En la realidad atemporal y alternativa donde vive López Obrador puede hablarse de nuevas refinerías, trenes que atraviesan biósferas y de arrasar con campos, lagos y cerros sin mencionar, ni por asomo, los daños ambientales de esas obras. Para él y sus funcionarios aluxes, el calentamiento global no existe: ni siquiera cuando toca a nuestra puerta y amenaza con destruir las costas de Quintana Roo y la industria hotelera que alberga.
Para desgracia del planeta, la negación del calentamiento global es parte de la agenda cultural de los populistas. Han inventado, como Trump, todo tipo de argumentos insostenibles para negarlo, para disuadir a los gobiernos de tomar medidas que atraviesen las fronteras y engañar a sus seguidores fanáticos y desinformados.
La ventaja del sargazo es que las 168,000 toneladas que invadieron las costas del Caribe en 2018, y de nuevo en 2019, sí se ven. Y no hay manera de darle la vuelta a sus orígenes ni a la devastación natural que causarán.
La multiplicación de esta macroalga se debe al aumento de nutrientes que la alimentan -los agroquímicos y las descargas de aguas residuales que arrojamos al mar-, al aumento de la temperatura del agua y al cambio de las corrientes marítimas y los vientos resultado del calentamiento global.
Los funcionarios federales y locales que andan todavía buscando “el entendimiento” del problema han contratado para resolverlo a industrias dedicadas al comercio de “abarrotes y ultramarinos” o de servicios de “hojalatería y pintura” (Reforma, mayo 4, 2019) que, inexplicablemente, no han podido detener la llegada del sargazo a las playas, o se han hundido en la resignación. El director de Fonatur, Rogelio Jiménez Pons, declaró de plano, que “es un problema que llegó para quedarse”.
El director no entiende que el problema no puede haber llegado para quedarse porque puede causar un desastre ecológico. El sargazo acaba con el oxígeno del agua matando a todos los seres vivos de un ecosistema, y ya seco en la playa despide ácido sulfúrico y arsénico que ponen en riesgo a miles de especies marinas más y a los mantos freáticos de agua dulce.
Es indispensable entender de qué estamos hablando, porque el sargazo (y la ceguera ambientalista de este gobierno) es nada más una punta del iceberg de la destrucción del único hábitat que nos sostiene como especie -este planeta- y de la necesidad de detenerla.
El 6 de mayo se publicó un largo estudio internacional ordenado por la ONU, el más completo que se haya hecho hasta ahora, sobre la devastación de la naturaleza y el desafío que enfrentamos para revertirla.* Las cifras son escalofriantes.
Desde los arrecifes de corales hasta las selvas tropicales, estamos destruyendo la naturaleza a una tasa cientos de veces más alta que el promedio de los últimos 10 millones de años. La biomasa de mamíferos salvajes ha caído en 82%; los ecosistemas naturales han perdido la mitad de su superficie. Un millón de especies estarán en peligro de extinción en las próximas décadas; 500,000 a corto plazo.
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