2025 opositor: ¿qué hacer?

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Terminó el 2024 y con él casi terminó la transición autoritaria.

No ha terminado sólo porque falta la reforma electoral que a su vez termine de definir al “nuevo” régimen autoritario (nuevo porque sustituye en el presente a otro, por ser el que empieza su vigencia, no porque sea incomparable o algo inédito históricamente). Pero aunque no ha terminado esa transición, por todo lo que ella ha avanzado, aquí prácticamente ya no hay democracia; el punto al que ha llegado el proceso, el lugar que ha alcanzado, significa la existencia de un régimen autoritario casi completo, que está completándose y para el que los operadores de AMLO buscan además consolidación. La transición autoritaria no va a quedar inconclusa.

¿Qué hacer, entonces, frente al obradorismo en 2025? Varias cosas son debidas y posibles –sólo me refiero a la política.

Ninguna de esas cosas revertirá la reversión: ninguna cancelará de una vez la transformación antidemocrática que es la “cuarta transformación”, pero todas juntas pueden configurar un combate eficaz al autoritarismo institucional. Y una alternativa prodemocracia.

Lo primero es no sumarse a la ola de opinión que dice que todo va mejorando e irá mejorando gracias a Claudia Sheinbaum. En primer lugar, no es así; en segundo, ella no es más que la co-presidenta. Como después de coquetear y necear ha reconocido Jorge Volpi, Sheinbaum no sólo no ha roto con AMLO sino que es una extensión de él. Se lo dijimos. Y como decíamos, la ola de complacencia  sigue creciendo en los medios de comunicación tradicionales. No debe ser ni alimentada ni creída. Esos medios están buscando satisfacer sus intereses comerciales, no los intereses informativos de los lectores/audiencias/televidentes.

En otras palabras, debemos mantener la perspectiva crítica. Seguir siendo críticos, nunca aplaudidores ni cómplices silenciosos. Ser mejores críticos también, es decir, más precisos.

Hay que testificar: dejar registro. Contribuir a la documentación presente y futura sobre la transformación autoritaria desatada por AMLO, continuada y operada por Sheinbaum, Ricardo Monreal y Adán Augusto López, en primera fila.

Eso también es seguir oponiendo argumentos y datos a la propaganda, para contribuir a explicar la historia real y verdadera del obradorismo, la historia extraoficial que contrapese a la oficial en formación día tras día. Faltan –se necesitan- más libros que analicen, resuman, critiquen integralmente el sexenio de AMLO, su origen, desarrollo y consecuencias, sus efectos políticos, económicos y socioculturales. Hay un libro de alto nivel, coordinado por Ricardo Becerra (“El daño está hecho”), debe haber más. Ningún libro solo puede captar y explicar todos los hechos que deben ser explicados y divulgados.

Por lo mismo, hay que publicar todo lo dicho en la mayor cantidad posible, y de la mejor manera posible, para alcanzar al mayor número de gente posible. No hay que dejar el camino despejado a la historia oficial-propaganda. Hay que hacer, como dijera Luis González y González, “historia aguafiestas”: podemos y debemos, con toda razón, aguarle a los obradoristas y su líder la fiesta “histórica” que se autoorganizan, y con la que quieren formar a más gente.

Algo que no hay que hacer: no hay que participar en las elecciones judiciales. No serán democráticas, tanto por el origen de la mayoría de candidatos como por las debilidades intencionadas de la organización, y no deben ser validadas con nuestro voto. Sí cabe que intenten formar un nuevo partido que reúna todos los esfuerzos en esa dirección opositora. Los grupos liderados por Jesús Zambrano deberían intentar su resurrección formal nacional y su reivindicación social histórica a través de ese proyecto. MC y el cascarón que hoy lleva las siglas PRI no tienen viabilidad como co-recuperadores de la democracia. No actualmente. ¿La tiene el PAN? No parece, no a nivel nacional, quizá en algunos estados…

Por último, pero al final lo más importante, hay que mantener viva la idea democrática. Debemos sostener la democracia como proyecto. Es necesario formar reservas culturales democráticas. Por tanto, además de testificar contra el obradorismo, registrar su autoritarismo en y para la historia y criticar en el mismo sentido, hay que volver a explicar públicamente qué es y qué no es la democracia, cuáles son sus tipos, qué es y no es el autoritarismo, cuáles son sus clases, y argumentar por qué –con todas sus fallas y a pesar de ellas- un régimen político democrático es superior o preferible a mediano plazo a cualquier régimen autoritario. Esto pasa por hacer mayores y mejores esfuerzos de pedagogía democrática, mientras sea posible, apuntando a una socialización democrática realista desde fuera del Estado (el INE, parte del Estado, cada vez hará menos y cada vez peor sobre educación cívica, por los recortes al presupuesto y al personal pero también por el proyecto obradorista, al que sirve Guadalupe Taddei, la termita de Troya). Al respecto, medios independientes, universidades públicas verdaderamente autónomas y universidades privadas no exclusivamente mercantiles tienen una responsabilidad y un reto. 

Formar reservas culturales democráticas es también ampliar y profundizar las existentes. Y con todas ellas hay que presionar para la formación de enclaves democráticos: islas  institucionales prodemocráticas en el océano del autoritarismo de Estado: islas como gobiernos locales, nodos congresionales, uno o más partidos de oposición auténtica. Así, debe reivindicarse y defenderse la representación proporcional. Gente como Pedro Ferriz cometió un gran error al deslegitimarla como principio y mecanismo confundiéndola con los individuos que ocupaban las curules plurinominales: si la representación proporcional desaparece este año o después, Morena será más poderosa.

¿Dónde convergen todos nuestros puntos? En la máxima meta del momento y del futuro político no obradorista: preparar la redemocratización. Pensar una nueva transición democrática, aprendiendo de los errores e insuficiencias de la anterior, basarla y legitimarla como proyecto político y social, diseñar su ruta general, empezar a abrirle paso, poco a poco, pero sin tardanza, desde ya. De eso debe tratarse la política opositora a partir de este año. Así, tal vez, el régimen autoritario obradorista –el neopriista- sea menos duradero que el régimen autoritario del que desciende –el priista clásico que formó a AMLO.

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