Samuel Langhorne Clemens (1835-1910) es más conocido por su seudónimo Mark Twain. El famoso escritor norteamericano fue lo que ahora llamaríamos un escéptico.
Despotricaba de los clarividentes, las adivinas que leían la palma de la mano, las entidades sobrenaturales y cualquiera que promoviera absurdos médicos y estafas pseudocientíficas.
¡Cuánta falta nos haría ahora su ironía punzante!
A él se le atribuye la famosa frase: “Es mejor tener la boca cerrada y parecer estúpido que abrirla y disipar la duda”.
Aunque no tenía formación científica de ningún tipo, Twain era un maestro para describir la psicología humana, sus vulnerabilidades, sus defectos, a menudo en descripciones cargadas de ironía, pero también de introspección y observación. William Faulkner lo llamó “el padre de la literatura norteamericana”.
Con una de esas pseudociencias, la frenología, tuvo una larga relación que marcaría su vida y su obra.
Twain descubre la frenología
La frenología fue fundada por Franz Joseph Gall (1758-1828), aunque él rechazaba ese nombre y prefería llamarla craniometría.
Su idea básica era que las inclinaciones básicas de una persona, sus fortalezas y sus talentos, se podían identificar palpando su cráneo y localizando bultos, señal de que la zona cerebral subyacente estaba hipertrofiada. Depresiones o huecos indicaban, por el contrario, que esa zona cerebral estaba poco desarrollada y esa persona fallaba en esa capacidad o habilidad.
En la Europa continental cayó en el desprestigio pronto, pero en Gran Bretaña y en Estados Unidos se expandió durante mucho más tiempo. Allí, formaba parte de la realidad cotidiana en ciudades y pueblos.
El contacto de Mark Twain con la frenología fue muy temprano. En su autobiografía contaba como un frenólogo ambulante visitaba cada cierto tiempo Hannibal, la pequeña ciudad portuaria donde transcurrió su infancia.
Así lo cuenta:
“Uno de los que llegaba con más frecuencia a nuestro pueblo de Hannibal era el frenólogo peripatético, que era popular y siempre bienvenido. Reunía a la gente y les daba una conferencia gratuita sobre las maravillas de la frenología, luego tocaba los bultos de sus cabezas y hacía una estimación del resultado, a veinticinco centavos por cabeza”.
La gente salía satisfecha de esas interpretaciones de su personalidad. No era para menos, siempre eran positivas, al fin y al cabo, eran clientes y nadie paga con gusto por recibir malas noticias.
No obstante, el niño Samuel se quedaba sorprendido de que el frenólogo comparase frecuentemente las cabezas de los lugareños con la de George Washington, y encontrase grandes similitudes y, consiguientemente, las mismas virtudes que el gran militar y político norteamericano.
Pero ¿a quién no le gustaba ser asemejado con tan excelso y admirado personaje? Twain decía así:
“Este acercamiento general y cercano a la perfección debería haber despertado sospechas, quizá, pero no recuerdo que lo hiciera. Tengo la impresión de que la gente admiraba la frenología y creía en ella y que la voz del incrédulo no se escuchó en la tierra”.
Al principio intentó entender la frenología realizando esquemas del cerebro con los principales “órganos mentales”, regiones corticales descritas por los frenólogos especializadas en una función determinada como el ahorro o la habilidad musical.
Progresivamente se fue volviendo más y más escéptico sobre aquellas ideas, que no veía que encajasen con la realidad.
Los retratos frenológicos aparecen también en su obra. Por ejemplo en Jul’us Caesar, una pieza basada en un joven que conocía de Hannibal, el protagonista era descrito de la siguiente manera:
“[Tenía una] complexión muy gruesa y pesada; pelo rojo largo y fiero, y un rostro grande, redondo y tosco, que parecía una Luna llena en la última etapa de la viruela”.
En cuanto a su cráneo e intelecto, escribió que:
“era una curiosidad frenológica: su cabeza era un enorme bulto de Aprobación [un órgano mental que se definía como un afán excesivo de ser objeto de aprobación o elogio]; y aunque era tan ignorante y tan vacío de intelecto como un hotentote, sin embargo, la gran niveladora e igualadora, la arrogancia, le hizo creerse plenamente talentoso, culto y tan guapo como es posible que un ser humano sea”.
Los experimentos de Mark Twain
Años más tarde, Twain haría su propio experimento sobre la frenología. Para ello eligió a dos de los frenólogos más reputados, los hermanos Fowler.
Orson Squire Fowler (1809-1887) y su hermano menor Lorenzo Niles Fowler (1811-1896) consiguieron convertir la frenología en un negocio muy rentable.
Los hermanos abrieron consulta en Boston, gabinete que pronto ampliaron con otros dos en Filadelfia y Nueva York. Allí ellos y sus ayudantes leían cráneos, publicaban libros y revistas, proporcionaban tablas, calaveras, moldes de cabezas y bustos de porcelana y ofrecían cursos de formación.
Para promocionar su negocio viajaban constantemente y daban charlas y vendían su parafernalia en grandes ciudades y pueblos remotos.
Los Fowler cultivaban una frenología “moderna”. En primer lugar valoraban “la constitución, el temperamento y la conformación del sujeto”, se fijaban en su aspecto y su forma de vestir y probablemente le sonsacaban toda la información posible para afinar el “diagnóstico”.
Luego se centraban en el tamaño y forma general del cráneo y finalmente analizaban los órganos mentales uno por uno, asignando números desde 1 (para los más pequeños) a 7 para los más grandes. Con eso construían tablas y esquemas que entregaban al cliente.
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