La mal llamada cuarta transformación representó el regreso al poder de una buena parte de los empoderados en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Los podemos ver en los más altos cargos públicos, ostentándose ahora como adalides de la izquierda y tartamudeando el discurso de “primero los pobres”. Son gobernadores, presiden el Congreso de la Unión y ocupan sitios en el gabinete de López Obrador. El continuismo proclamado por Claudia Sheinbaun ofrece también que esta mafia siga en el poder.
Los antecedentes salinistas comienzan por el propio Presidente de la República. En la década de los ochenta, López Obrador era funcionario del gobierno priista (en el Instituto del Consumidor y en el Instituto Nacional Indigenista). Además, fue presidente estatal del PRI en Tabasco. En 1988, apoyó y votó por la candidatura presidencial de Carlos Salinas de Gortari (CSG) y, como tal, fue partícipe del fraude electoral que sufrió la candidatura del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas (del Frente Democrático Nacional y la izquierda). Está demostrado que AMLO no salió del PRI sino meses después de aquella elección.
El autor material e intelectual del fraude de 1988, y de muchos más incluida la caída del sistema de cómputo, fue Manuel Bartlett Díaz. Actualmente es destacado integrante del gabinete ampliado del inquilino de Palacio Nacional. al ocupar el cargo de director de la Comisión Federal de Electricidad. De policía político y mapache electoral de altos vuelos en sus tiempos salinistas, Bartlett es ahora presentado en la corte obradorista como un patriota a cargo del destino energético de la nación.
En el sexenio de Salinas de Gortari, Ricardo Monreal era un diputado federal que destacó por hacerle de golpeador de la oposición. Fue él quien pidió el desalojo de la gradería de la Cámara de Diputados para que, desde una tribuna tomada por el Estado Mayor Presidencial, José Murat pudiera leer el dictamen que validó la fraudulenta elección presidencial (por cierto, éste último y su hijo Alejandro Murat son flamantes adquisiciones del partido color sangre).
Integrante del grupo de Manuel Camacho Solís, Marcelo Ebrard ocupó importantes cargos en el partido oficial de aquél entonces, en la campaña electoral de CSG y se convirtió en Secretario de Gobierno del Distrito Federal (hoy Ciudad de México) una vez que Salinas premió a Camacho con el cargo de Regente.
Ignacio Ovalle fue director de la Conasupo en el sexenio de CSG, institución que saqueó en contubernio con Raúl, el hermano incómodo del presidente. En el sexenio de AMLO repitió como director de la misma dependencia (rebautizada como Segalmex), la que volvió a saquear, ahora, con un quebranto de más de 12 mil millones de pesos.
Alfonso Durazo, un típico trepador de la política, fue coordinador regional del PRI en 1988, asistente del malogrado candidato priista Luis Donaldo Colosio, para luego convertirse al panismo con Vicente Fox y en “izquierdista” con AMLO.
Pero AMLO, Monreal, Ebrard, Durazo, Ovalle y los Murat no son los únicos salinistas de la 4T. Por el contrario, el grupo en el poder supura salinismo por todos lados. Es el caso de Adán Augusto López (ex secretario de Gobernación), Alberto Anaya (dueño del Partido del Trabajo), Alfonso Romo (ex jefe de la oficina de la presidencia). En el Congreso de la Unión, son salinistas los coordinadores de los levantadedos de la mayoría. En el Senado, los jefaturan el ya mencionado Monreal, Alejandro Armenta (ahora candidato a gobernador de Puebla) y Eduardo Ramírez (flamante candidato a gobernador de Chiapas). En la Cámara de Diputados coordina a las huestes morenistas Ignacio Mier, salinista integrante del grupo de Bartlett y ahijado político del “gober precioso”.
Tienen marcado el tatuaje salinista los desgobernadores Layda Sansores (Campeche), Rutilio Escandón (Chiapas), Manuel Merino (Tabasco), Lorena Cuéllar (Tlaxcala), Miguel Ángel Navarro (Nayarit), David Monreal (Zacatecas), Américo Villarreal (Tamaulipas), Rubén Rocha (Sinaloa) y Víctor Manuel Castro (Baja California Sur), además del ya mencionado Durazo en Sonora.
Cual gesticulador de la obra del dramaturgo Rodolfo Usigli, López Obrador engaña al condenar al “innombrable” CSG, pues en los hechos honra su sello y empodera a sus contlapaches salinistas.
Cincelada: Son discriminantes y repudiables los insultos por la apariencia física de las personas, más si se trata de mujeres. La crítica política debe basarse en hechos demostrables y datos duros.