La Inteligencia Artificial develó su fisonomía y es aún más sorprendente de lo que los datos históricos imaginaban. Fue Hidreley Diao, artista digital brasileño, que utiliza softwares como ArtBreeder, Face APP o Remini, quien trajo a las pantallas de las computadoras al faraón de la Nueva Dinastía. Un faraón que hasta hace muy poco tiempo se consideraba ilustrado, civilizador, extraordinariamente bueno: Akenatón, el rey egipcio de las manos en forma de araña.
Sabemos que sufría un desorden hereditario, una rara enfermedad que se manifestaba como deformaciones del cuerpo: cara y cráneo alargados, orejas extremadamente grandes, dedos agarrotados, un cuello chueco y una columna estropeada. Además tendía a la miopía, su cuerpo era flácido y poseía un pene “largo y delgado, como una cobra sin fuerza”. Este hombre, miembro de la dinastía del Reino Nuevo (1350 a.c.), casó con la bella y legendaria Nefertiti, que quiso ser adorada y representada con su esposo, acariciados ambos, siempre, por los rayos del sol, portadores de nueva magia y nueva sabiduría.
Durante siglos, Akenatón había aparecido como un gobernante proverbial, un idealista, un soñador sideral que quiso revolucionar las creencias de su pueblo. El mismísimo Sigmund Freud vio en Akenatón “a un visionario, un profeta inspirador de Moisés”. Porqué Akenatón abandonó al dios del Estado, el enmohecido Amón-Ra, para rendir culto a Atón, el disco solar, y mudó la capital del imperio de Tebas a la actual ciudad de Amarna.
Lo suyo fue un movimiento político brevísimo pero de gran envergadura: no sólo cambió la capital centenaria de Egipto sino que trató de desbancar a los sacerdotes, sustituirlos por una nueva casta, cerrar sus viejos templos y perseguir a quienes no se rindieran ante el nuevo culto (al sol, a él y a Nefertiti). Y los métodos utilizados no fueron otros sino los del terror: asesinó a varios miembros de la dinastía, mató a los líderes del culto antiguo, llevaba a los niños a escuelas especiales donde inculcarles la nueva doctrina, destruía y quemaba estatuillas u objetos sagrados y desarrolló una labor de propaganda política masiva: Akenatón jugando alegremente con su familia; Akenatón hablando con el dios solar; Akenatón amado por Nefertiti y por sus esclavos; Akenatón viendo al futuro y disponiendo a Egipto “en el horizonte de Atón”.
Su propaganda tuvo efecto en su momento y ¡3,500 años después! entre los mismos arqueólogos. Pero los fragmentos pétreos recién descubiertos informan otra cosa: un tipo enloquecido y desdichado que quiso concentrar el poder en un grado no visto desde el Reino Antiguo.
Nefertiti no dio a luz varones, por eso poseyó a su hija Kiya, con quien procreó a Tutankamón; y como sabía que su vida sería breve debido a su enfermedad, disfrazó a su esposa de hombre para que le sucediera en el trono: así, Nefertiti desapareció del mapa y se convirtió en el misterioso y asexuado faraón Smenkhkare. Esto explica los extraños grabados en los cuales Akenatón aparece entrelazado, abrazado y besando a su sucesor, “no era gay, esos besos y esa propaganda era parte de su infinita ambición política” (Véase, el Nicholas Reeves, Akhenaten, Egypt’s false prophet. Themes and Hudson, 2001).
Freud había dicho que Akenatón “impulso la civilización porque soltó las amarras de su sexo”. Parece que no fue así: era un engaño masivo para hacer parecer más humano a un régimen despótico y a su dictador: Akenatón, el criminal “de cabeza, orejas y sexo gigantescos”.