Al menos en recintos públicos, las películas del cineasta Abbas Kiarostami han sido insuficientemente vistas en México. Su labor como artista plástico es casi desconocida y, según lo que sé, el contacto con sus poemas se limita —si acaso— a diminutas muestras en páginas de internet en español, varias de ellas localizadas fuera de este país. Hace un cuarto de siglo la filmoteca de la Universidad de Harvard publicó el libro Walking with the Wind (2000) [Caminando con el viento], extenso libro de brevísimos poemas. A través de los años he traducido la mayoría de ellos. Ahora descubro que en 2015 hubo una edición española de poemas de Kiarostami (1940, Teherán-2016, París) llamada El viento y la hoja —de 160 páginas, traducidos por Ahmad Taherí y Clara Janés— probablemente una selección, pues la edición en inglés cuenta con 239 páginas, conteniendo los poemas en original persa y su traducción en una sola página en todos los casos. Quiero comenzar a referirme a su poesía y anotar cómo habría que acercarse a los poemas de Kiarostami: tanto como sea posible sin pensar en el director de cine sino leyéndolo como poeta.
Considero un despropósito leer los poemas de Kiarostami queriendo encontrar en ellos elementos cinemáticos. Sería como buscar genialidad, o anticipación de ella, en los cortometrajes estudiantiles de Tarkovski: forzar interpretaciones que pueden o no ser pertinentes, dejar de ver lo que las obras fueron en su momento y son en sí mismas al paso del tiempo. No se trata de desligar las cosas de su historia sino de evitar subsumirlas a ella. Por eso, en esta nota me enfoco en indagar en y alrededor de mi lectura y formulación paralela a lo que Carlos Reygadas llama “visión” en su libro Presencia (2022), su poética del cine y reflexión sobre la naturaleza de las artes. Para logarlo, hay que empezar alejándose de la simpleza de atribuir extraordinaria sensibilidad a Kiarostami —aunque seguramente la vivió— y en su lugar hay que reconocer que acercarse a la visión es tarea más desafiante que acumular calificativos: es conseguir percibir indicios abrumadores de una personalidad o, por qué no decirlo, de un alma, de la individualidad última de alguien convertida en formas en un medio artístico específico. Esto sería lo que distinguió a Kiarostami de los demás creadores iraníes, de sus conciudadanos, de la gente de su región, de multitudes de artistas, del resto de la humanidad; pues ahí está la gracia, en su particularidad vislumbrable y presente en sus creaciones estéticas.

Parto de dos deficiencias. Aunque la edición de Harvard es bilingüe, la lengua persa me es completamente ajena, por lo que sólo me queda fiarme de las traducciones al inglés de Ahmad Karimi-Hakkak y Michael Beard. Por otra parte, debo asumir mi ignorancia sobre la tradición de la poesía en persa, que además de Irán abarca regiones de múltiples países —Afganistán, Azerbaiyán, Irak, Pakistán, Rusia, Tayikistán, Uzbekistán— y tras la Revolución iraní de 1979 también ciudades de la diáspora que incluyen a Dubái y Londres. Haber releído y disfrutado las obviedades clásicas de una lengua —como Rumi— dista del conocimiento de una literatura. Sería como confundir el cine de Reygadas con el cine mexicano. Esto plantea el mismo problema que el de las obras de Kiarostami y su cultura nacional: el de la relación de los artistas con su propia u otras tradiciones y, sobre todo, el de su excepcionalidad.
¿Por qué me atrevo a calificar benignamente las traducciones del persa de Beard y Karimi-Hakkak? Principalmente porque —aun desconociendo su fidelidad semántica— es palpable que funcionan en inglés como poemas tanto en la limpieza de su sonoridad como en su punzante concisión; lo que me lleva a imaginar que reflejan características de los originales. Sobre la poesía persa, estos mismos traductores aseguran que los poemas del autor rompen con características formales de su tradición, pues escriben que ni siquiera Nima Yushij (1897-1960) se despojó de la rima y la métrica, a pesar de ser considerado el modernizador de la poesía en esa lengua. Aseguran que temáticamente Kiarostami participa de su historia cultural “con elementos filosóficos o meditativos” y trazan sus semejanzas con Rumi (1207-1273) y Hafez (1320-1388) respecto a componer con base en pares de correspondencias u oposiciones de imágenes, conceptos o modos de existencia. Sin embargo, enfatizan que las considerables similitudes son temáticas no emotivas. Asimismo, hacen referencia a Forugh Farrokhzad (1935-1967) y su poema “El viento nos llevará”, que Kiarostami tomó para titular uno de sus filmes. Formalmente, según Karimi-Hakkak y Beard, Kiarostami “podría ser considerado el poeta iraní más radical de su generación, quizá del siglo”.
Los de Caminando con el viento son poemas diáfanos en que el lenguaje no es recurso para el desconcierto sino contención ante arrebatos entrevistos. La de Kiarostami es poesía casi sin metáforas ni otras figuras de lenguaje, podría parecer descriptiva de instantes que, sin embargo, contienen en sí no sólo historias sino situaciones existenciales con seres, hechos y objetos inesperados. Los breves poemas —incluso por su ordenamiento en el libro— forman con frecuencia series que emergen de un mismo instante detonador. De algunos se diría que surgen de lo evidente y así serán tratados por lectores sabelotodo, actitud que al final demuestra extravío pues impide ver incluso lo innegable.

Más de un poema revela un ánimo como el que afirma: “Cien obedientes soldados/ entran pronto a las barracas/ en una noche de luna./ ¡Sueños rebeldes!”. Es una oposición trillada entre disciplina militar y afán emancipador, con frecuencia enfrentados en la realidad social: algo expresable por cualquiera. No falta algún poema que —desde lecturas deseosas de encontrar coincidencias de ideología política— pueda interpretarse en términos de condena o llamado a la consciencia respecto a la explotación: “El arado penetra la tierra/ mientras el buey no tiene idea/ sobre el origen del dolor en sus patas”. Cabe anotar que los temas sociales repetidos por múltiples escritores según su aparente circunstancia —la que está en medios, redes y protestas sociales— con suma frecuencia no pasan de convención temática de moda, aunque parezcan cruciales y apremiantes; pero están expuestos a perder sentido sin prolongado paso del tiempo. Ajustarse a esos asuntos de ocasión, por significativos y justos que resulten para la comunidad inmediata de poetas —y lo mismo aplica para subterfugios contemplativos— está lejos de ser compromiso personal y es más factible que sea mecanismo para lograr aceptación, debilidad de carácter o llana ausencia de personalidad de los aspirantes a poetas. Kiarostami está lejos de esto, pues, por ejemplo, ningún poema aborda explícitamente la represión por el régimen fundamentalista, cuestión que otros, en condiciones propicias, no demoran en aprovechar.
Suele creerse que la intimidad está en oposición a lo social. Kiarostami escribió —o publicó— muy pocos poemas que se acercan a lo que solemos entender como emocional y privado. En un par de textos la voz afirma “mis sentimientos de amor”, “crecen” por la aparición de la luna y “decaen” por la salida del sol, en ambos casos sólo “un poquito”. En estos poemas las asociaciones tampoco sorprenden —la pasión inflamada en la noche— pero están encaminadas fuera del campo de lo habitual. Lo supuestamente personal no garantiza intimidad ni autenticidad: así como hay convenciones sociopolíticas productivas para creadores que trabajan en colocarse en su presente y entorno inmediatos, así también hay lenguajes integrales para simular la expresión individual sin siquiera arriesgar el asomarse al interior. Aunque no sea el centro de sus afanes, Kiarostami explora emociones sin despojarse de un lenguaje común a muchas personas: “El primer otoño de soledad,/ un cielo sin luna,/ cien hebras de melodía/ en el corazón”. ¿En dónde entonces, si lo hay, está lo peculiar de los poemas de Kiarostami?

Reygadas asegura que la presencia de una visión se constituye en “un grado de rareza […] un factor palpable pero indeterminado” que en vez de generalizar “un mensaje global” es una “subjetividad enigmática […] vehículo de otro misterio: la individualidad”. En este sentido y desde mi perspectiva, la visión no consiste en descubrir o reiterar rasgos universales —sólo hay metas esencialistas desde la incomprensión de lo humano— sino en aproximarse a la depuración y formalización en cierto medio artístico material de maneras genuinamente individuales de encarar la vida, lo que no ocurre en cualquier persona ni es de fácil lectura, pues el hallazgo de los propios prejuicios ofrece más rápida satisfacción. Así, la observación de la naturaleza y el paso del tiempo —esos clichés de lo “poético”— como experiencia sensorial ocupan al poeta Kiarostami sea en los restos de nieve al principio de la primavera o a través de polluelos recién nacidos que se mojan bajo el primer aguacero de la misma estación. Más allá, comparte gestos de empatía no dirigidos a desvalidos acostumbrados: “La cosecha de dos días/ de la araña/ queda en ruinas/ por la vieja escoba de la afanadora”. Pero no todo es éxtasis ante la belleza o asomos de simpatía, Kiarostami también logra ver horrores donde otros encontrarían normalidad: “El sueño de mil pajaritos sacrificados/ para una suave almohada”. La solidaridad se revela por lo menos convincente cuando su objeto es una hoz fatigada o puede llevar al poeta a decir: “Cuánta piedad/ que la tortuga no vea/ el fácil vuelo del pájaro”. En este tipo de poemas, los más abundantes —en que también lo silvestre y lo cultivado conversan y hay anhelos de cruces de especies— está lo más distintivo de la escritura de Kiarostami.
Hay que leer los poemas de Kiarostami como se lee lo más disfrutable del género: como poesía por la poesía misma, sin requerir justificación alguna. Por supuesto que algunos poemas semejan encuadres que encierran mucho más que sus componentes inmediatos y —como en el cine del artista— plantean problemas insolubles y persistentes sin necesidad de pirotecnias: “En la comunidad de cerezos/ uno que no florece/ por su cuenta, solo”. Pero no conviene leer Caminando con el viento como el libro de quien quizá sea el mayor cineasta de la historia, hay que leer a Abbas Kiarostami como poeta para encontrar qué depara su lectura. Acercarse a su visión no significa crear una etiqueta por exquisitamente descriptiva que pueda ser, de la misma manera en que caracterizar no es suficiente para conocer a una persona. Los poemas de Kiarostami alcanzan una cúspide en la claridad de lo incomprensible: “Siguiendo el espejismo/ estoy aquí, al filo del agua/ sin sentir sed”.
Autor
Escritor. Fue director artístico del DLA Film Festival de Londres y editor de Foreign Policy Edición Mexicana. Doctor en teoría política.
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