Construyen y son dueños de hoteles; administran aeropuertos fracasados, edifican sucursales bancarias, manejan pipas, regentean el fallído proyecto de las Islas Marías, quesque hacen refinerias, son dueños al infinito del tren Maya y el interoceánico (cualquier cosa que sea); son el muro “contra” los migrantes en el norte y en el sur de nuestro país, sustituyen a la policia, son investigadores, fuerzas de contención, de choque y dizque combaten al crimen organizado.
Disponen, en medio del austericidio reinante (para lo que le conviene a la 4T), de presupuestos jugosos y que cada año aumentan; no se preocupan por la transparencia del manejo de estos recursos ni por la rendición de cuentas. En fin, los militares están en su mejor momento, llenos de dinero, trabajo y empoderados. Desde el 2018 son la música que llegó para quedarse y a partir de ese año abiertamente México se sumerge en la militarización gracias a la decisión del jefe supremo de las fuerzas armadas, el presidente de la república.
Esta situación no solo se vive en nuestro país, muchos otros de América Latina se decidieron también por los uniformados, presentes en la política y en tareas que no son necesariamente de su competencia. Esto es el pan nuestro de cada día. Está en riesgo lo que con tanto esfuerzo hemos construido los mexicanos: una democracia, una división de poderes y unas instituciones que endebles o no nos las hemos dado y que ahora tenemos y debemos de defender.
Venezuela, Nicaragua, Bolivia o Cuba son buenos ejemplos de la situación que ahora se vive en nuestro país. Los militares están, sin duda, detrás (o al lado o adelante) de estos gobiernos sin un debate público que permitiera atajar esta trascendente decisión. Las cosas las decidió el ejecutivo y no nos dejaron ni opinar. De una manera insidiosa se fue dando el cambio y parece que, por lo pronto, no hay marcha atrás. No nos hagamos ilusiones, con López Obrador o con la Sra. Sheinbaum (si es que en mala hora gana) todo seguirá igual.
Aquel candidato de la esperanza, que prometia regresar el ejército a los cuarteles, que acusaba a los militares de no respetar los derechos humanos y que se ostentaba como el paladín del combate a la corrupción y la inseguridad de pronto decidió que, por el contrario, había que incrementar sustancialmente los presupuestos de las fuerzas armadas y depositar toda su confianza en los uniformados, ya que nadie como ellos para seguir ciegamente sus órdenes.
Debo decir que a mi esto no me sorprendió. El autoritarismo siempre se ha llevado mal con la democracia y ha resultado buen amigo de los generales. Ahí está el caso del inolvidable Bolsonaro, expresidente del Brasil, que intentó tejer una alianza con los militares para descarrilar a Lula. O el dictador de Nicaragua, Daniel Ortega, que con una alianza político-económica con los señores de los cuarteles ha asegurado su tiranía desde 2007 hasta la fecha.
Dejo para el final el caso triste y doloroso de Venezuela, donde primero Chávez y ahora Maduro establecen una relación de codependencia económica y política con las fuerzas armadas y el crimen organizado que permite el poder ilimitado del dictador. Esta relación simbiótica de las autocracias con los militares ha garantizado la estabilidad de estos regímenes, algunos aparentemente civiles, con el consecuente deterioro de las instituciones democráticas.
Basta llegar al aeropuerto internacional de la CDMX para constatar el flaco favor que esta administración y los uniformados le han hecho a México. Ineficiencia, opacidad e irresponsabilidad al asumir funciones para las que no están preparados.
Y de la violación de los derechos humanos a manos de los que supuestamente nos protegen, mejor ni hablamos.
Ojalá y en el 2024, antes de que sea demasiado tarde, muchos logren abrir los ojos.