La ciencia ha dado por lo menos dos lecciones de humildad a la humanidad en las últimas décadas. Los enormes avances en el conocimiento del comportamiento de los animales, a través del trabajo de etólogos como Carl Safina o Frans de Waal, han demostrado que el hecho de que no podamos comprender bien cómo piensan y sienten los animales no significa que no sean seres inteligentes y sintientes. La otra lección tiene que ver con nuestro pasado remoto: los descubrimientos en torno a los neandertales, la especie humana más cercana a la nuestra, desaparecida hace unos 40.000 años, han demostrado que no eran unos seres primitivos, salvajes y bastante cafres como habían sido descritos por la cultura popular y científica hasta hace relativamente poco, sino que fueron tan inteligentes como nosotros, lo que no impidió que desapareciesen.
Cuando salió el libro de Carl Safina Mentes maravillosas (Galaxia Gutenberg), The New York Review of Books escribió que su efecto a largo plazo sobre la conciencia colectiva iba a ser tan importante como el que produjo El origen de las especies de Charles Darwin: un replanteamiento radical de nuestra relación con el mundo que nos rodea. Frans de Waal, etólogo de la Universidad Emory de Atlanta, también ha contribuido a este cambio de mentalidades con libros como ¿Tenemos suficiente inteligencia para entender la inteligencia de los animales? (Tusquets). La idea, sancionada desde el Génesis, de que el hombre era superior al resto de las criaturas quedaba en entredicho.
Ambos autores demuestran que animales como los grandes mamíferos (elefantes, orcas, delfines, ballenas), los primates (orangutanes, gorilas, chimpancés, bonobos) o algunas especies de pájaros (loros, cuervos) establecen sociedades complejas, cuidan de los débiles, utilizan instrumentos, transmiten conocimientos a través de la cultura, seguramente manejen lenguajes y, en el caso de delfines o belugas, es muy posible que hasta se llamen por sus nombres. La serie de National Geographic Los secretos de las ballenas o el documental de Netflix Lo que el pulpo me enseñó, que ganó el Oscar este año, demuestran la complejidad del mundo animal y, a la vez, el abismo que nos separa de él. Está claro que no somos la única especie inteligente, capaz de albergar sentimientos complejos y de transmitir una cultura, pero ¿seremos capaces de comunicarnos con otras especies, de las que nos separamos hace millones de años? ¿Podremos comprender la experiencia sensorial y social de un pulpo o un cachalote?
Algo similar nos ocurre con los neandertales, y por eso seguramente nos apasionan y se publican tantos libros sobre ellos: nos demuestran “que existe otra forma de ser humanos”, como escribió Rebecca Wragg Sykes, autora del extraordinario Neandertales. La vida, el amor y la muerte de nuestros primos lejanos, un superventas en el mundo anglosajón que este mes de septiembre publicará Geoplaneta en castellano. Juan Luis Arsuaga, autor junto a Juan José Millás de La vida contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara), se pronunció en un sentido muy parecido: “Representan otra manera de ser humanos y eso es algo que nos cuesta mucho imaginar”.
Existen muchas cosas que nunca podremos comprender de ellos, y no solo porque se trata de una especie extinta hace milenios. Su forma de ver el mundo —que nos ha llegado a través de restos arqueológicos dispersos y misteriosos, como grabados en rocas o huesos de pájaros seguramente horadados para hacer collares–— se ha perdido para siempre. Pero además, como ocurre con los animales, tenemos que superar siglo y medio de prejuicios basados en una única idea: nosotros somos superiores a ellos.
Ver más en El País