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Periodistas y medios de comunicación, con apoyo gubernamental, imparten talleres en los que se enseña a escolares a identificar noticias falsas. También muestran cómo trabajan los profesionales de la información para recuperar su credibilidad y superar el escepticismo hacia los medios que sufren las nuevas generaciones.

La mentira es algo connatural al ser humano, en parte por esa curiosa y dual característica que permite que sea al mismo tiempo mecanismo de ataque y de defensa. Con una mentira es posible lograr fines, del mismo modo que con una mentira es posible evitar problemas. Apenas se diferencia, en este sentido, de una pistola o un fusil: permite lograr objetivos a la par que evitar amenazas. Las mentiras son un arma, visto así. Y contra las armas solo caben como respuestas más armas o escudos. Ninguna de las dos opciones es infalible.

En la actualidad, todos somos víctimas de estas armas, en lo que muchos expertos identifican con una guerra global suave que busca esa misma imposición de ideas mediante las armas, con la salvedad de que aquí no se cuentan muertos, sino cerebros y corazones colonizados. Tal vez terminemos viendo la muerte como consecuencia de la sociedad que emergerá cuando amaine la tormenta de la mentira, en la que estamos inmersos con un pequeño paraguas como único escudo. Algunos, ni eso: se enfrentan a la lluvia con la ilusión de un niño que se moja al saltar sobre los charcos. Aunque en este caso el ejemplo más adecuado sería el del gorrino que se reboza en barro, y lo goza.

Para evitar que los niños, el futuro de la sociedad, terminen comportándose no como una piara embarrada, sino como un rebaño teledirigido, el Gobierno francés y el sector mediático han decidido impulsar una serie de talleres en colegios para enseñar a los más jóvenes a identificar, desmontar y combatir noticias falsas. Una encomiable tarea que cuenta con más de 150 periodistas voluntarios, de medios como ‘Le Monde’, que acuden a las aulas a enseñar a los jóvenes lo vulnerables que son cuando hacen de las redes sociales su periódico del día sin cuestionarse absolutamente nada. No se trata de hacer proselitismo en favor de los medios tradicionales, sino de demostrar con ejemplos que hay mentiras tan bien elaboradas que cualquiera podría caer en ellas. Un buen ejemplo es pensar que todo perfil verificado es potencialmente creíble, y luego leer algunas publicaciones de Donald Trump o Marine Le Pen para constatar exactamente lo contrario. Una alumna, citada por ‘The New York Times’ en un reportaje que explica estos programas, arroja la clave del comportamiento comunicativo de estos políticos: escogen un tema real, lo exageran y proponen a la gente convertirse en la solución. Funciona.

Más información en: media-tics.com

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