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domingo 22 diciembre 2024

Adjetivos y obradorismo

por José Ramón López Rubí Calderón

La realidad social, que incluye a la política, no es unidimensional, simple ni atemporal; es multidimensional, compleja, con pluralidad de tipos históricos. Como es variada y puede cambiar, en el lenguaje humano hay y habrá adjetivos: por eso y para eso existen. Por y para esa realidad complicada. Así, contrario a lo que muchos creen, ser objetivo –reconocer hechos como hechos, describir o explicar la realidad con la mayor fidelidad posible- no es prescindir de adjetivos. Eso sería fingir una “civilidad” política estéril o atorarse en el peor reduccionismo estadístico.

Ser objetivo implica usar y poner bien los adjetivos necesarios. El problema no es usarlos sino usarlos mal, exageradamente, mentirosamente, confusamente, imprecisamente, injustificadamente. Usar mal los adjetivos es –como no usarlos para nada- lo mismo que no ser objetivo. El ejemplo máximo en México es el del jefe máximo de Morena: AMLO siempre usa mal como adjetivos las palabras “liberal”, “neoliberal” y “conservador”, las usa imprecisa y malintencionadamente, él que tiene una política antiliberal sobre drogas y conservadoramente criminaliza tanto a consumidores reales como a consumidores supuestos (los 5 jóvenes asesinados en Celaya, más recientemente), él que tiene una política fiscal neoliberal, etcétera.

Otro caso es el doctor Alfredo Jalife Rahme, quien riega descalificaciones basadas en sus prejuicios academizados. Lo más importante es que debería ser obvio que personajes como AMLO y su amigo Jalife, por usar mal los adjetivos merecen crítica, es decir, adjetivos críticos, adjetivos críticos y duros, no insultos como los que ellos reparten. Bien vistos y bien adjetivados, se les puede describir así: AMLO es un presidente farsante e ineficaz, Jalife es un antisemita y un chiste de académico; ambos son difamadores seriales. Crítica seria a los difamadores: buen uso de adjetivos; difamadores: malos adjetivadores. Y no por eso merecen castigos de cárcel –téngase presente que son obradoristas quienes quieren esos castigos (Tatiana Clouthier) o multas fuera de lugar (Andrea Chávez y otros legisladores).

Asimismo, dicho todo eso, y por todo eso, se justifica vaciar sobre Dante Delgado y Samuel García los muchos adjetivos que dan cuenta de su actuación alrededor del episodio de la gubernatura de Nuevo León. Empezando por el de “nuevos obradoristas”. Políticos de distintas edades pero igual política vieja y recientes servidores confirmados del obradorismo. Unos adjetivos compartidos por Samuel y Dante: comparsas, esquineros, esquiroles. Electopaleros. Obvios paleros electorales de AMLO para Claudia. En efecto: otros farsantes.

El Dante que estamos viendo es un político taimado, hipócrita, manipulador, calculador imperfecto –no infalible, como él cree-, racionalmente intermitente, miope, soberbio, berrinchudo, egoísta, falsamente antipriista, y “viejo” de “vieja política”. Su MC nunca fue una gran oposición; puso su grano contra algunas reformas obradoristas, no hay que negarlo, pero tampoco magnificarlo. El PRI de Alito también votó con Morena a veces y en contra de Morena otras; la diferencia es el berrinche regiomontano de Dante y su papel confirmado de esquirol para la elección de 2024. Dante insiste en cubrir la vieja política real con juventud física irrelevante, una novedad superficial, sin mérito y con las mismas taras –y así ahora viene la candidata Mariana…

Adjetivos para Samuel: mamón, mirrey, vacío, hueco. Caprichoso, autoritario, tramposo, mentiroso, torpe. Estos cinco quedaron grabados en la historia que rodea al asalto al Congreso de Nuevo León. Adjetivo que engloba: ridículo: en sólo unos días fue gobernador constitucional, aspirante presidencial, gobernador con licencia, virtual candidato presidencial, vencedor de Xóchitl Gálvez y casi ganador de la presidencia (según sus “encuestas”, claro), gobernador de facto o paralelo, no-candidato presidencial, otra vez gobernador de algún tipo, y político derrotado y exhibido. Su estupidez fue fosforescente. Estúpido porque queriendo beneficiarse a sí mismo terminó perjudicando a todos menos a quien quería perjudicar: terminó perjudicándose a sí mismo, a MC, a Dante, al jefe fáctico de ambos (AMLO), a Nuevo León, a todos ellos los perjudicó, menos a Gálvez y la oposición, que tiene la oportunidad de relanzar su campaña. Literalmente: estúpido. Y además de fosforescentemente estúpido, fosforescentemente venal e irresponsable. Hasta sedicioso.

La objetividad de la adjetivación sobre Samuel y Dante la confirma la reacción obradorista: la defensa retorcida e insistente que hacen de ellos AMLO y sus propagandistas. Si los de MC no fueran lo que dijimos, los pejistas no los defenderían. Como los defienden, son lo que hemos dicho. Y por eso mismo, por esa enésima farsa del partido presidencial y sus partidos aliados a la luz o por debajo (MC) la justicia que corresponde a los casos de Dante y Samuel es el castigo electoral. Es el castigo prodemocrático. El mismo que, además de la crítica objetiva –los adjetivos críticos justos-, merece el obradorismo autoritario.

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