Caló hondo en la “izquierda trumpista” mexicana —existe, no es broma— el discurso de toma de posesión de Joe Biden como presidente de Estados Unidos.
No les gustó su llamado a terminar con la “guerra civil” entre conservadores y liberales —chairos y fifís, para ponerlo en el lenguaje de la 4T—.
Mucho menos que el nuevo jefe de la Casa Blanca haya colocado como prioridad de su gobierno la unidad de todos los estadunidenses.
“Sin unidad no hay paz, sólo furia y amargura. No hay progreso, sólo caos. Es el momento histórico de enfrentar estos desafíos… podemos lograrlo con tolerancia y libertad”, dijo el demócrata. El discurso aplica para México. Desde su púlpito mañanero —convertido frecuentemente en tribunal— el presidente López Obrador siembra odio, anatemiza a los ricos, descalifica a sus críticos, ve complots por todos lados, divide a la sociedad.
Eso ya lo entendió hasta su fan número uno: Elena Poniatowska, quien le pidió al Presidente suspender las mañaneras, ante el hartazgo nacional. A ese sector de la “izquierda”, por cierto, le cayó muy mal que el historiador Enrique Krauze —“intelectual orgánico” para López Obrador— haya calificado de “extraordinario” el discurso de Biden a favor del respeto a la verdad y la democracia.
Los seguidores del Trump tropical, como los llamó el perredista Fernando Belaunzarán, lo tundieron con retuits plagados de insultos que no vale la pena reproducir.
Krauze reaccionó a toda esa basura: “La vergonzosa convergencia de un sector de la izquierda mexicana con el fascista Trump, recuerda el pacto de Stalin con Hitler. Tiempo después Stalin renegó, pero la infamia quedó”. ¡Tómala!
Entre las primeras órdenes ejecutivas que Biden firmó ayer está la terminación de la “declaratoria de emergencia” que se usó para desviar fondos al muro fronterizo con México; la reunificación de indocumentados y el envío de un proyecto integral sobre inmigración al Congreso. Y aun así prefieren a Trump y critican a Biden.
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