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El teatro Blanquita fue la mejor respuesta posible que, en 1960, un grupo de empresarios encabezados por Margo Su dio a la ferrea vigilancia del regente Uruchurtu para cuidar la moral pública de la capital del país. Con el trabajo que implica enfrentar los intentos de ahorcar económicamente a los centros de espectáculos y la censura, aquel recinto montó un espectáculo donde la cadencia de diez mujeres ataviadas con escasas ropas de plumas y lentejuelas fue uno de los mayores atractivos. Eran hermosas y se les conoció como “Las fabulosas diez”.

Alrededor de 1961, aquel elenco de beldades tuvo una merma, cuando una bailarina cubana se hartó de seguir en la antesala del éxito como solista porque, en ese tiempo, era requisito exhibir las virtudes físicas y artísticas en los teatros de revista para obtener contratos como estelar en mejores escenarios. El caso es que se presentó al casting una mujer impactante. No se supo de dónde había llegado y su nombre siempre ha sido un misterio. Margo Su la describe “de piel dorada de sol y pelo negro de azabache”, “parecía que el bikini se había inventado para ella, la de los andares cadenciosos y elásticos como aquellos de los felinos en plena selva”. Fue precisamente por eso que entre los compañeros de trabajo se le conoció como “El Bikini” y al paso del tiempo, para adecuar el mote al genero se le llamó “La Bikina”.

Linda Gray, vedette de la Compañía de Revistas Bim Bam Bum, entre 1950 y 1960

La presentación de aquella mujer fue impactante, tanto que durante un tiempo el público masculino que se vaciaba en gracejadas e improperios, frente a ella permaneció embelasado, compuesto de sonrisas mustias, aún incluso simulando las punzadas de los pellizcos de aquellos hombres osados que asistían con su esposa. Cada uno quería enamorar a “La Bikina” aunque ella permaneció impasible al halago y las invitaciones que le prodigaban. Amable pero distante, lucía en la pasarela su real majestad sin ver a los asistentes. Entonces, el desengaño de sus pretendientes que eran muchos la situaron como una más de “Las fabulosas diez” y regresaron los gritos aquellos que pretenden enaltecer la belleza cuando más bien la denigran.

“La Bikina” siguió ausente. De elogios y silbidos, aplausos y silencios, de la diversión de las masas que en realidad siempre es impersonal. Una de esas noches, la mujer solitaria casi choca en el escenario con un violinista, integrante del Mariachi Vargas de Tecatitlán. Ambos se miraron fijamente durante algunos instantes y anduvieron su camino. El sintió que los ojos de “La Bikina” le rasgaron el alma para siempre por lo que desde entonces lanzó suspiros sin respuesta. Él ignoraba que a la bailarina le sucedía lo mismo desde antes de arribar al Blanquita hasta que lo comprendió una vez en la que casi volvieron a estrellarse. El violinista la vio. Esos ojos que le habían invadido las entrañas le dijeron que ella sufria el mal de amores tanto como él.

Un día inasible de 1963, “La Bikina” se fue como llegó, intempestivamente. No sabemos su destino lo único que podemos afirmar es que el violinista es Ruben Fuentes quien, al quedar prendado para siempre de aquella cadencia señorial, la hizo inmortal. No es cierto lo que dice Wikipedia, que al autor se le ocurrió la canción cuando su hijo le comentó en la playa que las mujeres que usan bikini deberían llamarse “Bikinas”. En 1964 compuso “La Bikina”.

Seguramente aquella mujer misteriosa oyó la canción. No sé si le gustó como a mí la interpretración de Marco Antonio Muñiz, la de Lucha Villa, a ritmo de Mariachi o tal vez la de Julio Iglesias (creo que no la escuchó en la voz de Luis Miguel). Incluso la tarareó porque fue como hablar consigo misma, besar el dolor y disfrutarlo, así como cuando sufrimos la soledad y simultáneamente, la volvemos tributo en honor de quien no quiso estar con nosotros.

Durante los años 70, el rito de las parrandas de mi padre casi siempre terminaba cantando “La Bikina” y mí niñez me impidió saber porqué lloraba. Nunca lo supe aunque ahora creo entenderlo. Ruben Fuentes trascendió la hermosura de una bailarina herida de amor en un anhelo porque, como dijo Albert Camus, “No ser amados es una simple desventura; la verdadera desgracia es no amar”.

Algo pasa conmigo, sin embargo. Ahora mismo la observo a ella, y siento el deseo de que su soledad se hubiera visto recompensada, con las penas y el dolor que también conlleva el amor correspondido. Y si eso fuera cierto, entonces irremediablemente imagino a “La bikina” dedicando ella misma esa canción a quienes les atravesó el amor la humanidad. ¿La escuchan, como yo? Ella está cantando:

Solitaria, camina la bikina
Y la gente se pone a murmurar
Dicen que tiene una pena
Dicen que tiene una pena, que la hace llorar
Altanera, preciosa y orgullosa
No permite la quieran consolar
Pasa luciendo su real majestad
Pasa, camina y nos mira sin vernos jamas

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