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Si en alguna tarea es incansable el Presidente y sus seguidores, es en la búsqueda de culpables. Son infatigables. Por supuesto hay culpables reales, como Emilio Lozoya, a quien no dudan en defender para que diga otra serie de culpables y así seguir en una lista interminable hasta que todos seamos culpables de algo, salvo el Presidente –porque los subordinados siempre tendrán alguna culpa ante el jefe.

Buscar culpables es una de las tareas que se imponen las tiranías. Como dijera el Presidente: no requiere de gran ciencia. Se ha probado a lo largo de la historia, una y otra vez, que provocar la división, animar los enconos, promover las acusaciones entre la ciudadanía, diseminar el miedo, son actividades muy lucrativas para quien desea tener el poder sobre todos. En eso están.

Los culpables siempre son útiles. No sólo porque pueden distraer la atención de algún tema de interés, sino porque las explicaciones pueden ser sencillas, entendibles. Cazar culpables es más divertido y no es necesario rendir cuentas sobre otros aspectos del trabajo público. Por ejemplo, es más fácil estar señalando gente que explicar por qué los apoyos económicos son un fracaso, por qué las empresas cierran, por qué el desempleo, por qué los cincuenta mil muertos de la pandemia. Es más fácil decir que la culpa es de fulano o de sutano.

Normalmente el manejo de la culpa en política empieza por señalar a un grupo en especial para terminar en casos particulares que son usados como ejemplo al exponerlos al escarnio en la plaza pública. De un tiempo a la fecha el doctor López-Gatell ha decidido culpar a “los gordos”, a las personas con malos hábitos de alimentación, de múltiples males que tiene nuestro país. Muchas enfermedades derivadas de la pésima dieta que siguen decenas de millones de mexicanos se tienen que atender en hospitales públicos y eso es muy desesperante para personajes como Gatell, que preferirían salir en la tele en un programa de variedades dando consejos sobre qué hacer con la gripita o la comezón por los piquetes, que estar atendiendo gordos diabéticos que no supieron controlarse a la hora de comerse dos huaraches con bistec y una memela con una coca de dos litros. Debe ser frustrante para un fifí delgadito y con ínfulas de galán ver cómo los gordos incontinentes le echan a perder su trabajo porque se mueren, los gordos se mueren y les vale por más que López-Gatell se los advierte. Pinches gordos.

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