* (Las siguientes líneas están pensadas para etcétera, esa revista especializada en medios de comunicación, su oficio, sus reglas, un observatorio riguroso sobre su trabajo. Como “1994” se ha convertido en un punto de discusión histórica y periodística, creo, vale la pena explorar sus entresijos). Es necesario aclarar que el autor colaboró marginalmente en la confección de esa serie.
Una de las cosas más difíciles de tragar, de creer o asimilar, es que un sujeto anónimo, más o menos trastornado, desconocido –un don nadie pues-, pueda sin embargo cambiar el curso de la historia.
La pregunta aparece: ¿cómo es que EL PODER quede sujeto a la veleidad de lo inesperado, del azar, de lo incomprensible? Si es así, entonces EL PODER –con mayúsculas y como nos gusta pensarlo- no lo es tanto, se vuelve materia dúctil y frágil, cosa volátil de creación humana.
La historia se convierte entonces en el territorio donde “todo está permitido” (Karamazov) y parece encarrilarse hacia el “cuento contado por un idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada” (Macbeth).
Pero ¿a qué viene toda esta filosofía de preparatoria?
Me explico. Si ustedes tuvieran que contar los sucesos del año 1994 ¿qué es lo que expondrían? ¿el alzamiento zapatista? ¿el asesinato de Colosio? ¿las consiguientes investigaciones del asesinato de Colosio? ¿el homicidio de Ruiz Massieu? ¿la suma de las violencias políticas acumuladas en ese año? ¿la quebradiza economía del nuevo modelo neoliberal? ¿el primer gran pacto democrático que propició las primeras elecciones limpias en México? ¿las intrigas de palacio entre los miembros de un élite que se creía ya estampada en la posteridad? ¿el nacimiento de la desconfiada e iracunda libertad de expresión, tal y como la conocemos hasta hoy? ¿la lenta fragua de la peor crisis económica que México vivió desde los años 30? Porque todo eso es 1994 y mucho más.
Ya se sabe: optar por una línea narrativa es negar las otras (negarlas, al menos parcialmente, si hablamos de una serie de televisión) de modo que el árbol frondoso de la vida empieza a perecer para privilegiar una sola de sus ramas. Y así ocurrió aquí.
DILEMAS DEL PERIODISTA
Este es el primer dilema que Diego Osorno agarró por los cuernos al asumir el asesinato de Colosio y las tumultuosas investigaciones que le siguieron. Optó, y ese sería el hilo conductor de su serie, lo que no obsta para que, en su narración coral, alcance a dimensionar la radical importancia de aquel año.
No es mala elección, por razones de fondo y por razones estrictamente televisivas. El documental –al evocar crudamente un magnicidio- muestra la inutilidad radical de la justicia en México, quizás el problema más grave de nuestra destrucción institucional. Pero la decisión es buena también porque le imprime a la serie la pimienta del thriller, el suspenso, la infamia desparramada en aquel contexto ya enloquecido (y del cual, aún no nos reponemos).
El reto es aún más difícil, pues las condiciones de la serie –producida por la escrupulosa VICE y auspiciada por NETFLIX- eran éstas: no habrá voz en off (no existe un narrador externo que guía el entendimiento de la historia); se tejerá, íntegra, a partir de los dichos estrictos de los entrevistados y del rompecabezas que produce esa polifonía. Se trataba de construir un panorama legible del año malhadado.
Más allá del resultado, en la intimidad del taller del periodista, a mi me parece que esta es la verdadera complejidad de la serie: armar una historia a partir de los puros testimonios, impresiones y recuerdos de decenas y decenas de personajes, cada uno con su versión y con sus distintas dosis de verdad, memoria, melancolía, frustración y, también hay que decirlo, de locura.
OTRAS TRES DECISIONES
Una vez optado el hilo conductor principal, el trabajo periodístico sigue planteando nuevos dilemas. ¿Hay que privilegiar una de las versiones encontradas? 1) ¿El magnicidio concertado por poderes oscuros “pero sabemos de quién se trata”? o, 2) ¿el asesino solitario, el modesto caballero Mario Aburto, cuya megalomanía alcanzó a generar una conmoción internacional?
Creo que la serie no quiere sumarse al simple alarido popular e inclinarse hacia ninguna de las dos versiones; quiere dejar el expediente abierto para el juicio del televidente. Pero ¿lo logra?
Aquí aparece el siguiente dilema: no todos los testigos entrevistados tienen el mismo peso ni la misma capacidad de persuasión. A lo que se agrega un ingrediente: los que sostienen versiones distintas, simplemente, no aceptaron ser entrevistados. ¿Cómo mantener un equilibrio, una cierta objetividad, el balance aproximado, si de un lado solo unos cuantos se animan a ofrecer su versión al público mientras que del otro hay una legión deseosa de ofrecer su verdad? En ese caso ¿el periodista debe “compensar” esta ausencia con su propio criterio, sus propios materiales y su propio punto de vista?
Y finalmente: ¿todas las versiones merecen el mismo peso y el mismo espacio? El periodismo más tradicional (y comodín) sostiene que sí, pero hoy por hoy, los medios de comunicación más importantes, en todas partes, descartan la idea de que los asuntos tienen que ser cubiertos otorgando el mismo espacio a todas las posiciones que hay en cada asunto.
“La tierra es plana”, muy bien, tiene cinco minutos. “La tierra es redonda”, ok, tiene los mismos cinco minutos”. En otras palabras: hay posturas tan claramente falsas, que no vale la pena reconocerles importancia y otras cuya difusión puede propiciar más confusión o la propalación de mentiras. El medio, el reportaje o la serie, se vuelve responsable de la difusión de la mentira (Raúl Trejo dixit).
Y al asesinato de Colosio nos coloca frente a un dilema así. ¿Tiene el mismo peso el montaje de Chapa Bezanilla y su vidente, que la escrupulosa indagatoria –realizado con la ventaja que da la distancia- del fiscal Luis Raúl González Pérez?
“1994” es, sigue siendo nuestro reflejo, de ayer y de hoy: un maremágnum de chismes, especulaciones, filtraciones y la extensísima desconfianza pública que perdura hasta nuestros días… hija de aquella circunstancia. No es ninguna telenovela previsible y sobreactuada sino una muy difícil reconstrucción directa a través de decenas de protagonistas reales. Un panorama aún intenso y desolador de lo que fuimos y seguimos siendo) desde 1994. Vale decir: una nación sin su propio guion.