Los medios de comunicación reflejan la sociedad diversa y heterogénea mexicana, por lo que no hay una caracterización que nos permita delimitar un solo perfil sobre éstos. No obstante sí podemos decir que, en conjunto, presentan claroscuros: han sido un relevante acicate para el proceso de transición democrática y, simultáneamente, muestran las taras de los sistemas autoritarios e incluso los retrocesos del sistema de partido único y presidencialismo que hubo en los 60 y 70 del siglo pasado.
Los medios y los periodistas escudriñan en el quehacer de la vida pública, indagan, revisan y preguntan; es su labor cotidiana. Junto con ello, y también impulsados cálculos políticos y sin duda intereses empresariales, omiten, distorsionan y también intentan complacer al gobierno en turno para obtener prebendas de diferente especie, entre otras, los recursos de publicidad que ascienden más o menos a 25 mil millones de pesos durante este año (si es que el actual gobierno reduce, como dijo, el gasto en ese rubro en relación con la administración pasada).
En los últimos meses, me parece, se han impuesto los cálculos políticos y empresariales de buena parte de los medios, en deterioro de la calidad de los contenidos informativos y, en tal sentido, de la libertad de expresión. No es el garrote de los sistemas autoritarios el que forja o define la oferta editorial sino la cautela y hasta reverencia de los empresarios de los medios además de algunos periodistas, los que determinan omitir noticias que puedan incomodar al oficialismo o distorsionarlas para darles un cariz menos contundente a errores palmarios que, sin duda, ha cometido la actual administración. (Hay notables excepciones, naturalmente y por fortuna, como sistemáticamente el diario Reforma y, a veces, La Jornada y el semanario Proceso, pero aquí estamos hablando de la tendencia dominante en materia de contenidos informativos.)
Uno de los momentos más llamativos del sometimiento de la labor crítica que es inherente al periodismo, es cuando la prensa difunde la propaganda que realiza el gobierno federal, como cuando durante alguna gira el presidente López Obrador come en algún lugar sencillo con la idea de registrar o afianzar su identificación con el pueblo, como si eso fuera noticia debido a su trascendencia y en contraste la misma prensa omite informar sobre el dispendio que hubo en el primer mes de gestión del Ejecutivo, por concepto de café, galletas y alimentos gourmet, lo cual contradice el talante austero que tanto promueve el gobierno, y que ascendió a casi un millón de pesos en ese lapso.
Hay que esperar al desgaste natural del ejercicio de gobierno, también hay que esperar para conocer el deterioro de su credibilidad al hacerse más grande la distancia entre los dichos y los hechos y también hay que esperar al efecto que, en todo esto, tengan las redes sociales porque si algo es claro a estas alturas, a diferencia de los 60 y 70 del siglo pasado es que los medios tradicionales no son los únicos que difunden noticias. Por ello es probable que, en el largo plazo, esos medios vayan siendo desplazados por su pérdida de credibilidad, aunque en estos momentos se sumen a la luna de miel entre el gobierno y esa cosa amorfa y difusa que le llama “Pueblo”.