En el discurso de Morena lo que está en juego en 2024 es seguir avanzando hacia un México próspero, igualitario y honesto, con vistas a un futuro glorioso que puso sus cimientos durante este gobierno, pero falta concluirlo. Eso representa el “Segundo Piso” de Claudia Sheinbaum. En cambio, en esta visón, la oposición encabezada por Xóchitl Gálvez implica el retorno a un pasado de rapiña, desfalco, simulación, desigualdad e impunidad.
Las cosas se ven muy distintas desde la perspectiva de la oposición. El gobierno de AMLO no sólo no logró en su mayoría lo que prometió; al contrario, se tomaron medidas que dañaron esos temas. Tampoco se avanzó en el prometido combate a la corrupción y el fin de la impunidad. Hay ahí un cochinero que estamos conociendo.
En cambio, lo que sí lo distinguió es el acoso constante a aquellas instituciones que forman parte de la arquitectura democrática; la división de poderes, los contrapesos institucionales, la vigilancia mutua, bajo el argumento de que sólo sirven a los intereses elitistas.
En realidad lo que está detrás de esta política es el intento de concentrar el poder, eliminar todo aquello que pueda frenar las decisiones tomadas desde la presidencia, al grado incluso de anular cualquier poder de la oposición a través del Plan C, que es obtener la mayoría calificada en ambas cámaras de tal manera que se pueda cambiar la Constitución sin tener que contar con el apoyo de la oposición y sin que la Corte pueda pronunciarse sobre la constitucionalidad o no de las reformas. Y parte del plan es eliminar a la mayoría de tales instituciones autónomas, o subordinarlas indirectamente al Ejecutivo.
En términos reales de ocurrir eso (que no lo veo probable), se regresaría al sistema de partido hegemónico, pues ese era uno de sus pilares. Por sí mismo podía cambiar la Constitución el presidente a su gusto, apoyado por sus legisladores, carentes de toda autonomía (aprobando las iniciativas sin cambiar una coma).
Por eso es que el Frente Opositor afirma que votar por Morena es facilitar el retorno a la hegemonía autocrática, y no le falta razón. Es difícil que Morena logre las mayorías calificadas que anhela, pues requeriría ganar casi todas las entidades para el Senado además de una votación cercana al 60 % (en 2018 obtuvo 45 %).
Sin embargo, queda una posibilidad para lograr algo semejante a ese control casi absoluto; contar con la lealtad incondicional de 4 de los 11 ministros de la Corte asegura que leyes secundarias, para las que se requiere sólo mayoría absoluta (que sí podría tener Morena), sean avaladas aunque contradigan abiertamente la Constitución. Y como vienen nuevos cambios en la Corte y el presidente tiene la posibilidad de poner a quien quiera (como lo hizo con Lenia Batres), el riesgo es real.
La única forma de evitar ese desenlace es que gane la oposición, pues además en su proyecto está dar mayor autonomía a todas esas instituciones y eliminar la participación de la presidencia en el nombramiento de los ministros de la Corte (y otras instituciones autónomas). Las instituciones autónomas cobrarían más fuerza e imparcialidad, de modo que los objetivos y la dinámica de la democracia podrían funcionar mejor que ahora y que antes.
Pero ante el embate a la democracia que hemos visto con AMLO, los obradoristas tienen esencialmente tres tipos de reacciones:
A) O no creen que haya un embate a la democracia y por el contrario consideran que desde 2018 inició cabalmente.
B) No les preocupa mucho que haya o no democracia, pues su interés está en otros temas de tipo socio-económico.
C) Celebran que se concentre el poder pues, de acuerdo a la vieja narrativa revolucionaria (Foro de Sao Paulo), la democracia es “burguesa”, y lejos de ayudar al pueblo, estorba el proyecto que nos llevará a un México próspero e igualitario.
De ahí que sea probable que mucha gente vote por Morena y Claudia, sin importar lo que ocurra con la aún frágil democracia mexicana. Lo que todavía no está claro es si tendrán la mayoría para conseguir el triunfo, y por tanto proceder a la instauración de alguna forma de autocracia.