Dicen de Donald Trump que exige a quienes trabajan para él en la Casa Blanca que se vistan tan bien como si fueran grabados permanentemente en un programa de telerrealidad. A alguien que presta tanta atención al atuendo no pudo pasarle desapercibida la marea blanca que ayer tomó asiento en el Capitolio mientras él daba su primer discurso ante las dos cámaras del Congreso en pleno.
La gran mayoría de las mujeres congresistas lucieron vestidos blancos, una práctica que toman del movimiento sufragista de principios del siglo XX, identificada con la defensa de los derechos de la mujer. El Grupo de Trabajo de Mujeres Demócratas, una agrupación de mujeres legisladoras, envió a sus miembros una carta el lunes pidiéndoles que llevaran blanco "en solidaridad con las mujeres de la nación".
Trump es un maestro de la puesta en escena, el suspense y el dramatismo. Es el lenguaje que entiende y domina, y a sus oponentes en Washington les ha quedado claro que es el punto en que un ataque más puede dolerle. Una de sus principales batallas como presidente novato no ha sido le reforma sanitaria o el terrorismo, sino cuánta gente acudió a su toma de posesión y cuánta -muchísima más- a la protesta feminista del día posterior.
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