectores fanáticos y autoritarios. No obstante, creemos que saldrá adelante, como ha sucedido a lo largo de la historia, el pensamiento razonado y el proyecto civilizatorio del hombre. Al menos, como hemos dicho desde hace varios días, esa es la convicción de los editores de esta revista.