El presidente López Obrador anunció durante su Tercer Informe que de los 100 compromisos que hizo cuando tomó posesión en 2018, se habían cumplido ya 98. Los dos que faltan son esclarecer el crimen de Ayotzinapa (pues no han logrado recoger evidencia que contradiga radicalmente la “verdad histórica” del gobierno de Peña Nieto, y probablemente no lo consigan). La otra es la descentralización de la administración pública federal en varios estados de la República. Se supone que esos compromisos, en la medida de que se cumplieran, irían provocando la famosa transformación social que nos llevaría a ser un país totalmente distinto, lo que constituiría una gesta histórica de la magnitud de las tres que conforman nuestra historia oficial.
En realidad, muchos de esos compromisos, en la medida que se cumplan cabalmente, podrían implicar un buen gobierno pero no necesariamente un nuevo régimen y menos aún una épica histórica. Hay 53 compromisos cabalmente cumplidos. Por ejemplo las estancias infantiles (que ya había), una reforma educativa (regresiva, además), no cobrar más impuestos o mantener baja la deuda pública. También, ahorrar en equipos de cómputo y otros ahorros (choferes, asistentes, publicidad, no comprar enseres repetidos, ni vestuario, ni gastos superfluos en el extranjero, ni contratar despachos privados). Ahorros bienvenidos en tanto no afectaran la eficiencia en los servicios de gobierno… pero sí la afectaron en buena medida.
Tampoco creo que el compromiso de hacer de Los Pinos un museo fuera algo determinante para el profundo cambio que el país experimentaría. Se instaurarían consultas ciudadanas y la revocación del mandato; ya están. Lo malo es la forma en que se han utilizado, más con un sesgo partidista que a partir de un derecho ciudadano legítimo. Otro compromiso cumplido; la creación de la Guardia Nacional, aunque no se dijo que se militarizaría. Habría libertad de expresión, que en realidad se ha venido ganando desde hace décadas. Y libertad religiosa (la hay desde la Reforma). Se ofreció una cartilla moral, que ya existe pero probablemente pocos la han leído. Y desde luego eso no provoca la “revolución de las conciencias” que presume AMLO, ni la República Amorosa. Por supuesto, están los cambios positivos de elevar el salario mínimo y la pensión de adultos.
Hay otros 45 compromisos que se han cumplido formalmente, o se echaron a andar pero no han concluido o no han arrojado resultados, y no se sabe si lo harán. Entre ellos están apoyos para indígenas y la ayuda general de los pobres (pero ya hay más en vez de menos), las 100 universidades públicas que no funcionan aún, apoyos a la ciencia, la técnica y el arte (pero quitaron fideicomisos, y no sólo los que mostraban corrupción sino de forma pareja). Está el derecho a la salud de todos (estilo noruego), pero estamos lejos de eso. Se bajarían sueldos en la cúpula burocrática para elevar los de las bases; lo primero sí se hizo, lo segundo no. Los programas de jóvenes del futuro han arrojado bajísimos resultado y “sembrando vida” se tradujo en mayor deforestación (provocada por quienes esperan recibir la ayuda, para lo cual queman sus árboles). Se ofreció transparencia, y desde luego que se acabara la impunidad; AMLO habla diario de ello pero las cosas siguen más o menos igual. Y también, que prevalecerá el Estado de Derecho y habrá cumplimiento cabal de la Constitución. Pero no; incluso Morena nos dijo abiertamente, en el caso de la Ley Zaldívar, que se vale violar la Constitución por una “causa superior”, que es la suya. Ahí están también los compromisos de la obra pública; Santa Lucia, Tren Maya, Dos Bocas, que se cumplirán, pero no sabemos si alcanzarán los objetivos buscados. Y que se desarrollaría energía limpia, cuando lo que tenemos es energía contaminante. La autonomía de la FGR es otro compromiso, pero ya estaba planteada desde antes, y no, no parece haberse logrado. Y bueno, otro más es que se fomentará la lectura (pero como emancipación, supongo, más que como placer).
Es decir, el cumplimiento formal de los compromisos no necesariamente arrojan los resultados prometidos, sea porque las premisas de las que parten no son realistas, o bien por mala ejecución. Pero lo que no se puede concluir es que por haber sido cumplidos formal o parcialmente esos 98 compromisos ya tenemos el idílico país que se ofreció como resultado de la gloriosa “Cuarta Transformación”.