¡Viva México, jijos del pozole!

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Esta es mi tierra y mi hogar. Aquí soy parte de un esfuerzo colectivo, heterogéneo, diverso y plural. Intenso de acuerdo con las preferencias y los gustos de cada quien, también doloroso y no pocas veces rencoroso según los caminos por los que transita la vida y las formas que tenemos para asumirla. Este es mi país, nuestro país, maltrecho por el patrioterismo que lo concibe cerrado y aislado, y que además lo confronta entre héroes y villanos, vilipendiado por promesas políticas fracasadas, las que ostentan el poder y las que lo persiguen. Pero además en este país trabajamos, bailamos y cantamos, y al menor pretexto también tomamos tequila y comemos birria, migas o pozole.


Uno ama donde vive porque es el sitio al que pertenece, alegre, festivo, convulso y brutal. Es la raíz donde forjamos anhelos o los destemplamos, vale decir, donde definimos los sueños y su búsqueda incesante, o donde los abandonamos para transformarlos en indiferencia y aún en odio al otro que no cree ni siente ni piensa lo mismo. Aquí donde uno vive huele a tacos de canasta, buche, trompa y nenepil, también de suadero, cachete y lengua; sabe a agua de horchata y jamaica o de limón con chía. Desde luego que entre los claroscuros de sus cielos, la tierra duele, pero no como una de esas proclamas vulgares que, en el fondo, diluyen los sentimientos y resaltan la pose: duele por la pobreza y la desigualdad, por la demagogia del poder y por esos medios zalameros y los otros militantes igual de farsantes que conforman un circo interminable.


Por todo esto, el país sin duda motiva. Al andar cotidiano tras el chivo que inicia al despertar el día con el café humeante, la torta de tamal o la polla con harto rompope. A darle que es mole de olla. Es la madre que embadurna de saliva al hijo para limpiarle las comisuras de baba seca antes de entrar a la escuela, el padre angustiado que busca empleo o el que le chinga con todo por una lucecita: taxista, Godinez, periodista o merolico como Tres patines. Lo que sea, da igual, como sea, es esta interacción diaria la que dibuja la propia identidad: una idiosincrasia de doble moral, autoritaria, irreverente y vital hasta para hablar de lo que no sabemos con donaire de doctos al mismo tiempo que descalificar al otro por ignorante; es nuestro espacio dicharachero y alburero, burlón y cachondo, donde coexiste el “¿cuándo nos comemos eso mami?” con el “a mí no me miras que no soy objeto” aunque seguro como en todos lados esa coexistencia se entremezcla con aquel que se lo come y ella que pide más.


Esta es la nación donde la vida sí vale mucho porque cada vez más las personas participan de su propio destino. Donde los pajarillos cantan cuando la luna se mete; no, corrijo: donde decimos eso, que los pajarillos cantan cuando la luna se mete porque en todos lados cantan cuando la luna se mete. Quiero decir, este país es tan hermoso como hay muchos otros más en el mundo, con la esencial diferencia de que este es nuestro hogar y nosotros ponemos las ventanas y las macetas con flores de rosas, dalias y cempasúchil, ah porque le ponemos olor a nuestros muertos y les ofrendamos amaranto o dulce de pepita y calabaza (a los viejos no les falta sus Delicados, Faros o Tigres ni la tonadita esa de quien lleva siempre el alma suya, borrachita de tequila).


Es nuestro entorno donde muere tanta gente, nuestra gente porque es nuestro país, cachos de sueños cortados por la violencia impune y la ineficacia del gobierno; sí, este entorno en el que además sobran quienes lucran con esa desgracia y mencionan sólo a 43 ausentes cuando lo que tenemos son miles, en tanto que otros se burlan de esa desgracia ajena y muy atrevidos mencionan que nos faltan 43 días o cosas para que… agreguen ustedes cualquier cosa porque a final de cuentas les falta madre, me cae de madre que sí.


Este es un lugar fascinante. Aquí hay quienes gritan que no hay libertad de expresión o que ellos son la encarnación de la libertad de expresión mientras se cagan en lo que sea con más persistencia de la que tiene una paloma. Pero también hay rincones donde ya no se grita en favor de la libertad porque fueron ahogados a balazos. Por eso este lugar conmueve y más allá de las proclamas, también indigna: el niño maltrecho por los usos y costumbres de una brutalidad milenaria que algunos se empeñan en perpetrar, la discrminación cotidiana al viejo y al homosexual, a la madre soltera y al indígena, al gordo y al flaco, al moreno y al jodido, el lugar también donde millones creemos que lavamos la conciencia al decir esto que acabo de decir.


Esta es mi tierra y mi hogar, por eso cuando grito viva México siento que abrazo hasta a las personas que no conozco porque son parte de esta tierra y porque miran el mismo cielo, en la diversidad y la pluralidad. Y es que cuando digo viva México desprecio la demagogia y a la incitación al odio. Y aprecio la alegría y al buen ánimo, vale decir, a quienes tienen el espíritu estoico y vibrante que diario festejan la vida.


¡Viva México cabrones (y cabronas)!

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