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“Todo debe cambiar, si queremos que todo siga igual”, de la novela El Gatopardo, es una de las sentencias más famosas y citadas de la política italiana, y lo mismo sucede con la maquiavélica “el fin justifica los medios”, pero otro célebre epigrama es una frase más directa y, quizá, aún más cínica y punzante. Fue dicha por Giulio Andreotti: “El poder desgasta, pero desgasta aún más a quien no lo tiene”. Pues bien, dos mujeres estadistas han desmentido tal aserto en los últimos días. Hace algunas semanas la primera ministra de Nueva Zelanda dimitió a su puesto argumentando cansancio y demasiado desgaste personal. Hace un par de días la jefa del gobierno de Escocia, Nicola Sturgeon, hizo exactamente lo mismo. Ambas ganaron, en su momento, el respeto y la admiración generalizados por su liderazgos valientes y efectivos, sobre todo al enfrentar a la pandemia. Hoy (casi) todo el mundo alaba su honestidad. 

Sturgeon es la primera mujer (y la persona con más tiempo en el cargo: ocho años) en ocupar el cargo de primera ministra de Escocia. Como Ardern, defendió políticas liberales y dirigió a su país a través de numerosas crisis con un estilo tranquilo, empático y relevante. Su discurso de renuncia de tuvo muchos ecos del de Ardern. Ambas citaron el inmenso costo personal del liderazgo: largas horas de estrés, falta de privacidad, tiempo lejos de la familia y costo humano. Dos mujeres conocidas por su feminismo y su franqueza estaban dispuestas a reconocer la imposibilidad de seguir ejerciendo tan graves responsabilidades una vez llegado el agotamiento. ¿Eso demerita a los liderazgos femeninos y da la razón a quienes los consideran más débiles y erráticos? Definitivamente no. Eso es un prejuicio machista el cual, sorprendentemente, muchas mujeres sostienen. Porque, al contrario de lo dicho por Andreotti, el poder sí desgasta, pero solo cuando un líder es lo suficientemente honesto, sano mentalmente, fuerte y humano para reconocerlo A los otros, los obsesos del poder, evidentemente, carecerlo los vuelve aún más locos. 

Desde luego, muchos ven en esto de “pasar más tiempo con la familia” un pretexto de estas damas para evitar ver sus carreras políticas arruinadas por una vergonzosa derrota electoral. El liderazgo de ambas iba en decadencia. Sturgeon está actualmente envuelta en la controversia en torno a los derechos de las personas transgénero en Escocia y se había enredado demasiado con el tema de la independencia de Escocia (la causa más importante de su vida, según ella lo ha dicho en reiteradas ocasiones), y Ardern se enfrentaba a una popularidad decreciente y a la inmensa posibilidad de perder las próximas elecciones. Pero se llama “honestidad” reconocer la erosión del crédito y del fuelle personal de un gobernante para seguir al frente de una nación. Una actitud al extremo contrastante con la de tantos populistas de nuestros tiempos como Putin, Ortega o Maduro, candidatos ad eternum a la reelección, o la de quienes se han negado a reconocer sus claras derrotas electorales, como Trump, Bolsonaro y (veremos) Erdogan. 

Sturgeon resucitó al Partido Nacional Escocés (SNP), el cual se hallaba tundido en la lona después de haber sufrido un rudo golpe al haber perdido el referéndum independentista escocés de 2014. Logró impresionantes triunfos en las urnas y su administración fue ampliamente reconocida con altos índices de aprobación durante casi todo su tiempo de servicio. Incluso hoy tiene todavía obtiene números positivos (aunque ciertamente no tan altos como antes) en las encuestas de popularidad.  Durante lo más álgido de la pandemia, Sturgeon celebró sesiones informativas diarias donde hizo destacar la calidez de sus habilidades de comunicación. Además, con el Brexit, ampliamente rechazado en Escocia, el tema de la independencia volvió a estar en la palestra. 

Sturgeon fue el principal activo del SNP en las elecciones escocesas de 2021. Pero en el último año y medio el panorama ha cambiado. Los servicios públicos están “en estado catatónico, con colas para operaciones aún más largas que en Inglaterra, con uno de los mayores índices de obesidad y una de las expectativas de vida más bajas del mundo occidental”, de acuerdo con el juicio de la revista The Economist. A ese problema se sumó en las últimas semanas la polémica aprobación de una “ley trans” la cual permite el cambio de identidad de género a los 16 años en vez de a los 18 sin necesidad de la aprobación de un médico. La mayoría de los escoceses están en contra y el propio SNP está dividido, pero se trató de un proyecto personal de la primera ministra, con el cual quemó buena parte de su enorme capital político.

Pero, quizá, el peor error de Sturgeon fue plantear una inconvincente estrategia para lograr la independencia. En noviembre, la Corte Suprema del Reino Unido dictaminó la improcedencia de un nuevo referéndum. Ante ello, la lideresa decidió plantear las próximas elecciones generales como un “referéndum” de facto”. Pero este plan no gustó a la mayoría de los ciudadanos y ni siquiera fue apoyado por todos en el SNP. Bajo Sturgeon se ha prestado demasiada atención en la naturaleza de los procesos de cómo y cuándo debe celebrarse un referéndum, y menos a convencer a los votantes sobre su pertinencia. Así, el soberanismo entró en barrena, sin una clara hoja de ruta. Y, como ya vimos, hay otros problemas serios. Ante esta disyuntiva Sturgeon decidió retirarse. Deja atrás un SNP el cual sigue siendo, con mucho, el partido más popular de Escocia, con la mayoría de los escaños escoces en Westminster, en el parlamento local y los consejos de las ciudades. “Me voy no a la fuerza, sino por amor a Escocia y por sentido del deber”, declaró al anunciar su dimisión, Habrá quien no le crea. Yo le creo.

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