Epistemofobia (¡no quiero saber!), y otras barreras mentales de la 4T

Compartir

Para mi generación era muy clara la idea de que el conocimiento, en particular el saber científico, es un factor central para desarrollar las “fuerzas productivas” y, por ende, para conseguir nuevos y mejores estadios de bienestar para la sociedad. La consigna de F. Bacon, de que el conocimiento es poder, significaba que el saber acompaña el poder de transformar, con el trabajo material e intelectual, la naturaleza y la sociedad. Se hablaba de la praxis como una categoría esencial de una filosofía que miraba hacia el futuro de la humanidad. Ese discurso se fortaleció durante la década de los años ochenta y noventa. Ni rastro queda de ello en la administración gubernamental actual.

Es más, antes era un lugar común sostener que la burguesía –la clase dominante en el capitalismo (como nos recetaban puntualmente los manuales de la URSS)– usaba y abusaba del conocimiento científico aplicado y de la tecnología, con el único fin de incrementar sus riquezas. Pero el socialismo –se decía– habría de cambiar la dirección del proceso (nunca se dijo que habría que detenerlo o anularlo) para incrementar entre la población la educación, la salud, la vivienda y, en general, para mejorar las condiciones de existencia, con la justa distribución de la riqueza que el propio conocimiento habría de cosechar.

Bueno, hasta en el Manifiesto del Partido Comunista se celebraba ese extraordinario impulso de la ciencia y la tecnología, porque hizo posible el cambio –favorablemente– de la vida material y espiritual en Europa y América. Durante el predominio de la teocracia no hubo propiamente un conocimiento objetivo y racional, sino dogmas, miedos irracionales, creencias dirigidas y fe incuestionable. El rechazo al conocimiento se vio claramente con la condena de la Iglesia a G. Bruno y Galileo. Cuando la experimentación científica y el despliegue de la imaginación racional tomaron el sitio de la dirección del pensamiento y las acciones personales y sociales, la literalidad de los textos sagrados quedaron confinados al terreno de lo particular y lo íntimo. Fue surgiendo paulatinamente un Estado secular, laico y abierto a la ciencia y a la libre discusión de las ideas. No está de más tener presente que el discurso científico es realmente el único que puede ser autocorregido, cosa que no suele ocurrir con otro tipo de discursos que se aferran a no revisar sus propias bases y fundamentos.

Cartel soviético en donde se exalta la ciencia y el progreso.

Si esa confianza en el saber “como fuerza productiva” anidó en la enseñanza de algunos conspicuos dirigentes de la 4T, no se entendería por qué son tan reacios a fomentar toda forma de conocimiento, sea científico, sea humanístico, sea artístico. Pero parece que podemos encontrar una pista: los gobernantes actuales han retrocedido, consciente o inconscientemente, a un estadio pre-capitalista, y por ello al mundo de lo confesional y lo anticientífico.

NEGAR Y DESCALIFICAR: NUESTRA MANERA DE GOBERNAR

Si esta conjetura tiene validez, entonces cuando los defensores del régimen hablan de “conservadores” en realidad se refieren a quienes buscan posiciones progresistas, justamente desde el saber y las instituciones que lo acompañan, la modernidad y la democracia plena; de modo que cuando funcionarios públicos se (auto)identifican como “liberales” o hasta “humanistas” (¡válgame!), en realidad se refieren a un bloque de personas que añoran el oscurantismo, la magia y el predominio de unas doctrinas que satanizan y condenan “herejes”.

Fotografía: Cuartoscuro

Se puede citar como ejemplo la serie de prejuicios en contra del saber y la ciencia que surgen de las paredes de Palacio Nacional. La satanización de quienes han estudiado en el extranjero (como si Harvard, como cualquier otra universidad prestigiada, fuese una escuela de bandidos); la reducción brutal de presupuesto gubernamental en materia de ciencia y tecnología y el abandono de proyectos de investigación básica y aplicada de mediano y largo plazo “por razones de austeridad”; el uso prejuicioso que se refleja en los dichos de López-Gatell sobre el manejo de la pandemia, así como sus absurdas opiniones sobre las vacunas (señalando que no serán proporcionadas a los más jóvenes) y sus usos (“no hay evidencia científica…”); las tonterías que se expresan sobre las energías limpias (“¿cómo las vamos a usar en las noches, cuando no hay sol?”); la exhibición inenarrable y usando los medios de comunicación del Estado Mexicano de las estampitas “milagrosas”, elevadas en manos y voz de López Obrador; los in-cre-í-bles cálculos aritméticos de la directora del CONACYT, además de su insustancial idea de la “ciencia nacional”; la liquidación de hecho de las escuelas normales del país; el despido en las universidades Benito Juárez García del contratado personal académico porque proviene de áreas como “comunicación”; las peregrinas ideas sobre la función y objetivos de la lectura, según la opinión –patrocinada– de Marx Arriaga, un ¿funcionario de cultura y educación?; por no mencionar la manera en que se impusieron los planes de aeropuerto “Felipe Ángeles”, el Tren Maya y la refinería de Tabasco: sin ningún plan ni estudio, sin consultas a expertos.

EL COMPAÑERO COMTE TIENE UNA OPINIÓN

Comte formuló la tesis de «saber para prever». Tal parece que la frase fue leída en sentido contrario en la 4T, porque el rechazo al saber conduce a la falta de previsión… en todo. El gobierno es cada día más ineficiente porque se niega a saber de todo asunto relacionado con el Estado: política internacional, prevención del delito, economía, no digamos de cultura y educación. Las interpretaciones aberrantes sobre la historia del país, no tendrían ningún efecto si no salieran de la boca del Primer Mandatario. Los historiadores se burlan en privado y en público.

Ese «no querer saber» alcanza a los medios de comunicación. La libertad de creencias y de opinión surgen con las ideas ilustradas, esas ideas que desde el siglo XVIII confiaban en que la educación y la ciencia harían mejores ciudadanos. Por el contrario, la sumisión de las personas y el dogma impuesto eran símbolos de la época precapitalista. Hoy se condena a medios de comunicación, editorialistas y periodistas independientes porque atentan contra la dogmática que se desparrama en las mañaneras. Un solo credo, como en la Edad Media. De la democracia y las libertades ciudadanas, del Estado de Derecho y el cumplimiento de la ley, no se habla porque en la 4T van a terminar asegurando que son ideas “exóticas”, como repetía el viejo PRI.

La 4T quiere siervos, no ciudadanos; quiere adeptos, no seres pensantes; quiere que la única voz sea la voz del Amo; quiere seres humanos en la mansedumbre de la ignorancia; quiere una clase media domesticada; quiere que la población siga consigas y no piense ni razone. Una función religiosa en el ámbito del Estado Mexicano. Este se define como democrático, republicano, laico y respetuoso de los Derechos Humanos. Por eso alarma el retroceso a la premodernidad.

Autor