El escándalo de la fuga de datos privados con fines electorales ha puesto a Facebook contra la pared; en una semana sufrió caídas bursátiles por 50 mil millones de dólares y a ambos lados del Atlántico se levanta una gigantesca ola de descontento: Una auténtica crisis de confianza, la más profunda de su historia, ante la que el fundador Mark Zuckerberg, se vio obligado a romper su tradicional silencio:
“Cometimos errores y hay que hacer más cosas. Hubo una brecha de confianza entre Facebook y la gente que comparte los datos y espera que la protejamos. Lo tenemos que arreglar”.
De acuerdo con un reporte de Jan Martínez Ahrens en El País, el escándalo por la fuga masiva de datos privados para uso electoral abre la mayor crisis de Facebook en su historia: Dos mil 100 millones de usuarios al mes; un valor de 500 mil millones de dólares; 25 mil empleados. Facebook, un gigante que parecía casi invencible, hoy vive una sacudida histórica.
Las dudas sobre su celo y capacidad a la hora de proteger la intimidad de los usuarios se multiplican. Washington, Bruselas, Londres y Berlín han exigido explicaciones oficiales y la propia canciller alemana, Ángela Merkel, ha pedido que se devuelva la “soberanía de los datos al ciudadano”.
En las redes ha tomado fuerza un movimiento de denuncia bajo el lema #deletefacebook (borra Facebook), que ha contado con el apoyo del fundador de Whatsapp, Brian Acton, cuya compañía compró Zuckerberg en 2014 por 19 mil millones.
En el frente judicial, diferentes usuarios han presentado demandas colectivas en Estados Unidos; las fiscalías de Nueva York y Massachusetts han decidido operar juntas. A ello se suma la investigación abierta por la Comisión Federal de Comercio estadounidense para determinar si se violó la privacidad de los ciudadanos.
Toda esa presión ha hecho mella en el gigante de Menlo Park; su cotización en Wall Street ha atravesado uno de sus peores momentos y llegó a registrar pérdidas acumuladas de 12%. Pero la tormenta puede ir mucho más allá de su valor bursátil.
En un año, Facebook se ha visto inmerso en dos escándalos explosivos. El primero llegó por la injerencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016. La campaña de intoxicación masiva diseñada por el Kremlin buscaba, según los servicios de inteligencia estadounidenses, dividir a la opinión pública y favorecer la elección de Donald Trump.
Para ello, los agentes rusos pusieron en circulación todo tipo de fake news. Y Facebook fue su principal autopista; a través de la empresa fundada por Zuckerberg la propaganda alcanzó a 126 millones de personas, casi un 40% de la población estadounidense.
Como resultado de este episodio, en Twitter corre una campaña encabezada por el comediante canadiense Jim Carrey, para boicotear a la red social con los hashtags #regulatefacebook (regula Facebook) y #unfriendfacebook (desamiga a Facebook).
El segundo estallido surgió el fin de semana pasado: Una investigación de The New York Times y The Observer reveló el presunto saqueo de los datos privados de 50 millones de usuarios de Facebook y su uso con fines electorales por la compañía Cambridge Analytica, vinculada a la extrema derecha estadounidense y contratada por el equipo de campaña de Trump.
En el origen del escándalo se halla un investigador de la Universidad de Cambridge, el psicólogo ruso-americano Alexander Kogan. Autorizado por Facebook, Kogan desarrolló como académico un estudio psicológico entre usuarios y registró con una aplicación su actividad.
Aunque solo 270 mil personas le dieron permiso, él obtuvo perfiles brutos de 50 millones de usuarios; esa masa de datos pasó a Cambridge Analytica y supuestamente fue el combustible que le sirvió a la compañía para desarrollar fichas de votantes y dirigirles publicidad electoral. Kogan ha declarado que se considera un chivo expiatorio, y Cambridge Analytica niega haber utilizado esa información en la campaña presidencial.
En este escenario, la presión sobre Facebook se volvió insoportable; sus primeras respuestas no convencieron y el silencio de Zuckerberg no hizo más que disparar las críticas. Consciente de esta erosión, el fundador de Facebook decidió contestar. Lo hizo en su red y con un post en el que admitió que se habían cometido errores y que se tenían que hacer mejoras.
“Hubo una ruptura de la confianza entre Kogan, Cambridge Analytica y Facebook. Pero también hubo una brecha de confianza entre Facebook y la gente que comparte los datos con nosotros y espera que la protejamos. Tenemos que arreglarlo”.
En su escrito, Zuckerberg sostiene que ya en 2014 se hicieron cambios para limitar el acceso de las aplicaciones a la información privada. En esta línea, recuerda que cuando en 2015, el diario The Guardian les alertó de que el trabajo de Kogan había sido transferido a Cambridge Analytica, se prohibió su empleo y se solicitó a ambos que destruyesen “todos los datos recogidos de forma impropia” y que lo certificasen.
“Y ellos proporcionaron los certificados”, indica Zuckerberg. Algo parecido ocurrió la semana pasada al saltar el escándalo; Facebook, según su fundador, volvió a dirigirse a Cambridge Analytica para prohibirle cualquier uso de la información. “La empresa nos dijo que ya la había destruido y aceptó una auditoría”, indica la publicación.
Aunque Zuckerberg deja en el aire si hubo una mala utilización de los datos, admite la ruptura de la confianza y anuncia nuevas restricciones en las aplicaciones así como el desarrollo de herramientas para que los usuarios puedan controlar su información. “Tenemos la obligación de proteger tus datos y si no somos capaces entonces no merecemos servirte”, concluye en lo que podría llegar a convertirse en un epitafio adelantado.
aml